DEDOCRACIA EPISCOPAL
Se les llama “dedo” a “cada uno de los cinco apéndices, de forma aproximadamente cilíndrica, con que terminan las manos y los pies del hombre…” En el entorno, aplicación y explicación de cada uno de ellos, destacan frases como “señalar a uno con el dedo”, “poner el dedo en la llaga”, “chuparse los dedos” y “ponerse el dedo en la boca”. En esta ocasión, “religiosizamos” el término, convirtiéndolo, según unos, en “dedocracia”, santa por más señas, con referencias exclusivas a la selección-nombramiento de cargos, ministerios u oficios en la Iglesia, y, según otros, en sacrosanto “dedazo, identificándolo con el “dedo de Dios”, creador del universo y del orden establecido en el mismo, con estremecedora y bella mención al re-creado pictóricamente por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.
. En la Iglesia sigue vigente, y justificada con razones que rondan los ámbitos dogmáticos, la praxis de la selección – nombramiento de los obispos, fuente, principio y fundamento de la mayoría de los males que afligen y se lamentan, desde perspectivas y supuestos divinales y humanos, hasta haber alcanzado el firme convencimiento de que, de entre los colectivos similares que configuran también la sociedad civil, el “episcopal” encabeza el listado de la mediocridad e ineficiencia.
. El hecho de que con tanta ligereza, y aún “frivolidad religiosa”, se pretenda imbricar e involucrar al mismo Espíritu Santo en los referidos nombramientos, adjudicándoles intervenciones misteriosas especiales, sobrepasa las lindes del escándalo, profanación e irreligiosidad para propios y extraños., sobradamente conocedores al detalle de cómo en realidad los miembros del episcopado accedieron a sus respectivas sedes, cuales y en qué orden fueron sus méritos, y cuáles y cuantas sus posibilidades de ascenso en la “carrera” iniciada eclesiásticamente con tanta liturgia e invocación de cánones incombustibles
. Para nadie es ya un secreto que en cualquier ráfaga de viento de la democracia, aún con posibilidades de perversión y hasta corrupción, perviven y actúan esperanzas de renovación, con mayores capacidades de servicio a la colectividad –bien común-, que en el caso de la “dedocracia” aludida “por la gracia de Dios” y con santas deducciones de planteamientos y organigramas “teocráticos”.
. El tozudo mantenimiento, poniendo a veces a Dios por testigo, de la soberanía apostólica, concentrada y ejercida primordialmente por la Curia Romana con plena potestad, en el orden legislativo, judicial y ejecutivo, es algo anacrónico, ofensivo para el “sensus fidelium”, inane, desejemplarizante y contrario al sentido común. Desde el punto de vista político, jurídico, administrativo y, por encima de todo, religioso y en conformidad con el Evangelio, la última monarquía de Occidente, que es la Iglesia – espíritu e institución, y a la vez, Estado civil, habrá de cambiar cuanto antes su esquema, con la facilidad y presteza que le proporcionan la gracia de Dios y las remozadas reflexiones de la teología del laicado.
. El crecimiento desmesurado de la burocracia, el afianzamiento del carrerismo, las tentaciones y caídas en la corrupción, sin selección de ámbitos y con las connotaciones perversas que rezuman las informaciones que con documentación y frecuencia distribuyen las agencias de comunicación y sus más expertos y responsables profesionales, podrían limitarse y corregirse con procedimientos democráticos, transparencia, consagración a la verdad y a sus exigencias religiosas y a la paz, sin absurdas prevalencias y distinciones en ambas esferas.
. En su estancia en Méjico, el Papa Francisco, aunque con hipócrita escándalo para algunos, no desaprovechó tan multitudinaria y propicia ocasión, para denunciar proféticamente los males de la sociedad en general, así como los de la Iglesia, en participar con limpia, veraz y decidida mención para los protagonizados por los miembros de las respectivas Conferencias Episcopales del mundo. Titular estas informaciones de “tirón de orejas”, “mónitums”, “revolcones”, “graves amonestaciones” ,”descalificaciones” y “reproches” para el episcopado, resultó, y resulta, veraz y en directa conexión con el pensamiento y el criterio del Papa, propalados además en otras ocasiones y con otros oyentes.
. Las diatribas contra los obispos como “príncipes de la Iglesia” y “señores feudales”, y sus connivencias y confabulaciones con negocios temporales, sin rehuir la cita expresa a los narcotraficantes, fueron frecuentes, con el contenido evangélico que lo distingue y define con tesón y sin vanos alardes rituales “misericordiosos”.
