"...y no seas incrédulo sino creyente". El poder denotativo de la palabra (2/3).

Vuelvo de nuevo a las palabras y a su doble poder, el de "instrumento de comunicación de ideas" y el de "sugestión". Usamos las palabras para entendernos, es el fin primordial de las mismas. Pero también "para otras cosas". Un perro es lo que es, un sustantivo. Usado sin embargo como adjetivo o casi como interjección, ya es otra cosa. Aun conservando el mismo significado, no es lo mismo un "pacifista" entre soldados que como militante de Greenpeace.
Sabemos que el léxico tiene connotaciones varias. Remito a Ferdinand de Saussure y su "Curso de Lingüística General" para saber más. En términos lingüísticos hablamos de connotación y denotación. Es decir, una palabra hace relación primera al objeto, acto, situación a que se refiere. Pero también un vocablo "sugiere", hace ilación o está en función de experiencias, valores, asociaciones emotivas o intenciones... que a veces poco tienen que ver con el significado primigenio.
Es el caso de la palabra "ATEO" especialmente en un entorno social de hace años donde ser "católico" era "lo normal".
Abogo y abogaré por despojar al Sistema de Creencias de su poder calificador. Menos abusando de la metonimia social, cual sería tomar la parte por el todo. Y menos abusando de términos denotativos. Más que nada porque en el caso que nos ocupa, no guardan relación con la realidad.
Dividir a la humanidad en creyentes o no creyentes, es distorsionar la realidad. Calificar de "ateo" al que, según ellos e interesadamente, dicen que "ofende a la religión" y usar este término peyorativamente, es conceder un crédito lingüístico a la credulidad que ya no merece.
Sí, hay "ateos" y también "agnósticos", pero "curiosamente" éstos viven en la misma casa --ajada, desportillada, deteriorada y llena de goteras-- que los creyentes. Se enzarzan en diatribas sin sentido y descalificaciones mutuas sobre el mismo objeto de conocimiento. Afirmando o negando, todos se refieren a Dios. A su lado hay mansiones, patios de vecindad, edificios... donde Dios o brilla por su ausencia o es considerado como hecho cultural o antropológico. Es nuestro caso, aunque por "regusto editorial" sigamos mareando la perdiz.
Créannos que nos arrogamos el título de ser benefactores de los creyentes por un triple motivo, el primero porque intentamos hacerles razonar sobre lo que creen; otro, porque, por la vía de la confrontación, se fortalece su fe; por último, porque quizá alguno recorra el mismo camino que otros ya hemos recorrido... y lo agradecerán.
Por el hecho de no existir un término para este mayoritario grupo social que "pasa de religiones", estamos todavía a la espera de un nuevo concepto . No hay término adecuado para estos íncolas de la vida que no necesitan acudir a fantasmagorías para vivir o sobrevivir. Hemos escrito "personas normales" por decir algo, por privar a la credulidad de un término denotativo, "ateo".
Añadamos otra salvedad lingüística: los términos definitorios de "algo" en sí positivo, no pueden ser negativos. "A-teo" lo es. Un reloj no se define diciendo que no es un termómetro; un caballo no se define diciendo que es una cebra sin rayas.
Tampoco deduzca nadie que un creyente sea "persona a-normal". Persona normal es la que piensa con lo único que tiene, su sentido común, compendio de razón, cultura, educación, principios, leyes... Hay otras personas, "normales" también, que añaden algo más a eso: el imperativo dogmático-moral de Dios o de dioses. Este aditamento es el que los transforma en "creyentes". De ahí que el "otro", se quede simplemente en "normal". Piénsese en el hecho de que, en un mundo sin religiones, un creyente sería "i-rracional"
Aun así, sigo pensando que no tenemos vocablo para tal concepto y así nos va, dejándonos llevar por los tópicos lingüísticos de quienes tienen un sentido holístico de la vida y no ven más que un reino, el suyo, reino que quisieran ver instaurado o restaurado. Llaman “ateos” no sólo a quienes abiertamente combaten la idea de “dios” –y por lo mismo son creyentes en la negatividad--, sino también a aquellos que no han formado o han desechado o han prescindido de tal idea/valor para sus vidas.
En este despojo del poder de la palabra, y por elevación dignificadora, seguirán diciendo que "el Verbo, la Palabra, se hizo carne". Mensaje encriptado para mentes sesudas y recalentadas o enfervecidos adoradores. Para el resto, poca cosa. Palabras "sobre" palabra. Deum de Deo, lumen de lúmine, Deum verum de Deo vero. Ni siquiera la mayor parte de los que creen acceden al alcance de tal expresión, repetida a diario miles de veces con terca insistencia.
Para quien afirme lo contrario o simplemente, al oír tales afirmaciones evangélicas, se quede mirando a la nubecilla pasajera, es decir, para la "persona normal", no son de recibo calificativos y descalificativos. Todo eso le suena a música celestial, sones que nunca ha oído ni menos escuchado.
Sus palabras son pegotes sensibleros que sostienen como vida de su vida, pero que a la hora de la verdad, ante la ventanilla de un banco, ante la esquilmación de Hacienda o ante el drama de un accidente de tráfico, poca virtualidad les otorga.