CIRCOS “LITÚRGICOS”
Además de la definición de “circo” del diccionario de la RAE, de “lugar destinado por los antiguos romanos para algunos espectáculos, especialmente para las carreras de carros y de caballos”“, destaca otra más común y popular de “edificio o recinto cubierto por una carpa, con graderío para espectadores, que tienen en medio una o varias pistas donde actúan profesionales, malabaristas, equilibristas y otros…” Las acepciones coloquiales de “confusión, desorden o caos” las pasó por alto en esta ocasión por resultar perversas y absolutamente inverosímiles.
Con respeto, y lisa y llanamente, la conjunción de los términos “circo” y “liturgia” se ajustan con aproximación, a la dimensión, comparecencia y manifestación de no pocos actos públicos de expresión de fe y de culto en ocasiones diversas y, a veces, con carácter e intención oficial de que es exactamente en los mismos en los que la religiosidad es veraz, por lo que ha de tener plena y gloriosa acogida y consideración.
. La liturgia actualmente vigente, también en la Iglesia católica, apostólica y romana, sagrada por naturaleza y por vocación, precisa de urgente y profunda revisión, incapacitada de por sí para haber sido respuesta de evangelización en la Edad Media, y, con los mismos elementos, a la vez, tener que seguir siéndolo en la actualidad. De esta necesidad se hace eco con frecuencia y razonamientos el Papa Francisco, con propósito de enmienda y siempre con la prudente espera de que tiempos y personas favorezcan los cambios, o al menos no entorpezcan los caminos con susceptibilidades y apercibimientos poco menos que cismáticos.
. Se trata de una profunda y revolucionario conmoción en la valoración- educación de la fe, identificada en el presente en exclusiva, o fundamentalmente, con manifestaciones espectaculares y masivas, con expreso encargo de sus responsables de que también las informaciones oficiales distribuidas a los medios de comunicación no escatimen números y adjetivaciones al destacar cantidades de participantes, por la escueta y elocuente razón de que la capacidad del recinto o del espacio no lo permite, aportando además números municipalmente mucho más fiables.
. Fe, multitud, millones y aún “miles de millones” en lenguaje fervoroso festivo o reparador, no son términos fiables con los que se expresen sus sentimientos, convicciones y deseos, las personas cultas, aún en los casos en los que la devoción y la piedad contribuyan a perder o equivocar las debidas proporciones de lugar y de tiempo.
. Aún más, en las informaciones acerca de las “manifestaciones religiosas”, habría de tener permanente cabida la petición penitencial del “líbera nos, Dómine”, dado que en su organización, programación y elección de eslóganes, jaculatorias y pancartas, presidencias, signos y representaciones, una parte importante responde en no pocos casos, sobre todo a afanes reivindicatorios, no siempre infalibles, así como, en otros, a programadas intenciones catequéticas de superar al “enemigo” en griteríos, cantares y aclamaciones, o en recorridos por calles, plazas o espacios infinitos.
.La fe, de por sí, no es clamorosa o vocinglera. Y además, y sobre todo, más que salmos y “Cantar de los cantares”, hábitos, cruces, estandartes, distinciones y colores, es conducta y norma de vida en sintonía con el evangelio y ejemplos de Jesús, sin la obligatoriedad del “Visto Bueno” y de las indulgencias canónicas. La fe no es espectáculo, ceremonia o procesión. Ni teatro o concurrencia. Ni siquiera es “auto de fe”. Es vida, ética y consciente, y remozada conexión con Dios que sempiternamente tiene en cuenta, parte y termina en el servicio a la comunidad.
. La liturgia, en sus habituales expresiones sobre todo en las solemnidades, que es cuando se ofrece y presenta como más oficial, representativa y evangelizadora, distrae a los asistentes -¿participantes?-, quienes en número cada vez más reducido se ven obligados a hacerse presentes en calidad de “autoridades” o como miembros de organizaciones, cofradías, hermandades u otras entidades de tipo “religioso”
. A la liturgia le faltan catequesis y evangelio. Le sobran rutinas, vanidades y misterios. Además, sus protagonistas son siempre y en exclusiva, hombres, jerarcas, siervos impenitentes de rituales movimientos piadosos, con gestos y ceremonias difícilmente homologables con los que nos expresamos, nos entendemos y nos “apañamos” en la vida social, política, familiar o profesional.
. La liturgia que ni se entienda, ni a través de la cual sea posible crear, mantener y acrecentar la relación con Dios mediante el servicio a la comunidad, indefectiblemente reivindica su renovación profunda. Al menos, de momento, nos conformaríamos con que se hiciera todo lo posible por salvaguardar la sencillez, liberarla del uso de ciertos “ornamentos” que además, y contradictoriamente, no hay rubor para catalogarlos de “sagrados”, prestándole atención a la “desteatrización –“des-hipocresía”- de tantas ceremonias, ritos, pompas y vanidades mundanas, que rememorarán muchos, como objetos de culto a sus propias personas, o como otras tantas peripecias y escenas afines a las propiamente circenses.
