LA LECCIÓN DE LOS NÚMEROS

Ni “las puertas del infierno prevalecerán contra ella –la Iglesia-“y, por supuesto, “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras –las de su Fundador- no pasarán”, por lo que de manera aproximadamente certera se ha de asegurar la perennidad de la Iglesia, según muchos revestida de los ornamentos y características propias de la institución como tal. Esto no obstante, seguir vinculando a modos y formas tradicionales que se precian y presentan como únicas e inalterables, no puede para otros muchos ni ser válido, ni estar además asegurado, con las ventajas y desventajas que ello conlleva.

Los tiempos cambian, tal vez con mayor rapidez que la deseada y prevista, también por lo que respecta a la Iglesia, y alejarse de tal realidad sería inadmisible a los ojos de Dios y a los de los hombres. Los datos, los estudios sociológico- religiosos, y experiencias propias y ajenas, próximas y un tanto lejanas, predican y cantan con lealtad soberana que también la institución eclesiástica está irreversiblemente abocada a transformaciones y cambios que, sin afectar a su identidad y sustancia, supondrán notables sorpresas, con acentuación de los miedos para algunos y posiblemente con esperanzadores alientos y gozos para otros.

Fijamos la atención particularmente en el dato de los números y estadísticas que solían escoltar cualquier acontecimiento de la vida, presencia y actividad de la Iglesia y ellos superaban con creces los que pudieran presentar cualquier otra institución ubicada en las esferas culturales, cívicas, sociales y aún deportivas. Las cifras multitudinarias, por ejemplo, daban hasta ahora la impresión de matrimoniarse indisolublemente con los acontecimientos religiosos. En la mayoría de los hechos y sucesos personales, familiares y sociales,- como nacimiento- bautizo, primeras comuniones, bodas, defunciones fiestas ...-, todos habían de mantener con la Iglesia y sus representantes - curas, obispos…-, relaciones de veneración, sumisión y agradecimiento, convertidos en distinguidas referencias en pueblos, ciudades y aún naciones.

Consecuencia inmediata de tal situación, que se pretendía asentar sobre fundamentos humanos y divinos, tenía que ser, y era, el reconocimiento generalizado y de privilegio que acompañaba permanentemente a los citados representantes de la institución eclesiástica, con las correspondientes ramificaciones cívicas- sociales en el meollo de la comunidad ciudadana.

Pero -otro signo de los tiempos-, estos cambian con rapidez y extensión, y el número de bautizos desciende, además del de las primeras comuniones – de las que no pocas de ellas son la “primera “ y la “última”-, así como el número de bodas canónicas se equipara al de las civiles , de modo similar a como acontece con los divorcios y las nulidades –“anulaciones”- por los Tribunales Eclesiásticos .Las fiestas, antes con exclusiva presencia, representación y titulación religiosas, se sustituyen o celebran también por otros motivos, por lo que la relación personal y ciudadana con la Iglesia decrece de modo ostensible.

Hechos tan fácilmente constatables como los aludidos pueden inclinar a unos a pensar que la Iglesia, al menos como institución, pierde terreno y clientela, mientras que otros legítimamente llegan, o están ya a punto de llegar, a la conclusión de que un proceso de purificación de formulismos y rutinas petrificadas, triunfalistas y caducas, es siempre constructivo y exigible por la misma Iglesia, que ha de permanecer siempre dispuesta a ser y a parecerse más a la fundada por Cristo Jesús. El esfuerzo que hagan unos y otros por acertar en el diagnóstico, y en la entrega, al trabajo en cualquiera de las direcciones, contribuirá a la permanente refundación- revisión de la Iglesia, hasta convertirla en respuesta salvadora para la comunidad.

El panorama es como es y no valen las lamentaciones y las añoranzas, ni tampoco el abandono o el conformismo, debiendo prevalecer la sensatez y la humildad muy por encima de otros valores, o dis-valores, que se mercantilizan en las lonjas de la convivencia, con exquisito cuidado y reconocimiento de que lo institucional no siempre ni mucho menos es “poder”, y menos “superior”.
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