”A CAPA Y ESPADA”

Participo en el “juego floral” que mantiene el director de RD. a propósito de la “capa manga” del cardenal arzobispo de Valencia, no sin antes dejar clara constancia de que lo hago, no por motivos puramente ociosos o prejubilables, sino sanamente pastorales, y al dictado de los reiterados afanes del papa Francisco a favor de la renovación –reforma de la Iglesia, comenzando por el principio, es decir, por sus símbolos, que son los que ama, entiende y reverencia el pueblo de Dios.

. La capa –“prenda de vestir, larga y suelta, sin mangas, abierta por delante, que se lleva sobre los hombros, a modo de vestido”-, alcanzó bien pronto en el contexto religioso- cultural, categoría jerárquica. Lógicamente, para disfrutar de tal prestigio litúrgico, tuvo que apropiarse del adjetivo de “magna”, en cuya confección “aurifrisium”, se hiciera presentes el oro -“auri”- con generosidad ostentosa.

. Su uso se generalizó en la historia de la Iglesia ya en el siglo XI, conservándose bellos y ricos ejemplares en los museos catedralicios. A todas las capas las distinguen los brocados –“ribetes de tela entretejida con oro o plata, de modo que el metal forme dibujos en la haz”. El “cucullus” – accesorio en uso para los días de lluvia - “capa pluvial”-, se suprimió prestamente, reducido a un trozo de tela triangular que sirve de adorno.
. El broche que une los dos extremos de la capa, a modo de pectoral, es digno de alabanzas y estudios, como singular y preciosa obra de arte. Su importancia ornamental es patente.

. Todos los ministros “de báculo y mitra” vistieron y visten la capa - en latín “cappa”- magna, “en funciones, pontificales, litúrgicas y actos capitulares, procesiones, bendición con el Santísimo, Candelas, imposición de la cenizas y Ramos”. Se completa la información con la reseña de que el color de las capas cardenalicias es rojo, y violeta la de los obispos y arzobispos. El término “muceta” –“capa magna acortada”, es de procedencia italiana y su uso es reducido.

. En la amable y amistosa peripecia de alusiones periodístico –cardenalicias, resultaría improcedente echar en olvido que la “cappa” fue ya desde sus orígenes romanos , la “lacerna”, “prenda eminentemente militar” , por excelencia, por jerarquía y por poder y poderes omnímodos. Esto significa que, al margen, o sobre, cualquier comportamiento y alusión “pastoral”, por sencillo, humilde, modesto, bondadoso y pobre que se sea, o se intente ser, la “capa magna” llevará consigo, y detrás de sí, un cortejo de beligerancias y procederes militares, muy por encima de cualquier interpretación y ponderación religiosa y, por supuesto, evangélica.

. En lenguaje semántico bíblico, por muy litúrgico que todavía sea, la “capa magna”, la lleve quien la lleve, y sea del color que sea, y más con su broche, evangelizarse y evangelizar resultará tarea difícil, es decir, imposible, sobre todo después del concilio Vaticano II. Si a esto se le añade la amable, cordial, coloquial y amistosa “renuncia” a la “infalibilidad pontificia” efectuada recientemente por el papa Francisco, el uso e interpretación de los símbolos litúrgicos acaban de iniciar un feliz y fructífero proceso de revisión y reforma, sin posibilidad de retorno.

. Solo a la luz de estas clementes y salvadoras interpretaciones alcanzan pleno y orientador sentido, los dichos populares con rango académico, sinceros, ascéticos e inteligibles, que ofrece el Diccionario de Autoridades, tales como “ Hacer de la capa un sayo”, “A capa y espada”, “Capear”, “De capa caída”, “ Echarle una capa –“capote”- al toro”, “La noche es capa de pecadores”, “Robarle a alguien la capa” “Tirarle a uno de la capa”. “Una buena capa todo lo tapa”….y otras.

En la pastoral y en la teología, en cristiano y sempiternamente, para obispos, arzobispos, cardenales y papas, sacerdotes y laicos, la capa tendrá que hacerse siempre presente como la media capa de san Martín, obispo de Tours, partida –compartida- con un pobre mendigo…
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