Y llegó el tiempo de la verdad… la del cristianismo.

Hace años, exactamente en 2012, comentamos en este blog el libro de Vlasis Rassias (1959-2019), “Demoledlos” donde el autor citado hace una exhaustiva relación sobre la forma vandálica y criminal de proceder del cristianismo desde el año 313 hasta más o menos el siglo VIII.

Si los datos aportados son ciertos, y nada induce a dudar de ellos, el cristianismo, como nueva religión, merecería el más grande desprecio y el mayor rechazo  a la hora de aceptar su aportación al bien de la humanidad. Los datos son demoledores e indicativos de la perversión del incipiente cristianismo legalizado.

La primera reflexión que tal proceder suscita es el porqué de tales desmanes, aunque ya aventuramos que fue el convencimiento de que en el cristianismo radicaba la verdad sobre Dios y su relación con el hombre. Sólo Cristo era el único salvador del mundo; sólo sus discípulos eran los que habían recibido el mensaje de Dios; sólo en la Iglesia residía el legado divino; y sólo la Iglesia cristiana disponía de los medios para la salvación del hombre, administradora de la verdad y de los bienes celestiales a través de los sacramentos.

Desde su legalización en 313 la Iglesia vio claro el camino por donde discurrir. Es cierto que tuvo la oposición, no tanto administrativa cuanto dogmática, de mentes lúcidas que vieron a dónde conducía el reconocimiento legal de esta novísima religión. De nada sirvieron las denuncias. Desde ese año, 313, hasta el 381 fue efectiva en grado sumo su labor propagandística y hasta humanitaria. Su crecimiento numérico fue formidable y su connivencia con las autoridades imperiales cada vez más estrecha.

Tal deriva podría haber sido otra y algo se nos ocurre ahora, visto lo que sucedió, aunque hacer elucubraciones anacrónicas no tenga sentido alguno. Será anacrónico, pero sí es algo positivo para dar de lado hoy a una sociedad que de tal modo nació y creció. ¿Por qué la tolerancia de que había gozado el cristianismo durante más o menos un siglo, no la aplicó después a las religiones que imperaban en el Imperio romano? ¿Por qué una deriva, constatada históricamente, tan contraria al espíritu de los Evangelios?  

No sirve decir que era el espíritu de los tiempos, que ésa era la forma de proceder de las autoridades imperiales, porque precisamente el Cristianismo venía a romper y a superar la que era forma habitual de proceder de las autoridades imperiales. Si relacionamos al Cristianismo con el Judaísmo, la nueva religión era una  sucesión sustitutoria del pueblo elegido de Dios, Israel, que era el pensamiento y la esencia del pueblo judío. Para el cristianismo, según doctrina de evangelios y cartas, los judíos habían asesinado el enviado de Dios y no merecían llamarse “pueblo elegido”. Otro era ahora el “pueblo de Dios”.

Este pensamiento se fue convirtiendo en doctrina del cristianismo, la de que el pueblo de Israel pasaba a ser pueblo maldito.  Así, después de seculares y continuas persecuciones, acosos, cacerías, segregaciones, destierros, expulsiones, etc. llegó el “lógico” proyecto criminal de exterminio, la shoah, en el muy cristiano III Reich. La semilla del genocidio comenzó en esos años centrales del siglo IV.

No vamos a entrar en detalles de lo que supuso el nuevo giro cristiano. Se resume en un irrefrenable  propósito de hacer  a los paganos lo que les habían hecho a ellos, referido a la persecución de los cristianos con sucesivos emperadores a partir de Nerón. El elenco de mártires cristianos se podría multiplicar por diez o por cien referido a la represión que ellos causaron sobre el clero y el pueblo pagano reacio a admitir la nueva y oficial religión.

Fanatismo unido a venganza.

Cuando uno visita Roma y recorre las numerosas iglesias cuyo origen general está en el siglo VI, descubre que todas ellas se erigieron sobre edificios religiosos anteriores, generalmente basílicas. La destrucción de templos paganos se extendió por todo el Imperio. Se convirtieron en cantera para edificios varios o quedaron esparcidos como testimonio secular del afán “renovador” de los cristianos. Necesitaban raer del ámbito popular todo cuanto supusiera recuerdo del paganismo. Apenas quedó nada del inmenso patrimonio arquitectónico y escultórico relacionado directamente con las distintas religiones romanas, especialmente aquellas que guardaban alguna relación de semejanza con Jesucristo (religiones de los misterios, por ejemplo).

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