DELINCUENCIA “RELIGIOSA”

El diccionario de la RAE., avalado además por el uso y el sentido común, define los términos “religión” y “delincuencia” de esta manera: “Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ellas, de normas morales para la conducto individual y social, y de prácticas rituales, principalmente de oración, y el sacrificio, para darle culto”. “Delinquir”, es decir, cometer “delito”, es equivalente a la “culpa o quebrantamiento de la ley, o acción o cosa reprobable”. La coyunda- articulación de estos dos conceptos en el organigrama de la convivencia social, resultó históricamente dramática. Diversidad de circunstancias la han actualizado de modo alarmante, por lo que, reflexionar sobre ello es posible que ayude a mejorar su planteamiento.

. En principio, las religiones, con eminente mención para la cristiana, preparan a sus fieles, seguidores y adeptos, para rendirle a Dios el culto verdadero, teniendo siempre e inexcusablemente en cuenta, el servicio a favor de la colectividad, comenzando por los más pobres. Sus fundadores- inspiradores y primeros discípulos, siguieron sus pautas de devoción, dando testimonio de sus convicciones.

. Pero aconteció que, por aquello de la debilidad humana, y por los malos ejemplos dados por los que estuvieron revestidos de autoridad, - “profesionales de la religión”- que se sintieron sus máximos representantes y continuadores, acentuaron y encarnaron esta condición de tal forma, que se convirtieron en otros tantos dioses, o aspirantes a serlo, sin importarles para nada el prójimo, a no ser para hacer de ellos humildes y anonadados esclavos.

. Dueños y amos de los bienes del alma y del cuerpo de la grey –“comunidad para unos y “cortijo”, “hacienda” o “negocio” para otros-, impusieron su voluntad con citas y argumentos bíblicos y canónicos descontextualizados, siempre en provecho personal o del grupo que les hubiera ayudado a elevarse a la de sus “dignidades” supraterrenales.

. El nombre de Dios fue,- y es- invocado y usado no solo “en vano”, sino sacrílegamente, para expresar e imponer la voluntad, tantas veces jerárquica, hasta en temas y cuestiones nada relacionadas de por sí con la religión como tal, aunque con altos índices de rentabilidades. Y es que la institucionalización y burocratización de las ideas e intenciones más salvadoras y liberadoras, conducen con alarmante frecuencia a estados y situaciones de bochornosas e indecorosas esclavitudes.

. “Delincuencia” y “religión” siguen alcanzando hoy titulares informativos de primera página. Si antes no fue así, su veraz explicación radica más que en su inexistencia, en la dificultad-imposibilidad de hacer públicas tales noticias, ante el temor de severas represalias, sin excluir la pena de muerte, invocando también para ello “el nombre de Dios”.

. Parte de la imponderable gravedad del problema expresado en la formulación “delincuencia religiosa”, se halla en el proceso de la formación que se ha seguido, y se sigue, tanto en el adoctrinamiento como en la praxis de la enseñanza de las religiones. En el mismo, por ejemplo, de los ritos, las ceremonias, las misas, los símbolos y signos, y tantas otras expresiones externas de piedad y de culto, se hallan ausentes los actos de amor-caridad, y aún de justicia social, confiriéndoles a estos categoría inferior a la misma valoración sacramental, aún en el reconocimiento supremo “oficial” de posibles aspiraciones “al honor de los altares”.

. De la más iniciática catequesis o enseñanza que se intitule religiosa, se desterrarán principios tales como que los “infieles” podrán, y deberán, ser condenados al “infierno”, justificando en su caso, la pena de muerte en la tierra. La idea de que el martirio como tal, y sin rehuir la autoinmolación, es tarea y vocación esencialmente “religiosa”, y constituye el altísimo acto de entrega al Creador, que también hoy sigue cosechando tan tremendos y espectaculares “frutos”, encaja de lleno entre los barrotes de la calificación de “delincuencia religiosa”, a la que aluden estas reflexiones.

. ¡Basta ya de salvajismos “religiosos” de cualquier procedencia e ideología¡. Con ellos, a no pocos les asalta la tentación de concluir que las religiones, tal y como fueron y son “administradas” por sus representantes y continuadores “oficiales”, tienen poco, o nada, que ver con los esquemas y el espíritu infundido por sus fundadores…

. Volver a las fuentes, a los textos primigenios y sin glosas, y a los ejemplos de vida de quienes los inspiraron y a los que se entregaron con generosidad, transparencia y respeto, entraña y postula poner en funcionamiento todo un proceso de renovación – reforma profunda, en el que está empeñado el Papa Francisco por lo que respecta a la Iglesia católica.

. Los clérigos, y en general los “profesionales de las religiones”, pueden ser, y a veces son, tan delincuentes como los demás miembros del pueblo. Antes que curas, o “padres de alma”, son ciudadanos y vecinos. Sus leyes, las canónicas y asimilables, se subordinarán a las civiles, penales y otras, justas de por sí y democráticamente refrendadas.

. Mientras que por una parte ruboriza y escandaliza que reverendos y reverendísimos miembros del clero, secular y regular, y del episcopado en España sean citados en calidad de testigos y aún de “imputados” en los juzgados y audiencias provinciales de sus respectivas diócesis a consecuencia de denuncias interpuestas contra unos y otros y sus actividades y silencios, por otra parte consuela comprobar que, por fin, la justicia ya da algunos pasos más por los caminos de ser igual para todos en dirección social, evangélica y religiosa.
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