Dimisión en bloque
Y es que el esquema episcopal exigido hasta el presente por los correspondientes delegados “pontificios” encargados de sus nombramientos –incluyendo en su determinación invocaciones “sobrenaturales” con mención explícita del Espíritu Santo-, difícilmente es homologable con el hoy querido por el Papa Francisco. El prototipo de obispo, que siempre, pero más en la actualidad, precisó, y precisa la Iglesia, se parece muy poco -nada- al que encarna el obispo de Roma, con su ejemplo, adoctrinamiento y proyectos de vida religiosa, y de Iglesia.
“Jubileo”, “júbilo” y “jubilación” son términos, de naturaleza cristiana de por sí, y entre ellos, el de “jubilación”, precisamente por motivos eclesiásticos, emerge con luz propia y fiel testimonio. Establecidos canónicamente los 75 años de edad para “dimitir” como obispos, con sus correspondientes grados cardenalicios o arzobispales, todo gesto, gestión intento o diligencia que se efectúe en los caminos de la estrategia de la “política eclesiástica”, habrá de interpretarse ajenos al bien de la Iglesia. Sentirse y ponderarse personalmente como insustituibles, dotados de facultades para proseguir la actividad pastoral, y dificultando de alguna manera la puesta en práctica y efectividad de los cánones por cualquier clase de motivos en la concepción y praxis de la Iglesia, es antievangélico, y hasta pagano.
En el episcopologio actual español sobran muchos nombres. Unos jubilados, y otros “jubilables” por variadas razones. La dificultad –imposibilidad para la mayoría de ellos- de ser y ejercer de obispos, al estilo “franciscano” del Papa, les demanda ya su renuncia. El hecho de hacerse esta generalizada, y “en bloque”, podría constituirse en testimonio de Iglesia constructivamente ejemplar. La venturosa explicación y catequesis al pueblo de Dios de que ellos –los obispos actuales- no se sientan con fuerzas y, a veces, ni estén convencidos de que la Iglesia y el mundo requieran otras ideas y maneras de apostolado y vivencias es sagradas de la fe, habría de calificarse como supremo servicio, propio del estamento jerárquico al que se pertenecen y con el que se intentaron concertar , con la anuencia y el reconocimiento de los “Romanos Pontífices” entonces “reinantes” y al frente de la Iglesia.
Una dimisión episcopal “en bloque”, además de la proyección de ejemplaridad “religiosa” que entrañara, facilitaría objetivamente la tarea de la reforma- renovación de la Iglesia pretendida por el Papa Francisco, con mayor presteza y acierto. ¿Acaso no la dificulta la, para muchos, excesivamente “respetuosa” y obligada ubicación de determinados miembros del episcopado, al menos hasta que sus respectivos DNI, en conformidad con los sagrados cánones, lo sigan permitiendo? ¿No se facilitarían los cambios con mayor adecuación, tacto y “prudencia”, que son y serán siempre virtudes eminentemente cristianas, y más al ser administradas y aplicadas por el obispo de Roma, hoy Francisco de nombre?
“En bloque” es aquí término realmente cristiano. No lo es “bloqueo”, con significación de rigidez, inflexibilidad, anquilosamiento o endurecimiento. “En bloque” es integración y comunidad. Es ayuda. Participa del concepto decisivo de Iglesia – solidaridad y común-unión. En bloque” es fórmula sinodal tejida de cuantos elementos de unidad y pluralidad expresan y adoctrinan la gloriosa realidad del mensaje evangélico.
En la Iglesia, y en sus “adláteres”, se interpretarían gestos colectivos y colegiales como el aludido, como otros tantos signos- sacramentos de juventud, de renovación y de encarnación en los tiempos crecientemente nuevos en los que vivimos. Exponerse a que la Iglesia pierda el tren de la historia por empeñarse en conservar cada uno el puesto que tiene, y cree de su pertenencia jerárquica, no se presta a interpretar la voluntad de Dios con criterios mínimamente cristianos.