Cristianos desmilitarizados
Por multitud de razones/sinrazones, muchos cristianos dan la impresión de ser y estar militarizados a perpetuidad y aún con mayores y más altos índices y consideraciones de piedad y de reconocimiento de los “oficialmente” buenos, encargados de impartir grados de virtudes y honras “religiosas”. Se dice y se argumenta, que “el cristiano es de por sí militante” con todas sus consecuencias en sus tareas ascéticas, y que de no serlo ya, o no aspirar a serlo, es –o será- digno de reprobación y condena. Esto no obstante, y en conformidad con ejemplos de vida y adoctrinamientos evangélicos, es la paz, y no la guerra, “santo y seña” de los discípulos que siguieron y siguen a Jesús.
Por eso, y como acontece en el ámbito militar, todo está reglamentado en la Iglesia.. Sobre la propia iniciativa y aún sobre la conciencia, mandan en ella los cánones y las disciplinas. Si pretenden ser y ejercer los cristianos como tales y recibir la medalla del reconocimiento “oficial” a sus méritos, o firmaron ya los correspondientes votos de “obediencia “ciega”, o han de estar en disposición de hacerlo lo antes posible. Lo de la inspiración personal, “por la gracia de Dios”, rondará siempre las fronteras de la heterodoxia.
Las promesas, y en su defecto, “pecados”, o castigos, considerados como garantes de su total sometimiento a lo establecido canónicamente, tienen valor indefectible en esta vida y además en la otra. La expresión “palabra de Dios” y la “voluntad del Señor”, firma, confirma y reafirma la única opción que pudiera ser válida en tantos otros ámbitos conscientes de la vida, lo mismo personal que colectivamente.
La actualidad del “ ordeno y mando¡”, que no siempre coincide con el servicio al pueblo, se ha mitificado y sacralizado en tales proporciones dentro de la Iglesia, de su ascética y de su doctrina en general, que sólo pensar en olvidarla, interpretarla a su manera o rechazarla, llevaría consigo la expulsión del colectivo eclesial formado “ejemplarmente” por reputados clérigos o asimilados. La ausencia de laicos y laicas de todo examen de comportamientos e ideas “religiosas”, sobrepasa con creces los ordenamientos vigentes en las legislaciones civiles y aún penales.
La plena identificación de la voluntad de la autoridad “eclesiástica” con la de Dios, reclama a grito abierto revisiones postconciliares, con urgencia y denodadamente, con la seguridad de que en su interpretación literal y práctica, se han de encontrar acciones y actuaciones heréticas y ,en ocasiones, faltas de sentido común y ajenas a la realidad de la vida, vista e interpretada esta, con criterios clericales. La tan acentuada clericalización de la Iglesia, todavía imperante, está condenando al exilio “oficial” a multitud de laicos –ellos y ellas- con idénticas o superiores méritos para ocupar los primeros puestos, de los que se adueñaron los clérigos en su diversidad de grados, tan sólo “por ser vos quien sois”.
Respecto a los grados, títulos, capisayos, tratos, tratamientos, dignidades”, emolumentos, y privilegios humanos y divinos, hay que reconocer con humildad y vergüenza, que los propiamente eclesiásticos superan en todo orden de cosas a los militares en su riquísima pluralidad de versiones y exigencias, con tambores, campanas, campanillas, trompetas, “toques de queda”, inciensos, báculos y mitras, genuflexiones, golpes de pecho y demás ceremonias y ritos.
En la campaña -misiones- de la desmilitarización, contará mucho la revisión aún de los títulos que distinguen a sus organizaciones, como batallones, órdenes, departamentos, congregaciones “religiosas”…Y es que los nombres dicen mucho. A veces, todo o casi todo. Nombres como los de Compañía de Jesús y su compromiso inicial pontificio, Legionarios de Cristo, Guerrilleros, Cruzados y Cruzadas, Heraldos del Evangelio, “Obras de Dios” (como si los demás lo fuéramos del diablo), y tantos otros beligerantes “por Dios, por la Patria y el Rey”, están de más en el elenco de las instituciones y organizaciones eclesiásticas o para- eclesiásticas.
En tan sublime, cristiana y carismática tarea, están de más multitud de ideas y palabras beligerantes, con o sin los respectivos “Nihil Obstat”, al igual que multitud de signos externos con los que la autoridad eclesiástica se presenta ante el pueblo de Dios en calidad de representantes legítimos. Con mitras paganas en sus orígenes, concepción y ejercicio, antes y ahora, con “baculazos”, más que cayados de pastores, bastones mando generalmente hechos de “materiales preciosos que usan reyes y emperadores, como símbolos de autoridad y condición”, no es posible encarnar a Jesús, ni atreverse a predicar el santo evangelio. Este se caerá automáticamente de sus manos y de sus palabras.
Obra de piedad, de misericordia y a favor de la Iglesia, será la desmilitarización de los cristianos. Alineación –alienación-, alistamiento, nómina y enrolamiento, pese al “santo” empeño que todavía ponen algunos en el seguimiento, –que no proselitismo- dentro de la Iglesia, no son palabras conscientemente cristianas. Iglesia y ejército ni riman ni rimarán entre sí, aunque la historia de los papas, obispos, arzobispos y príncipes cristianos y movimientos religiosos proclamen y practiquen todo lo contrario…
De todas formas, reconozco que la estampa que últimamente ofrecen y prodigan los “Heraldos del Evangelio”, con sus capisayos blancos, cruces rojas e historiadas, juventud y alzacuellos clericales almidonados, es explicable que atraigan –aunque no convenzan- a algunos cristianos o para-cristianos.