FIRMAS CARDENALICIAS

En esta ocasión, me refiero al libro con el título descriptivo de “Diez cosas que el Papa Francisco quiere que sepas sobre la familia” (166 páginas), cuyo autor es Fernando Sebastián Aguilar, respecto al que efectúo las siguientes sugerencias:

. Al autor le sobran títulos y calificaciones que distinguen y destacan su labor y autoridad pastorales, como otros tantos “reclamos” de más, para que los lectores lo aprecien y compren esta, por ahora, su última obra. nacido en Calatayud en 1929, estudió teología en Roma y en Lovaina, doctorado en 1955 y posteriormente profesor de Teología y Rector de la Universidad Pontificia de Salamanca, siendo consagrado obispo en 1979, y nombrado Secretario de la Conferencia Episcopal Española, cargo que ocupó durante varios años. En la actualidad es arzobispo emérito de la Archidiócesis de Pamplona y Tudela, creado cardenal de la Iglesia en el consistorio de febrero del 2014, con sus ochenta años cumplidos, por lo que su voto, en un hipotético conclave, no sería ya válido, siendo precisamente esta condición honorífica de su cardenalato, la ociosa titulación “pastoral” que se destaca en la portada, con extrañeza de muchos, dado el escaso –nulo- interés “familiar” que podría entrañar tal término.

. Lo de “diez” y “cosas” del Papa Francisco, es posible que a muchos lectores desoriente y deprima. “Cosa” –“todo lo que tiene existencia corporal o espiritual, real, abstracta e imaginaria” (RAE), no me parece un acicate convincente de quienes seleccionaron los textos cardenalicios, y los ubicaron a la sombra fecunda de su sello bibliográfico.

. Respecto a tal selección –exactamente “diez”-, se percibe con prontitud y facilidad su carácter de “totum revolutum”, no adecuadamente cosido, ni aún hilvanado, con repetición literal de párrafos y parágrafos, en los que el término “cosa” abunda en extremo. Pese a ser cierto que las “cosas” son del patrimonio ascético, doctrinal y cristiano del Papa Francisco, este y sus “cosas” familiares resultan más evangélicas y más del agrado y aceptación misericordiosa, que las recopiladas y presentadas por el hoy emérito arzobispo de Pamplona.

. Del mismo, al igual que de tantos otros clérigos, en sus diversos estamentos y esferas, su “fuerte” pastoral no es exactamente la “familia- familia”. Por clérigos como tales, añadida a esta condición la de la vida de comunidad como “religioso”, en comunidad, en palacio arzobispal o aún fuera del mismo, la determinación de hablar y adoctrinar acerca de la familia, y más en los tiempos actuales de tan rápidos y desasogadores cambios, no deja de ser un atrevimiento y tal vez, hasta una ingerencia en la teología que, con sus respectivos grados universitarios pontificios, saben y practican ya los laicos y, por supuesto, las laicas.

. La idea de familia- familia es algo ajeno a los clérigos. Para los mismos, es pura ficción y teoría. La familia ni es, ni está, solo, o fundamentalmente, compuesta por la esposa y los hijos. Son los abuelos, nietos y nietas, suegros, nueras y yernos, empleos, desempleos, estudios, sueldos, hipotecas, enfermedades y tantos otros elementos y situaciones, las claves de la institución familiar. Lo son también los vecinos. Los palacios episcopales ni son, ni suelen compartir con otros, los “bloques”. Ellos son “bloques” de por sí, por derecho eclesiástico y, a ser posible, anexos a las catedrales. Las familias son “impuestos” municipales, cestas de la compra, mercados y supermercados y alguna que otra campaña de rebajas.

. Por todo lo cual, me resulta al menos chocante que, pastoralmente, y casi “ex cathedra”, se hable de familia cristiana y de indisolubilidades matrimoniales, aun reconociendo, como se hace en el libro, que “hoy en España, el 70 por ciento de las parejas que conviven, son matrimonios civiles o “parejas de hecho”, y solo el 30 por ciento de los matrimonios son religiosos”. Me resulta mucho más que chocante, que se insista una y otra vez, y con toda clase de argumentos humanos y divinos –es decir, eclesiásticos o canónicos-, en la “indisolubilidad” del matrimonio, cuando los Tribunales Eclesiásticos tan prestos estuvieron, y están, para casar y “recasar sacramentalmente”, y darles la comunión, a privilegiados por la cultura y por el dinero, con escasos menciones para los pobres. Es este uno de los capítulos más desdichados y escandalosos de la historia de la Iglesia, que preferiría “no meneallo”. De tan grave problema y del arrepentimiento jerárquico, y soluciones dadas hasta el presente, no se hace referencia alguna en los comentarios del libro.


. Me resulta desconcertante y poco decoroso, el texto que como “punto final” (pp. 157-58) , le coloca al libro su autor: “Es posible que con el tiempo la Iglesia se pregunte si el Señor le concedió a Pedro y a sus sucesores el poder de dispensar de un matrimonio válido, quebrantado irremisiblemente, y reconocer como válido un segundo matrimonio, cuando se den las circunstancias concretas indispensables, es decir, que el primer matrimonio resulte irrecuperable y que haya un arrepentimiento sincero del pecado cometido. Este uso está admitido en algunas Iglesias de Oriente. Hoy, en Occidente, esta posibilidad no está admitida por la Iglesia, cuando hay indicios en la Escritura y no faltan argumentos teológicos que permiten pensar que algo así pueda ser admisible y compatible con la doctrina católica sobre la indisolubilidad del matrimonio. Toca rezar y esperar”.

.Tan solo a título de curiosidad vulgar, y sin intenciones espurias, anoto el desliz registrado en la página 67, línea 15, del libro objeto de mi comentario, en el que al corrector de turno,- de estilo y “palabros”-, se le tuvo que “escapar” esta frase puesta en labios de todo un cardenal: “El amor verdadero no es un sentimiento, ni es un calentón apasionado…”

“Non decet”, es la más misericordiosa y exculpatoria actitud con la que habría de juzgarse tal expresión, “cosa” que yo destaco al colocarle, por hoy, el punto y aparte a estas amables líneas.
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