CAMPANAS, CAMPANARIOS Y CAMPANEROS

Los centros de referencia -ocupación y preocupación- no son, ni solo ni fundamentalmente, los “instrumentos de metal “, sino la repercusión de los mismos en la vida y liturgia de la comunidad eclesial a la que marcan ritmo y sentido. De todas maneras, es de actualidad reseñar, entre otros, el dato de que estas aleaciones sonoras del hierro y del bronce estuvieron ya en uso en la antigua cultura china, y después en la romana. En esta, y con el nombre de “tintinábuli”, eran otras tantas señales que regían los pasos y las actividades ordinarias y extraordinarias de pueblos y ciudades, sobre todo “ad consortium boni operis”. En las catacumbas se han encontrado buenos ejemplares.

Pero fue en los monasterios de la región italiana de la Campania en donde los sones iniciaron el camino de la religiosidad comunitaria, característica y esencial en la Iglesia. Con la total seguridad de que los lectores de RD., además de otros idiomas, “saben latín”, no pocos de estos ejemplares “campaneantes” se expresaban en fiel conformidad con el lema ornamental que en la lengua del Latio, refería lo siguiente: “Vox mea, vox vitae; voco vos ad sacra, venite;/ laudo Deum verum,/ plebem voco, congrego clerum,/ defunctos ploro,/ nimbum fugo, festa decoro”. Fama internacional meritoria tuvieron las campanas de catedrales como las de Ulm, Chartres, Ruán, Friburgo, Colonia, con resonante mención para la de Toledo , con nombres de “María Gloriosa”, impuestos el día de su colocación –“bautismo”- en los campanarios, a los que coronaba un gallo “vigilante y feroz”, además de un campanil, sobre el que se fija una cruz.

Es de enaltecer el valor comunitario que por vocación y “ministerio” poseían y poseen las campanas, que también eran relojes medidores del tiempo, para quienes conformaban los colectivos, que los campanarios hacían las veces de torres de vigilancia y defensa y que, añadidos a iglesias y templos, eran y siguen siendo signos inequívocos de sacralización y religiosidad del paisaje, tanto cívico como rural…

Pero los tiempos, por santos que sean, han cambiado con vértigo y velocidades, insoportables para algunos, en casi todo orden de cosas, hasta, por ejemplo, convertir y justificar muchos, los mismos campanarios predilectamente en lugares privilegiados en los que aves zancudas hacen sus nidos, con cuantas garantías y tutelas ecológicas sean precisas para que sus cigoñinos puedan volver a los mismos el día de mañana, con la seguridad idéntica, y aún superior, a la que pudieran hacerlo emigrantes desplazados aunque tengan en regla todos sus “papeles”, con inclusión del DNI respectivo.

Los tiempos han cambiado, y por lo que respecta a las campanas y a los campanarios, no lo han hecho, de tal forma, que con sobriedad, sentido común y Biblia sagrada – evangelios- demandan la referencia de al menos, estos claros e inteligibles ejemplos:

1- Aprovechando la reforma de un templo parroquial de Madrid, algún pío feligrés tuvo la ocurrencia de informar que de cierto pueblo abandonado de la Sierra Leonesa habían sido robadas las campanas de su iglesia, por lo que, antes de que los “robacampanas” terminaran con una sola que quedaba, él la compraría y la regalaría a la susodicha parroquia de la capital de España que por cierto, y por eso de los decibelios administrativos, carecía de campanario, con lo que tal regalo y su complemento incrementó el presupuesto de la reforma, aunque en límites moderados.

2- En un pueblo de la Sierra de la Comunidad Autónoma de Madrid, en el que pasan sus “fines de semana” los cansados del ajetreo profesional y laboral, refugiados en su silencio, al manso rugido de vacas, a primera hora – ocho de la mañana- de los domingos y “puentes”, es decir, “fiestas de guardar”, su celoso párroco ha programado echar al vuelo las campanas para convocar a una misa , a la que suelen “asistir” un par de docenas de feligreses y añadidos…

3- En un barrio obrero pacense, es decir, de la ciudad de Badajoz, un templo parroquial, de reciente construcción, necesita un campanario, por lo que frecuentes colectas han de predicarse y efectuarse con este “lujoso” propósito…

¿Para qué, y a quienes, convocan hoy las campanas, en unos tiempos tan poco, o nada, monásticos, por mucho que se empeñen, y las echen de menos, algunos curas y obispos? ¿Qué significan las campanas, cuando ni siquiera los ruidos de la llamada “civilización y progreso” permiten ser escuchadas, con el veto “impío y blasfemo” administrativo municipal, de los decibelios?

¿Qué actualidad académica tienen las frases “dar la campanada” y “oír campanas y no saber donde “, aplicadas a estamentos clericales? ¿Quién puede hoy vanagloriarse purpúreamente, de que “para campana grande/ la de Toledo/, que caben siete sastres/ y un zapatero/ y, tocando a maitines,/ el campanero” (La referida y canturreada campana toledana, “tiene siete metros de circunferencia y pesa 16, 978 kilos, o, lo que es lo mismo, 1,543 arrobas)

¡Cómo cambian los tiempos y cómo no acaban de cambiar ciertas personas , organismos e instituciones férreamente empeñadas en seguir siendo administradores/as exclusivos/as en esta vida y en la otra, del orden, moral y organización de sus feligreses/as, súbditos/as a perpetuidad…¡
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