Curas de pueblo

No están lejanos los tiempos en los que “los curas de pueblo” fueron y actuaron como los más acreditados promotores de su comunidad y no sólo por motivaciones religiosas. A él acudían la mayoría de los feligreses, ciudadanos a la vez, portadores de problemas humanos y divinos, con la confianza y la seguridad de encontrar en su párroco rural las soluciones que entonces podían ser estimadas como las más aproximadamente correctas.

Sin medios, con formación deficiente, atípica y utópica, el cura del pueblo resultaba ser paño de lágrimas, gestor, psicólogo, concertador y arreglador de matrimonios, conseguidor de trabajos, de plazas de colegios gratuitos y de hospitales de beneficencia, escritor amanuense de cartas de novias y novios, de soldados y emigrantes, recomendador por antonomasia, asesor y consejero universal, profesor particular, albacea, testigo, fiador, garante e informador oficial y oficioso de buenas conductas…

Bien es verdad que en ocasiones, la connotación caciquil tampoco le fue ajena, comprensiblemente con algún merecimiento que otro, amén de las consabidas habladurías, productivas e improductivas y con fundamento o sin él.

Los tiempos cambiaron, o están a punto de hacerlo en profundidad en relación con los curas de los pueblos y los que todavía perviven, por ejemplo, han de afrontar la realidad de su jubilación en circunstancias la mayoría de los casos ciertamente penosas. Su pensión es raquítica, sin la más lejana posibilidad de equiparación con otra de funcionarios, empleados o trabajadores de similar connotación profesional-laboral y sin ayudas de la familia propia de la que por vocación prescindieron. En ocasiones, y cuando irregularmente tuvieron familia, con la permanente y objetiva preocupación por prestarle alguna atención…

El futuro, presente ya, para los curas de pueblo es -tiene que ser- providentemente evangélico. No siempre ni en todas las diócesis, con casas sacerdotales o sin ellas, los sacerdotes ex -curas de pueblo están mínimamente atendidos. Faltos de familiares directos, los obispos y superiores eclesiásticos no siempre son ni se muestran proclives, informados o sensibilizados a ejercer la justicia y la misericordia con sus propios curas.

Hago por ahora esfuerzos por rechazar la tentación de citar casos concretos, exponentes fidedignos de una situación bastante generalizada.

El asilo, así como suena, el desamparo y aún la indigencia, concretan y definen el futuro -ya presente- para algunos curas de pueblo, que años largos vivieron pastoreando en sus respectivas parroquias o instituciones eclesiásticas. Urge destacar además que en estas circunstancias ni siquiera les es dado privarse ahora de tener que resultarles incomprensibles e inaceptables determinados cambios efectuados en la Iglesia, contra los cuales ellos se vieron antipáticamente forzados a luchar por mandato expreso de la Jerarquía de entonces y tal vez también por los propios convencimientos, consecuentes con la formación recibida en los Seminarios Conciliares, a veces con caracteres y naturaleza casi dogmática.

Con respeto y comprensión cristiana y humana, quiero hacerme aquí eco de la implorante súplica de algunos de estos curas ante la Jerarquía para que busquen fórmulas que incluyan que la jubilación sacerdotal implique o no descarte la posibilidad legal canónicamente de quedar entonces también exentos de la ley del celibato sacerdotal, lo que con santa probabilidad a algunos les facilitaría convivir con alguna mujer y pasar sus años postreros con la confianza de ser convocados a la felicidad eterna en la Casa del Padre. El logro de esta lícita aspiración podría ser también un ejemplo más de vivir la sexualidad, tenga o no necesariamente expresiones “carnales”.

Tal contingencia hasta podría ser asimismo beneficiosa para la teología y para quienes todavía puedan pensar que lo biológico es lo esencial en el amor, aún matrimoniado y sacramentalizado, al margen o sobre el amor-amor que es lo que de verdad lo humaniza y lo santifica, es decir, lo que a todas luces, sin hipocresías y con caridad, le confiere rotunda justificación salvadora en esta vida, con su inherente proyección clemente y misericordiosa en la otra.

© Foto: Simon Howden
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