"..y no seas incrédulo sino creyente". ¿O "...no seas increyente sino crédulo"? (1/3).

El Evangelio de ayer domingo concluía con la frase del título. Hay una sutileza lingüística en la traducción del griego que me parece interesante resaltar. El Evangelio de Juan se escribió en la región de la Jonia, cuya capital era Éfeso. La lengua común, "koiné", era el griego. Allí, donde se localiza la primera versión del Evangelio de Juan, y en esa lengua se escribió este Evangelio.

En el supuesto original griego del Evangelio de Juan se dice: “..kai me guinou ápistos alla pistós”. En el diccionario griego “pistós” significa digno de fe, fiel, leal, que tiene fe, que se fía, genuino, sumiso, creyente, cierto, seguro… Búsquese el antónimo de cada una de estas palabras para “ápistos”: curiosamente los términos “positivos” del diccionario dicen “sospechoso, pérfido”. La traducción para los textos litúrgicos puede ser correcta, pero más que correcta es “interesada”.

En las "biblias" que manejo, la frase se traduce como sigue.

CEE: “…y no seas incrédulo sino creyente”.
Biblia de Jerusalén: “…y no seas incrédulo sino creyente”.
Franquesa y Solé: “…y no seas incrédulo sino creyente”.
Nácar-Colunga: “…y no seas incrédulo sino fiel”.
Cantera-Pabón: “…y no te hagas incrédulo sino fiel”.
King James: “…and be not faithless but believing”.


Decía arriba lo de interesada, porque hay una intencionalidad en las palabras --quizá ni siquiera buscada--, en la traducción. Creyente como término digno, positivo, decoroso, noble...; incrédulo como calificación deshonrosa, denigrante, infamante...

En el lenguaje normal el positivo y el negativo son de esta guisa: decente-indecente; normal-anormal; fausto-infausto; cierto-incierto; noble-innoble; prestigio-desprestigio... Otra cosa son los "antónimos", donde la palabra es otra, contraria: estimado, vs. odiado; santo vs. pecador; limpio vs. sucio...

En un mundo donde lo "normal" es profesar una fe, lo "anormal" es manifestar “increencia”, despreciar los credos o desecharlos como valores vitales. De ahí que "creyente" sea un valor estimado socialmente.

¿Qué sucede cuando la sociedad cambia de valores? Hoy la sociedad ha cambiado, ya no podemos decir que sea una sociedad que se rija por valores de creencia. ¿Qué vocablo se puede acuñar ahora, cuando lo normal es hacer caso omiso de la fe, cuando sólo el 13/17% siguen los dictados y prácticas de la Iglesia, cuando la incredulidad es desdén de la creencia, cuando se cuestionan los dictados de clericales?

Ahora lo "normal" es la "incredulidad". Y si es lo normal, lo "anormal" será la "creencia". Me he referido aquí repetidamente a "crédulos" frente a "personas normales", dado que los "crédulos" añaden credulidad a su "normalidad". No me desdigo de mi opinión.

La credulidad es una regresión infantil; la credulidad es, las más de las veces, fruto y producto de la incultura; la credulidad es signo de inmadurez; la credulidad es con mucha frecuencia manifestación de carencias psicológicas...

Este mundo nuestro está despojando a la creencia de ese halo de dignidad que hasta ahora ha tenido. Con el tiempo las palabras expresarán lo que los hechos imponen.
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