MIL AÑOS DE ESPERA

Depende de la perspectiva en la que uno quiera, o culturalmente le dejen, para algunos, mil años como medida de tiempo, es y significa poco más que un suspiro, carente de importancia. Para otros, no obstante, mil años es y significa toda una eternidad. Esta es probablemente la reacción experimentada y vivida por muchos al haber participado de la reciente información del abrazo protagonizado por el Papa Francisco y Cirilo, patriarca de Moscú, abreviando en la presentación de uno y otro la letanía de títulos litúrgicos, o para- litúrgicos, que les corresponden, y que con rigor les son aplicados por los insaciables cánones y protocolos al uso.

. En todo cuanto se relaciona con la religión en general, el tiempo apenas si tiene medida. Es inconmensurable. Lo es más a la luz de la eternidad, de cuyas características esenciales se sirven los responsables de las respectivas fórmulas y vivencias para exigir, aún con la mejor, y más santa de las intenciones, la exclusión de la que no sea la suya propia, “que es la “única y verdadera”. La eternidad es uno de los argumentos más falaces sobre los que asientan las religiones, antes y después de haberse convencido sus administradores, aún conscientes de que otros argumentos no son hoy tan convincentes como lo fueran en tiempos pasados.

. Mil años transcurridos en discernir, elegir y creer encontrar caminos de comprensión, unidad y entendimiento y, por fin, decidirse a su práctica ensayada en La Habana, capital de Cuba, resulta para muchos ciertamente incomprensible y misterioso, y un sorprendente milagro. La lectura de los Libros Sagrados en los que Jesús se identifica, es y ejerce de “ Camino, de Verdad y de Vida”, pudo y debió haber servido para facilitar con sacrosantas garantías, y dogmáticamente, tal elección, de no haberse interferido en la misma intereses espurios, poco o nada religiosos, sino políticos y, en ocasiones, hasta financieros.

. Pero el abrazo es ya una realidad. Y lo es, protagonizado por los jerarcas supremos de una y otra Iglesia, es decir, de la única Iglesia que es la de Jesús, con satisfacción y alegría universales por parte del pueblo de Dios, cuyos miembros, sobre todo, los laicos, suelen ser más proclives a la unión común – en definitiva, a la Comunión, y al entendimiento-, que la misma jerarquía, tal vez por ser más sensibles a la gracia divina y por convivir como ciudadanos, al margen de cualquier privilegio que pudiera considerarse e intitularse como “religioso”.

. En los tiempos actuales en los que el diálogo, los besos y abrazos, la necesidad de vivir la globalización, el convencimiento de que todos somos -o debemos ser-, “uno” para asegurar la salvación del universo, la fórmula doméstica del “yo soy de Pedro, yo de Pablo, de Francisco o de Cirilo”, no es efectivamente religiosa, por inactual, decrépita, además de peligrosa, imprudente y arriesgada.

. La religión, y sus responsables, que “por esencia, presencia y potencia” cercenen o limiten la necesidad del abrazo y de la unión de sus devotos, fieles, adscritos o simpatizantes, entre sí y con otros, habrá de ser borrada de la faz de la tierra, por constituir un motivo y ocasión inequívocamente beligerante de ruptura, de rompimiento, explosión y estallido. La justificación de actuar así “en el nombre de Dios” y por motivaciones religiosas, ha conducido, conduce y conducirá a los pueblos y a sus habitantes a las más crueles y sangrientas guerras, sin ahorrarse los terribles medios de destrucción masiva con que cuentan, y contarán, la técnica y la “civilización” modernas, al servicio y en defensa de valores que seguirán considerándose “religiosos”, y “en contra de los enemigos de Dios”, vocacionados implacablemente al desprecio y a la destrucción apocalíptica.

. El gesto de confraternización -“una misma fe y un solo bautismo”- protagonizado por los “Pontífices” Cirilo y Francisco, transcenderá salvadoramente los límites de las fronteras eclesiásticas y litúrgicas y será “santo y seña” para comportamientos de religiones e Iglesias, empeñadas hasta ahora en salvarse a sí mismas y a los suyos, aún al margen o en contra de leyes humanas y divinas.

. De todas maneras, en estros mil años de espera, ¿Cuántos anatemas y condenaciones se habrán lanzado entre sí, unos y otros, y a cuantos infiernos habrán arrojado a ex hermanos, pero “perversos, infames e infieles”, aunque todos bautizados? ¿Quién o quienes se atreverán ahora a extraerlos, “achirrarrados”, de las calderas de Pedro Botero, aseverando además que estas jamás podrán ser destino eterno para ninguna criatura de Dios?. Un misterio, insondable por más señas, que tan solo podrán ayudar a desvelar los besos y abrazos.
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