. A la dedocracia “-santo “dedazo”- , y al elenco y valoración de los méritos de los “episcopables”, no son muchos los años y ciclos litúrgicos que se les adscriben, contando siempre con la seguridad de que el Papa Francisco no sufra algún “accidente” en la programación de su actividad evangelizadora, dentro o fuera de los ámbitos y cicunscripciones eclesiásticas.
. En la Iglesia sigue vigente, y justificada con razones que rondan los ámbitos dogmáticos, la praxis de la selección – nombramiento de los obispos, fuente, principio y fundamento de la mayoría de los males que afligen y se lamentan, desde perspectivas y supuestos divinales y humanos, hasta haber alcanzado el firme convencimiento de que, de entre los colectivos similares que configuran también la sociedad civil, el “episcopal” encabeza el listado de la mediocridad e ineficiencia.
. El hecho de que con tanta ligereza, y aún “frivolidad religiosa”, se pretenda imbricar e involucrar al mismo Espíritu Santo en los referidos nombramientos, adjudicándoles intervenciones misteriosas especiales, sobrepasa las lindes del escándalo, profanación e irreligiosidad para propios y extraños., sobradamente conocedores al detalle de cómo en realidad los miembros del episcopado accedieron a sus respectivas sedes, cuales y en qué orden fueron sus méritos, y cuáles y cuantas sus posibilidades de ascenso en la “carrera” iniciada eclesiásticamente con tanta liturgia e invocación de cánones incombustibles
. Para nadie es ya un secreto que en cualquier ráfaga de viento de la democracia, aún con posibilidades de perversión y hasta corrupción, perviven y actúan esperanzas de renovación, con mayores capacidades de servicio a la colectividad –bien común-, que en el caso de la “dedocracia” aludida “por la gracia de Dios” y con santas deducciones de planteamientos y organigramas “teocráticos”.
. El tozudo mantenimiento, poniendo a veces a Dios por testigo, de la soberanía apostólica, concentrada y ejercida primordialmente por la Curia Romana con plena potestad, en el orden legislativo, judicial y ejecutivo, es algo anacrónico, ofensivo para el “sensus fidelium”, inane, desejemplarizante y contrario al sentido común. Desde el punto de vista político, jurídico, administrativo y, por encima de todo, religioso y en conformidad con el Evangelio, la última monarquía de Occidente, que es la Iglesia – espíritu e institución, y a la vez, Estado civil, habrá de cambiar cuanto antes su esquema, con la facilidad y presteza que le proporcionan la gracia de Dios y las remozadas reflexiones de la teología del laicado.
. El crecimiento desmesurado de la burocracia, el afianzamiento del carrerismo, las tentaciones y caídas en la corrupción, sin selección de ámbitos y con las connotaciones perversas que rezuman las informaciones que con documentación y frecuencia distribuyen las agencias de comunicación y sus más expertos y responsables profesionales, podrían limitarse y corregirse con procedimientos democráticos, transparencia, consagración a la verdad y a sus exigencias religiosas y a la paz, sin absurdas prevalencias y distinciones en ambas esferas.
. En su estancia en Méjico, el Papa Francisco, aunque con hipócrita escándalo para algunos, no desaprovechó tan multitudinaria y propicia ocasión, para denunciar proféticamente los males de la sociedad en general, así como los de la Iglesia, en participar con limpia, veraz y decidida mención para los protagonizados por los miembros de las respectivas Conferencias Episcopales del mundo. Titular estas informaciones de “tirón de orejas”, “mónitums”, “revolcones”, “graves amonestaciones” ,”descalificaciones” y “reproches” para el episcopado, resultó, y resulta, veraz y en directa conexión con el pensamiento y el criterio del Papa, propalados además en otras ocasiones y con otros oyentes.
. Las diatribas contra los obispos como “príncipes de la Iglesia” y “señores feudales”, y sus connivencias y confabulaciones con negocios temporales, sin rehuir la cita expresa a los narcotraficantes, fueron frecuentes, con el contenido evangélico que lo distingue y define con tesón y sin vanos alardes rituales “misericordiosos”.
. A la dedocracia “-santo “dedazo”- , y al elenco y valoración de los méritos de los “episcopables”, no son muchos los años y ciclos litúrgicos que se les adscriben, contando siempre con la seguridad de que el Papa Francisco no sufra algún “accidente” en la programación de su actividad evangelizadora, dentro o fuera de los ámbitos y cicunscripciones eclesiásticas.