Con respeto, y lisa y llanamente, la conjunción de los términos “circo” y “liturgia” se ajustan con aproximación, a la dimensión, comparecencia y manifestación de no pocos actos públicos de expresión de fe y de culto en ocasiones diversas y, a veces, con carácter e intención oficial de que es exactamente en los mismos en los que la religiosidad es veraz, por lo que ha de tener plena y gloriosa acogida y consideración.
. La liturgia actualmente vigente, también en la Iglesia católica, apostólica y romana, sagrada por naturaleza y por vocación, precisa de urgente y profunda revisión, incapacitada de por sí para haber sido respuesta de evangelización en la Edad Media, y, con los mismos elementos, a la vez, tener que seguir siéndolo en la actualidad. De esta necesidad se hace eco con frecuencia y razonamientos el Papa Francisco, con propósito de enmienda y siempre con la prudente espera de que tiempos y personas favorezcan los cambios, o al menos no entorpezcan los caminos con susceptibilidades y apercibimientos poco menos que cismáticos.
. Se trata de una profunda y revolucionario conmoción en la valoración- educación de la fe, identificada en el presente en exclusiva, o fundamentalmente, con manifestaciones espectaculares y masivas, con expreso encargo de sus responsables de que también las informaciones oficiales distribuidas a los medios de comunicación no escatimen números y adjetivaciones al destacar cantidades de participantes, por la escueta y elocuente razón de que la capacidad del recinto o del espacio no lo permite, aportando además números municipalmente mucho más fiables.
. Fe, multitud, millones y aún “miles de millones” en lenguaje fervoroso festivo o reparador, no son términos fiables con los que se expresen sus sentimientos, convicciones y deseos, las personas cultas, aún en los casos en los que la devoción y la piedad contribuyan a perder o equivocar las debidas proporciones de lugar y de tiempo.
. Aún más, en las informaciones acerca de las “manifestaciones religiosas”, habría de tener permanente cabida la petición penitencial del “líbera nos, Dómine”, dado que en su organización, programación y elección de eslóganes, jaculatorias y pancartas, presidencias, signos y representaciones, una parte importante responde en no pocos casos, sobre todo a afanes reivindicatorios, no siempre infalibles, así como, en otros, a programadas intenciones catequéticas de superar al “enemigo” en griteríos, cantares y aclamaciones, o en recorridos por calles, plazas o espacios infinitos.
.La fe, de por sí, no es clamorosa o vocinglera. Y además, y sobre todo, más que salmos y “Cantar de los cantares”, hábitos, cruces, estandartes, distinciones y colores, es conducta y norma de vida en sintonía con el evangelio y ejemplos de Jesús, sin la obligatoriedad del “Visto Bueno” y de las indulgencias canónicas. La fe no es espectáculo, ceremonia o procesión. Ni teatro o concurrencia. Ni siquiera es “auto de fe”. Es vida, ética y consciente, y remozada conexión con Dios que sempiternamente tiene en cuenta, parte y termina en el servicio a la comunidad.
. La liturgia, en sus habituales expresiones sobre todo en las solemnidades, que es cuando se ofrece y presenta como más oficial, representativa y evangelizadora, distrae a los asistentes -¿participantes?-, quienes en número cada vez más reducido se ven obligados a hacerse presentes en calidad de “autoridades” o como miembros de organizaciones, cofradías, hermandades u otras entidades de tipo “religioso”
. A la liturgia le faltan catequesis y evangelio. Le sobran rutinas, vanidades y misterios. Además, sus protagonistas son siempre y en exclusiva, hombres, jerarcas, siervos impenitentes de rituales movimientos piadosos, con gestos y ceremonias difícilmente homologables con los que nos expresamos, nos entendemos y nos “apañamos” en la vida social, política, familiar o profesional.
. La liturgia que ni se entienda, ni a través de la cual sea posible crear, mantener y acrecentar la relación con Dios mediante el servicio a la comunidad, indefectiblemente reivindica su renovación profunda. Al menos, de momento, nos conformaríamos con que se hiciera todo lo posible por salvaguardar la sencillez, liberarla del uso de ciertos “ornamentos” que además, y contradictoriamente, no hay rubor para catalogarlos de “sagrados”, prestándole atención a la “desteatrización –“des-hipocresía”- de tantas ceremonias, ritos, pompas y vanidades mundanas, que rememorarán muchos, como objetos de culto a sus propias personas, o como otras tantas peripecias y escenas afines a las propiamente circenses.