A pesar de ser franciscano, pensaba.
| Pablo Heras Alonso.
Guillermo de Ockam fue un filósofo y teólogo medieval cuyos supuestos filosóficos y su navaja todavía tienen vigencia, pero que en su tiempo pudieron costarle caro de no haber sido por la protección del emperador Luis IV de Baviera. Murió en Munich en 1349, víctima de la peste negra, quizá también embargado por la decepción y el miedo. Idealista de la pobreza frente a tiempos de relajación papal, entonces de turismo en Avignon (1324), siguió la línea purista de los franciscanos espirituales
De Ockham conocemos sus escritos de teología, medicina y filosofía. Fue un hombre de principios y de arrestos: acusado de herejía y amenazado de excomunión y cárcel, consiguió la protección del Emperador y fue Guillermo, a su vez, quien acusó al mismísimo Papa Juan XXII de hereje. Ahí es nada para los tiempos que corrían.
Tuvo interés por las estrellas aunque la necedad de la Iglesia más o menos se lo prohibiera (de las que sabía menos de lo que hoy puede saber un niño de Primaria). Una curiosidad derivada de sus elucubraciones: Todo efecto que Dios causa por la mediación de una causa secundaria puede producirlo inmediatamente por sí mismo.
Por ejemplo y por lo que sabemos, podemos aventurar el final de nuestra galaxia, conociendo como conocemos su velocidad de expansión y su final cierto. Hoy día sabemos que es así, puede que las estrellas ya no existan, pero nosotros seguimos viendo su luz. Y deducimos también que para este final no se necesita apelar a deidades extrínsecas que así lo decidan.
Más o menos –es a lo que venimos aquí--, lo que ha venido en llamarse “la navaja de Ockham”: No se deben multiplicar los entes sin necesidad y aquello otro de “en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable”. ¿Para qué suponer causas y cosas innecesarias cuando las explicaciones están a mano? En palabras suyas: “Todo lo que se explica usando algo distinto del acto del entendimiento, puede explicarse sin usar tal cosa distinta”. ¿Para qué deducir un dios providencia cuando los fenómenos naturales tienen explicación natural?
En este punto Ockham ya estaba condenado. Porque deduciendo todavía más de sus palabras, esa primera causa a la que acudía la filosofía de su tiempo ¡necesitará a su vez una causa! ¿Por qué pararse en el invento de un dios sin causa? Es difícil o imposible probar frente a los filósofos que no puede haber un regreso infinito en la serie de causas de la misma especie, o que una pueda existir sin la otra. Más claro... agua. Sí, esa filosofía llegaba a un diseñador, a un creador, pero la objeción es clara: ¿quién diseñó al diseñador o creó al creador? Tal filosofía es gratuita y conlleva una regresión ad infinitum, tautología o inmersión en un círculo vicioso.
En este momento la fe se pone a dar saltos en el vacío: Credo quia absurdum (Tertuliano). Se acabó la disertación. Fuera la razón. El mismo Ockham dio marcha atrás: la existencia de dios sólo se puede “demostrar” por la fe. Genial cuando lo que el hombre tiene como exclusivo para entender cualquier cosa es su razón.
A partir de esta afirmación, cualquier elucubración es posible y existe. Y de hecho así ha sido: se ha llegado a inventar hasta la infalibilidad de un hombre; la inmaculada concepción; la transustanciación; la presencia real... Pues vale, porque así ha procedido la muy digna Iglesia Católica, inventando aporías para justificar absurdos previos.
Pues a pesar de los pesares "ockhamistas", la Iglesia ha multiplicado los entes sin necesidad y nos dice la vida de la fe es más compleja y rica que la vida normal.