El ideal de las teocracias, la Ciudad de Dios.
| Pablo HERAS ALONSO
Hacíamos referencia el pasado día a la afinidad que existe entre las religiones y el sistema político ideal para ellas, la teocracia, un espécimen más de las dictaduras. Asunto interesante a la vez que peliagudo, por la lucha que la sociedad civil ha librado durante siglos para eso, para liberarse del yugo teocrático.
Uno de los aspectos que distingue una democracia de un sistema caudillista es la gestión de la verdad. La democracia sabe que es un sistema imperfecto de gestionar la sociedad, pero, dentro de los posibles, es el mejor. Un sistema caudillista está, por principio, en posesión de la verdad, él es la verdad y la sociedad debe “conformarse” según modelo emanado de arriba y de cuya realización se encarga el Jefe Máximo.
El Führer, el Duce, el Caudillo, el Conducator, el Gran Timonel aplican una ley “performativa”: la sociedad ha de construirse según modelos que sólo ellos conocen. Son la Jerusalén celestial, la Ciudad de Dios, pero de corte político-militar, con tintes imperiales o según estructuras, dicen para justificarse algunas de ellas, proletarias. Hay que añadir que el poder les llega directamente de Dios: “Gott mit uns”, “Caudillo por la gracia de Dios”.
Si extrapolamos el plano civil al religioso nos encontramos con similares situaciones, pero con el añadido de que, en este mundo de verdades eternas, ni ha tenido ni tiene cabida la democracia: el individuo es nada ante el dogma y ante la Jerarquía.
La misma “lógica performativa” se da en las sociedades teocráticas o aspirantes a serlo: todos los aspectos de la vida se han de conformar según modelos emanados bien de los libros santos, bien de los intérpretes de los libros. Éstos devienen caudillos, se creen caudillos y actúan como caudillos. Al final hasta se lo creen.
Para todo tienen respuesta y todo está en los Libros Sagrados: dinero, comercio, ley positiva, justicia, derecho, educación, soberanía, situación de la mujer, divorcio, familia, régimen de gobierno, ecología, cultura... Todo se encuentra en “El Libro”.
Y se genera la doctrina de “el hombre providencial”, el hombre que necesitaba esta sociedad. El hombre que llega a regir los destinos de la sociedad se convierte en hombre “providencial”: Franco lo fue para España –según los voceros de la dictadura--, Juan XXIII en su momento lo fue para la Iglesia, JP-2 lo ha sido durante 25 años y hoy el bueno de Francisco iluminando al proletariado con fórmulas irenistas cuasi comunistas; Stalin para Rusia, Mao-tse-Tung (o Dong) para China, el Ayatollah Jomeini para Irán.
De esa visión se sigue la polarización binaria de la existencia: “El que no está conmigo está contra mí”. La crítica a la verdad absoluta es, primero, impensable; luego, perseguible; y finalmente, erradicable. Cualquiera se puede convertir en diablo, en Príncipe del Mal, en Satanás: yo mismo lo soy ante muchos comentaristas; para Irán, lo es EE.UU.; para la Jerarquía española con Rouco a la cabeza antes, el laicismo galopante.
La deriva final es el fin de la política: un estado teocrático no puede admitir el marxismo, el bolchevismo ni el comunismo por ateos y materialistas; pero tampoco es admisible la derecha capitalista, por consumista, corrompida, capitalista y por tener una visión hedonista y gozosa de la vida. Éste es un “valle de tinieblas”, un “valle de lágrimas”.
Curiosamente, dado que tampoco tal sistema, propuesto o impuesto, se convierte en panacea universal que nada soluciona, terminan en una lógica trascendente, remiten a Dios. La historia ya no es maestra de nada, por estar contaminada de satanismo. Y todo se convierte en místico y todo lo irracional tiene asiento y cualquier hecho nimio se interpreta según postulados divinos. No cuentan ni la razón ni siquiera el sentido común. Ambos quedan proscritos.
Eso sí, para salvar los trastos, justifican dicha visión política perversa y pervertida en la moralidad. Más que moralidad, “hipermoralidad”, las más de las veces haciendo sujeto de ella a las mujeres. Odio al cuerpo, a la carne, a la sexualidad libre, a la homosexualidad, incluso a los deseos; fuera el lujo, el juego, la diversión, las discotecas, el alcohol, la prostitución...
Y ya nada importa, ni que el Estado funcione, ni que la economía sea saneada, ni que las instituciones sirvan para algo, ni que la prensa informe; educación, magistratura, policía, funcionarios, intelectuales, artistas... ¡todos al servicio de la fe! Importan la fe, el fervor, la religiosidad, el celo ritualista. De esta “militancia” puede surgen la militarización y de ésta el enfrentamiento armado en forma de terrorismo o incluso de guerra abierta.