"Los abrazos más sinceros y entrañables en España los he recibido de los pobres" Mis amigos madrileños, los "sin techo" de San Antón
El periodista nicaragüense, exiliado político de la dictadura de Daniel Ortega, narra su experiencia de voluntariado en la iglesia madrileña de San Antón
Israel González Espinoza, corresponsal en Centroamérica
Tras escribir El duro exilio, con la patria al hombro asumí en España una “pequeña deuda” que hoy, con éstas breves líneas quiero ayudar a saldar: Esto va para mis amigos sin techo de la iglesia de San Antón de Madrid.
Al llegar a España, a la gran capital madrileña, lo que más me impactó fue la indiferencia que sienten los más pobres y marginados en las plazas y parques por parte de los ciudadanos que conviven en la gran metrópoli.
Casi nunca, en el mes que estuve en la capital de España, vi un gesto de solidaridad, de ternura o empatía con éstos hombres y mujeres que sólo piden una mano amiga, que poseen una historia de sufrimiento de vieja data o golpeados por la crisis económica de hace diez años. Me dí cuenta que, como en varias sociedades del primer mundo; los pobres ya no eran más que números.
Sí, números y nada más. Está bien que disminuya la tasa de desempleo (aquí le llaman “paro”) y que tengamos más afiliados a la Seguridad Social. También se aprecia que cada vez menos jóvenes españoles tengan que emigrar a Berlín o Londres para obtener un trabajo calificado de acuerdo a su capacidad y estudios, pero, llegué a la conclusión que en Madrid, la pobreza era algo más en el paisaje urbano.
Lo peor de todo es que a los madrileños no parece importarles en lo absoluto las condiciones precarias en que se juegan la vida los más pequeños de la sociedad en la que todos están inmersos. Ningún país que se aprecie de tener una democracia tan robusta y fuerte, como la española, puede –o debe-, permitirse el lujo que los marginados y excluidos del sistema merodee las noches sin un techo digno o un plato de comida que permita dignificarles su condición plena de ciudadanos.
Vengo de un país –Nicaragua-, dónde la pobreza alcanza más del 40% de la población. La mayoría, apenas no alcanza llegar a 1 euro al día en su bolsillo para suplir sus necesidades básicas. Lo que hace la diferencia entre cómo se hace frente al flagelo de la desigualdad es una palabra a las que muchos de vuestros políticos, incluso aquellos que se profesan cristianos, le tienen pavor: solidaridad.
El papa Francisco suele fustigar con dureza que la sociedad europea en su conjunto no suele afrontar con todo el sentido de responsabilidad debido el problema de los refugiados. También señala que todos estamos llamados a dejar nuestra pasividad o zona de confort para abajarnos y sentir la carne sufriente de Cristo en medio de aquellos que la lógica del mercado-tener-poder ha excluido, o simplemente, desechado porque ya no los considera útiles, en el caso de nuestros adultos mayores o nuestros jóvenes que han caído en las garras de las gangas juveniles, la marginación social de un campamento precario o la falta de un empleo bien remunerado.
Como extranjero, exiliado político, pero también como ciudadano de este mundo; alzo mi voz y pregunto a la sociedad española: ¿Acaso estamos normalizando algo que no es normal? ¡Ojo! La pobreza no es normal. Excluir a jóvenes, desempleados, ancianos, emigrantes ¿Es la norma o es una simple anestesia de la conciencia? ¿Acaso marcar una “x” en la declaración de la renta (ya sea a la Iglesia o fines sociales) nos exime de nuestra responsabilidad que tenemos de velar, promover e incentivar la vida de aquellos que la han tenido más difícil que nosotros para superarse en un entorno cada vez más competitivo?
Durante un mes, estuve como voluntario en la iglesia de San Antón, que regenta valientemente el padre Ángel con un equipo vibrante y valioso de voluntarios. En la medida de lo posible, se trata de solucionar los problemas más acuciantes y urgentes de los sin techo que visitan dicho templo, que también ahora es centro social.
Y aquí, aunque los pobres suelen llegar a raudales; no son “simples números” que están bien en los informes que se presentan anualmente. Aquí, a todos se les recibe con una sonrisa. A “María y José”, el matrimonio que quedó sin nada en la crisis; al “Gallego”, que nos cuenta historias de supervivencia en el frío madrileño – se le agradecen las lecciones para alguien que viene del trópico-, al “Sevillano” que nos hace sacar una sonrisa con alguna ocurrencia dicha en plena tensión de trabajo. A la señora “Gertrudis”, que llega con la alegría de recibir un poco de cariño y amor en medio de la soledad y que me decía que “llegaría muy largo” por mi “forma maja” de atender a la gente (hasta me dijo que me parecía a su padre).
No son números fríos. Son los amigos que uno va haciendo en esta vida. A parte de la sociedad española se le ha enfriado el corazón, sobre todo en las grandes ciudades. Gracias a ellos, puedo decir que ahora conozco un poco más este gran país, lo bueno y lo malo. Me atrevo, es más, a decir que los abrazos y besos más sinceros y entrañables que he recibido en España han sido por parte de ellos.
En San Antón y en Mensajeros de la Paz, los pobres no son números. Tienen rostro, historia, pasado y futuro. A todos y cada uno, se le trata de ayudar en la medida de las posibilidades de la oenegé fundada por un cura revolucionario de Asturias –el padre Ángel-, que comprendió que Jesús en el mismo Evangelio había dado una órden a sus discípulos: “A los pobres siempre los tendrán entre vosotros… (Pero) Denles ustedes (los cristianos) de comer”.
Hoy domingo los pobres también tienen derecho a comer. En San Antón hemos dado 250 desayunos gracias al apoyo de nuestros voluntarios y los de la @fundacionmapfre. pic.twitter.com/MScsYVscU0
— Mensajeros de la Paz (@Padre__Angel) 9 de junio de 2019
Les digo con sinceridad. Los sin techo de San Antón me han cambiado la vida. Me han hecho más sensible, más abierto a escuchar más y juzgar menos, a tener una palabra justa y adecuada para dar ánimos, a comprender que todos podemos hacer algo para hacer este mundo más justo.
Hoy, me toca vivir un poco el exilio dentro del exilio, a miles de kilómetros de mis amigos sin techo de San Antón; pero –a las puertas del verano-, quiero apelarles a su corazón y su conciencia, y si son cristianos a su fe: El mar y los viajes estarán siempre en el mismo lugar. Pero nuestros amigos sin techo necesitan una mano y hoy estoy largo para poder darla. ¿Te animarías a ser voluntario en este verano en la iglesia de San Antón? Te puedo asegurar que lo que ganarás es mucho más de lo que podés dar.
Y a mis amigos de San Antón, un abrazo lleno de cariño, de parte de su amigo, “el Nica”.
Desde algún lugar de Europa, en el exilio, 11 de junio de 2019.