“BUENA” Y “MALA” PRENSA

Nunca –casi nunca- , la Iglesia “oficial”, ni como institución ni como grey- “parte selecta” del pueblo de Dios-, se llevó bien con la prensa. Ni siquiera, en frecuentes y significativas ocasiones informativas, con la prensa “propia” por ideología y aún por financiación económica, mediante los cauces tan sutiles de los que dispone, unos confesables y otros no tanto, de tal modo que sea preciso el recurso a sigilos casi- sacramentales para su discreta administración.

. La prensa, en la rica pluralidad de sus acepciones técnicas presentes y futuras, está felizmente condenada a entenderse con la Iglesia. La concomitante y corresponsal relación entre una y otra es esencial para la para la existencia de ambas.

. La prensa- prensa es evangelio. Es palabra de Dios Y esta se halla además defendida por leyes y procedimientos jurídico- administrativos en los contextos democráticos al uso en los países de sus referencias principales, al menos teóricamente dispuestos a su recurso en los organismos internacionales de sus competencias respectivas, algo que no siempre acontece en la Iglesia, por su decantada condición “teocrática, que se intentan invocar con “advocaciones” y con argumentos diversos.

. Sin prensa, y sin su capacidad de servicio a la verdad, por encima de todo y de todos, la difusión del evangelio resultaría imposible e inviable. El Papa Francisco, por citar un ejemplo clamorosamente elocuente, no existiría, o se tendría del mismo un remedo desdichado, mentiroso y falaz, en beneficio de intereses en permanente y escandalosa contradicción con el evangelio.

. Solo por la circunstancia de la difusión de la buena noticia que en su relación con el Papa contribuye a efectuar la prensa, ya deberían esta y sus profesionales aspirar a su hipotética canonización, en el que caso en el que todavía se llegara a tiempo de que a tales procedimientos canónicos no les sobraran tan importantes dosis de la hipocresía y de la política que las caracterizan, y de las que hoy ya se tiene plena y documentada conciencia en casos concretas y determinados.

. Gracias a la prensa – a esta prensa- tenemos el Papa que tenemos y que se sigue llamando Francisco. Gracias a ella, y a los datos, signos y señales que aporta con generosidad y audacia, santa por demás, no se apagó definitivamente la esperanza de muchos de los colectivos cristianos, o no. Gracias a ella, el Espíritu no dejó de avivar los rescoldos de redención y de vida, imprescindibles en la marcha y desarrollo del mundo, casa de todos, y brillante referencia tan teológica como ecológica, en el organigrama de la pastoral, bien entendida y ejercida como ministerio.

. La prensa- toda ella y más si de alguna forma intenta hacerse activa y presente como “religiosa”, es –ha de ser- autónoma. Por santos, canónicos y jerárquicos que sean los argumentos que se inventen y aporten para justificar y administrar silencios e informaciones al dictado de nadie ni de nada, es prensa la prensa y, por tanto, ni es ni será evangelio – palabra de Dios. Lo será, a lo más, del diablo, “¡Ave María Purísima¡”- y de sus secuaces.

. La prensa no es culpable de la imagen que en determinados ambientes, gremios y sectores sociales, políticos, religiosos y convivenciales define e identifica a la Iglesia. Los culpables son sus protagonistas y quienes pretendieron comprar y mantener los silencios con complicidad, con dinero y hasta con el falaz y blasfemo razonamiento de que “ahorrarse escándalos”, es hacer y edificar Iglesias e iglesias.

. La desaparición de los ceroferarios habrá de ser preocupación fundacional en la Iglesia. “Su” prensa oficial huele a incienso por todos sus poros. Sus estadísticas, números y apreciaciones se hinchan, o desinflan, en proporción a intereses concretos, “non sanctos”-, al igual que acontece en las parcelas de la información política, social o económica. Las aspiraciones jerárquicas a aparecer en los medios de comunicación, sin excluir a los señalados con los atractivos colorines, son similares a los de quienes viven de eso y para eso.

. Una confesión sacramental, con previo y exigente examen de conciencia, propósito de enmienda, dolor de corazón y reparación debida, habrá de practicarse oficialmente en la Iglesia en su relación con la prensa, para su cristianización al servicio del pueblo, en la defensa de la libertad y de la fidelidad al evangelio. La “letanía” que incluía la alusión explícita y tenebrosa a “los crímenes de la prensa impía y blasfema”, todavía tiene aceptación y vigencia en sectores ortodoxos, con la aquiescencia y las bendiciones de miembros de la jerarquía. “Verdad” y “libertad” se relacionan a la perfección e indisolublemente, aunque su defensa no haya sido todavía tan distintiva como en el caso pastoral y teológico de la referida a los matrimonios como sacramentos…

. ¿Cómo la “buena” y la “mala” prensa , por citar recientes ejemplos, distribuirían y comentarían la noticia contenida en el Código de Derecho Canónico vigente, en su canon 331, acerca de “potestad suprema, plena e inmediata y universal del Vicario de Cristo”, y más a la luz de la doctrina de san Pablo (I Cor, 1,25) proclamando y exaltando nada menos que “ la debilidad de Dios”?
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