Y después de Pablo, ¿qué?

A excepción de Pedro, Santiago y, sobre todo, Pablo, poco se sabe, por no decir nada, del  resto de los apóstoles. El único que parece situarse dentro de un contexto histórico fue el apóstol Tomás, cuya trayectoria vital fue narrada de manera novelesca por los “Hechos de Tomás”.

Hay datos reales que confirman lo que las leyendas afirman: que llegó hasta la India, que visitó al rey Gondofares, del que se descubrieron monedas en 1854 en Afganistán; y, sobre todo, los dos millones de cristianos que los portugueses encontraron en 1498 en la actual Kerala y que conservaban en su memoria y tradiciones al apóstol Tomás. Eso sí, nada tenían que ver con el culto católico: dentro de su fe cristiana, seguían un ritual judío y defendían el sistema de castas indio.

El fin de Hechos de los Apóstoles parece poner punto final al Nuevo Testamento como obra de Dios. El Apocalipsis no merece consideración alguna, porque tanto se puede suponer como visión profética de la Iglesia o de los novísimos, como la obra de un perturbado, objeto de un posible psicoanálisis. Las visiones no pueden ser objeto ni de la historia ni de la ciencia ni de nada.

Comienza verdaderamente la Historia de la Iglesia, una historia de hombres: ya no depende de ella misma sino de su connivencia con el poder político. En este periodo de nacimiento y expansión, no se entiende la nueva Iglesia sin la relación con la autoridad romana, en un principio relación de permisividad, más tarde perseguida por ser “superstición” (palabras de Plinio) y finalmente como religión del estado.

La Iglesia se hace institución, una institución que se incrusta en el tejido social hasta conseguir constituirse en algo imprescindible, necesario en cualquier evento, catálogo de normas sociales y rectora de la conducta. No es esto ninguna novedad, porque ha sucedido lo mismo con todas las religiones más importantes del mundo.

Tenemos ejemplo de lo que decimos en el Islam, una religión dechado de unión con el poder civil desde el año 622 hasta nuestros días,  donde las normas coránicas son la base de la legislación civil. Lo mismo sucedió en China desde el año 136 a.c. hasta 1911, donde la ortodoxia oficial se fundaba en las enseñanzas de Confucio. Por su parte el budismo, incorporado a la sociedad civil en la India en el año 250, ha tenido vigencia durante mil años en  la India y hasta la actualidad en países como Tailandia y Buthan (1959).

El cristianismo llegó un poco más tarde a la oficialidad civil, en el siglo IV con Constantino y posteriormente con Teodosio, después de persecuciones por herejía contra la religión oficial del estado. Era lógico pensar que los emperadores pusieran al cristianismo al margen de ley porque tildaba de falsas a las demás, pretendiendo erradicarlas o sustituirlas. Era el fanatismo en su más pura esencia cristiana.

El éxito popular y crecimiento social del cristianismo fueron motivo más que suficiente para que el tetrarca oriental Galerio concediera indulgencia al cristianismo en 311 para “que rueguen a su Dios por nuestra salvación, por la de la sociedad y por la suya propia”.  Y para que, vencido Majencio en octubre del 312, Licinio y Constantino concedieran al año siguiente, 313,  libertad de culto a cualquier religión, iotorgando estatus oficial también al cristianismo. 

El llamado “Edicto de Milán” dice al respecto: “Nosotros, Constantino Augusto y Licinio Augusto… hemos creído conveniente… acordar a los cristianos, como a todos nuestros otros súbditos, la libertad de seguir su religión, para reclamar el favor del Cielo por encima de nosotros y de todo el Imperio.

Los cristianos magnificaron hiperbólicamente todo esto enseñando como real lo que es leyenda,  que Constantino venció a Majencio por la aparición de una cruz con dos letras XP (del griego JRistós, Cristo) y con la frase en griego “con este signo vencerás”. El Edicto de Milán no era otra cosa que un permiso de culto, pero el cristianismo hizo de él el documento cuasi fundacional de la Iglesia. Y Constantino no fue proclamado santo –sí en la iglesia Ortodoxa--porque había matado a demasiada gente en Italia y eso clamaría al cielo.  Ya estaba a su mujer para el cometido de otorgar credencial de realidad al cristianismo.

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