EL CARDENAL DEL VINO
Esta leyenda, como la mayoría de ellas, tiene sabor agridulce. Y, por supuesto, acentuadamente anticlerical, y más si se sitúa en tiempos medievales, renacentistas, sin rehuir también los actuales, en los que los mismos representantes máximos de la autoridad eclesiástica no siempre, ni mucho menos, fueron claras y edificantes referencias de vivir evangélico.
Y en la leyenda se refiere en este caso que un Cardenal de la Iglesia Romana, de procedencia germana, y en viaje ritual a Roma a efectuar la llamada visita “ad límina” en su calidad de arzobispo, envió por delante a su secretario particular con diversas misiones. De entre ellas destacaba la gestión de preparar los aposentos cardenalicios por los pueblos y ciudades por los que había de transitar con todo su cortejo. La leyenda no se ahorra detalles, como el de exigirle a su secretario que probara, y se percatara convenientemente, acerca de la calidad de los vinos que se producían en los territorios por los que pasaban los caminos.
De la consigna indicadora del reconocimiento de la calidad habría de dejar constancia el obediente y obsequioso secretario, en la fachada de una de las primeras casas del pueblo o de la ciudad, mediante la inscripción de la palabra latina “est”, con la lógica traducción de “es o está bueno”. A su paso por la comarca italiana de Castelli, con mención para pueblos tan sacrosantamente vitivinícolas como Frascati, Albano, Rocca di Papa o Castelgandolfo…, el término latino “ est” se repitió gozosamente , con expresa indicación de calidades muy soberanas.
Resultó tan generosa, culta y bien servida tal indicación, que malévolamente la leyenda refiere que el Cardenal no pudo alcanzar la culminación de su viaje canónico a Roma, a consecuencia de que fue tanto el vino que bebió, que se murió en tan plácido, ferviente y purpúreo empeño.
Desde entonces, y aprovechando jugosamente el sentido y contenido de la “epopeya” cardenalicia, una marca de aquellos lugares comercializa parte de su producto con el lema de “est, est, est”, y la sencilla explicación en el idioma del Latio fácilmente traductible : “Propter EST, Cardinalis mortuus est”.
La leyenda pro vitivinícola es posible que haya contribuido a cerrarles las puertas a Roma a algunos de sus potenciales visitantes, no catadores del buen vino, esgrimiendo el contenido de otra frase latina que refiere que “Roma veduta, fides perduta”, en alusión a inexplicables exageraciones que las riquezas pontificias podrían haber justificado en la Ciudad Eterna, de cuyos palacios vaticanos, por ejemplo, se asegura que cuentan con 12,523 ventanas, 10,000 habitaciones y 997 tramos de escaleras y en cuyo interior se halla la residencia del Papa.
La historia, que no la leyenda, asegura y confirma que el Papa Francisco no hace uso de tantas grandezas y se conforma, feliz y evangélicamente, con vivir en una residencia monástica.
Y en la leyenda se refiere en este caso que un Cardenal de la Iglesia Romana, de procedencia germana, y en viaje ritual a Roma a efectuar la llamada visita “ad límina” en su calidad de arzobispo, envió por delante a su secretario particular con diversas misiones. De entre ellas destacaba la gestión de preparar los aposentos cardenalicios por los pueblos y ciudades por los que había de transitar con todo su cortejo. La leyenda no se ahorra detalles, como el de exigirle a su secretario que probara, y se percatara convenientemente, acerca de la calidad de los vinos que se producían en los territorios por los que pasaban los caminos.
De la consigna indicadora del reconocimiento de la calidad habría de dejar constancia el obediente y obsequioso secretario, en la fachada de una de las primeras casas del pueblo o de la ciudad, mediante la inscripción de la palabra latina “est”, con la lógica traducción de “es o está bueno”. A su paso por la comarca italiana de Castelli, con mención para pueblos tan sacrosantamente vitivinícolas como Frascati, Albano, Rocca di Papa o Castelgandolfo…, el término latino “ est” se repitió gozosamente , con expresa indicación de calidades muy soberanas.
Resultó tan generosa, culta y bien servida tal indicación, que malévolamente la leyenda refiere que el Cardenal no pudo alcanzar la culminación de su viaje canónico a Roma, a consecuencia de que fue tanto el vino que bebió, que se murió en tan plácido, ferviente y purpúreo empeño.
Desde entonces, y aprovechando jugosamente el sentido y contenido de la “epopeya” cardenalicia, una marca de aquellos lugares comercializa parte de su producto con el lema de “est, est, est”, y la sencilla explicación en el idioma del Latio fácilmente traductible : “Propter EST, Cardinalis mortuus est”.
La leyenda pro vitivinícola es posible que haya contribuido a cerrarles las puertas a Roma a algunos de sus potenciales visitantes, no catadores del buen vino, esgrimiendo el contenido de otra frase latina que refiere que “Roma veduta, fides perduta”, en alusión a inexplicables exageraciones que las riquezas pontificias podrían haber justificado en la Ciudad Eterna, de cuyos palacios vaticanos, por ejemplo, se asegura que cuentan con 12,523 ventanas, 10,000 habitaciones y 997 tramos de escaleras y en cuyo interior se halla la residencia del Papa.
La historia, que no la leyenda, asegura y confirma que el Papa Francisco no hace uso de tantas grandezas y se conforma, feliz y evangélicamente, con vivir en una residencia monástica.