MITRADOS Y MITRADAS
Es precisamente en los actos más solemnes de la Iglesia, como en las llamadas “funciones litúrgicas” –“acto público, festividad o espectáculo al que concurre mucha gente”- , en las que se descubre con mayor facilidad, la necesidad de reforma de la liturgia en la que se muestra tan empeñado el Papa Francisco. Las razones son muchas, destacando, entre otras, la capacidad de adoctrinamiento que tales actos entrañan y expresan, como síntesis de la dudosa verdad de la Iglesia, continuadora del ministerio de la acción salvadora, humilde y misericordiosa que encarnó y encarna Jesús.
En tan soberano, misterioso y mágico marco “religioso”, las mitras que exornan, ennoblecen y distinguen la cabeza de quienes protagonizan jerárquicamente ceremonias tan colosales, se hacen inequívocamente presentes en conformidad rigurosa con el ritual que señala su uso en las circunstancias de lugar y de tiempo, contando siempre con que el grado de “religiosidad oficial” dependerá en gran parte del número de participantes en la ceremonia.
Con la ayuda y piedad del diccionario de la RAE. , elemento imprescindible en todo proceso de evangelización, ilustración y aprendizaje, me limito aquí y ahora a indicar y desglosar las descripciones y acepciones científicas que acerca de la “mitra” ofrece y sanciona este importante instrumento del habla castellana.
. “Mitra” –“toca alta y apuntada con que en las grandes solemnidades se cubren la cabeza los arzobispos, obispos y algunas otras personas eclesiásticas, que tienen este privilegio…”- Descubrir motivos de orden religioso -y menos, evangélicos- en tan aséptica descripción y dibujo, constituiría un empeño vano, ocioso e impropio de la relación de la comunidad con sus representantes-mediadores jerárquicos ante el altar de Dios, y menos si su versión divina no es otra que la elementalmente cristiana.
. “Toca o adorno de la cabeza entre los persona, de quienes lo tomaron otras naciones”. El uso de adornos y ornamentos, por mucho que se sacralicen -“ornamentos sagrados”- jamás llegará a perder su condición de emparentamiento con la riqueza, la soberbia, el decorado y el aderezo, de lo que exactamente se ausenta toda manifestación que aspire a ser religiosa.
. La procedencia persa de la mitra, y su directa conexión político- militar con el dios Mitreo, frustra cualquier relación con el evangelio y con la Iglesia, y más con la que, convertida en asamblea litúrgica, y en el nombre del pueblo, pretende descubrir y relacionarse con lo divino y con el misterio de lo sobrenatural.
. Las filacterias –“amuleto, talismán o cinta con adscripciones o leyendas”-, que enriquecen las mitras, le añaden un plus de paganía- paganismo, de vanidad y fastuosidad en contradicción con la propia esencia de la jerarquía, en su función de adoración a Dios y de servicio al prójimo.
. Otra acepción de “mitra”, en rigurosa conformidad académica, es la de “cubrecabeza que llevaron diversos cuerpos militares antiguos “, lo que automáticamente, explicaría y justificaría una rebelión teológica contra el Derecho Canónico y todas las normas y leyes litúrgicas por parte de sus usuarios episcopales, que habrían de sentirse inscritos en los primeros grados del “ordeno u mando” de los ejércitos, con sus medallas, himnos y honras “por Dios, por la patria”, y por tantos otros intereses fácilmente justificables y hasta “santos”.
. “Dignidad de arzobispo u obispo”, y “territorio de su jurisdicción” son otras acepciones del término “mitra”, aportadas por el Diccionario, con olvido evangélico del concepto de “dignidad”- “cargo o empleo honorífico” -, de “territorio”, de jurisdicción y de otros conceptos “carreristas” o profesionales.
. “Cúmulo de las rentas de una diócesis o archidiócesis, obispo o arzobispo”, corona la letanía de acepciones académicas de la “mitra”, que “ipso facto” y “némine discrepante”, obligaría a “desmitrarse” a buena parte del episcopado del orbe, con iconos e imágenes sagradas, y con inclusión de algunas señoras- madres abadesas, a quienes la piedad, la tradición, la incultura y la alcurnia dotaron de estos ornamentos, tal vez para que así se olvidaran de reivindicaciones tan legítimas como las de su acceso al altar, al que se lo impide su condición de mujeres por mujeres.
. El Diccionario castellano define el “mitraísmo” como “el culto al dios Mitra, extendido en la antigüedad y en particular entre las legiones romanas durante el Bajo Imperio”. La piadosa e indocumentada interpretación “litúrgica” sigue viendo en las dos hojas –caras- de la mitra, otras tantas referencias al Antiguo y Nuevo Testamento. Todo muy santo, muy episcopal, obsequioso y nutricio.
En tan soberano, misterioso y mágico marco “religioso”, las mitras que exornan, ennoblecen y distinguen la cabeza de quienes protagonizan jerárquicamente ceremonias tan colosales, se hacen inequívocamente presentes en conformidad rigurosa con el ritual que señala su uso en las circunstancias de lugar y de tiempo, contando siempre con que el grado de “religiosidad oficial” dependerá en gran parte del número de participantes en la ceremonia.
Con la ayuda y piedad del diccionario de la RAE. , elemento imprescindible en todo proceso de evangelización, ilustración y aprendizaje, me limito aquí y ahora a indicar y desglosar las descripciones y acepciones científicas que acerca de la “mitra” ofrece y sanciona este importante instrumento del habla castellana.
. “Mitra” –“toca alta y apuntada con que en las grandes solemnidades se cubren la cabeza los arzobispos, obispos y algunas otras personas eclesiásticas, que tienen este privilegio…”- Descubrir motivos de orden religioso -y menos, evangélicos- en tan aséptica descripción y dibujo, constituiría un empeño vano, ocioso e impropio de la relación de la comunidad con sus representantes-mediadores jerárquicos ante el altar de Dios, y menos si su versión divina no es otra que la elementalmente cristiana.
. “Toca o adorno de la cabeza entre los persona, de quienes lo tomaron otras naciones”. El uso de adornos y ornamentos, por mucho que se sacralicen -“ornamentos sagrados”- jamás llegará a perder su condición de emparentamiento con la riqueza, la soberbia, el decorado y el aderezo, de lo que exactamente se ausenta toda manifestación que aspire a ser religiosa.
. La procedencia persa de la mitra, y su directa conexión político- militar con el dios Mitreo, frustra cualquier relación con el evangelio y con la Iglesia, y más con la que, convertida en asamblea litúrgica, y en el nombre del pueblo, pretende descubrir y relacionarse con lo divino y con el misterio de lo sobrenatural.
. Las filacterias –“amuleto, talismán o cinta con adscripciones o leyendas”-, que enriquecen las mitras, le añaden un plus de paganía- paganismo, de vanidad y fastuosidad en contradicción con la propia esencia de la jerarquía, en su función de adoración a Dios y de servicio al prójimo.
. Otra acepción de “mitra”, en rigurosa conformidad académica, es la de “cubrecabeza que llevaron diversos cuerpos militares antiguos “, lo que automáticamente, explicaría y justificaría una rebelión teológica contra el Derecho Canónico y todas las normas y leyes litúrgicas por parte de sus usuarios episcopales, que habrían de sentirse inscritos en los primeros grados del “ordeno u mando” de los ejércitos, con sus medallas, himnos y honras “por Dios, por la patria”, y por tantos otros intereses fácilmente justificables y hasta “santos”.
. “Dignidad de arzobispo u obispo”, y “territorio de su jurisdicción” son otras acepciones del término “mitra”, aportadas por el Diccionario, con olvido evangélico del concepto de “dignidad”- “cargo o empleo honorífico” -, de “territorio”, de jurisdicción y de otros conceptos “carreristas” o profesionales.
. “Cúmulo de las rentas de una diócesis o archidiócesis, obispo o arzobispo”, corona la letanía de acepciones académicas de la “mitra”, que “ipso facto” y “némine discrepante”, obligaría a “desmitrarse” a buena parte del episcopado del orbe, con iconos e imágenes sagradas, y con inclusión de algunas señoras- madres abadesas, a quienes la piedad, la tradición, la incultura y la alcurnia dotaron de estos ornamentos, tal vez para que así se olvidaran de reivindicaciones tan legítimas como las de su acceso al altar, al que se lo impide su condición de mujeres por mujeres.
. El Diccionario castellano define el “mitraísmo” como “el culto al dios Mitra, extendido en la antigüedad y en particular entre las legiones romanas durante el Bajo Imperio”. La piadosa e indocumentada interpretación “litúrgica” sigue viendo en las dos hojas –caras- de la mitra, otras tantas referencias al Antiguo y Nuevo Testamento. Todo muy santo, muy episcopal, obsequioso y nutricio.