LA MUERTE LLAMA A LA PUERTA
El de la “tercera,”, y pronto, “cuarta” y aún “quinta” edad, será –es- uno de los problemas que con mayor relevancia se planteará la sociedad, con preferente inclusión para la Iglesia, en países, organismos e instituciones en las que de alguna manera ejerza, e intente seguir ejerciendo, su influencia. Reflexiones sobre tema de tan colosal importancia, sin obviar los correspondientes riesgos, será obligatoria tarea de quienes les sea factible influir en el feliz desarrollo del plan salvador de Dios sobre la vida.
. Educar para la muerte no se registra en el esquema ni cívico- social, ni religioso en el que se enmarca la vida humana. Aún más, el terma de la muerte no es tratado, o lo es con carencia total de honradez intelectual y con miedos trapaceros y absurdos y al servicio de causas innobles entre los que destacan la intimidación y sumisión a los responsables del orden establecido por el mismo Dios, aunque quienes se beneficien de tal orden resulten siempre los mismos y los más privilegiados.
. La muerte es inexcusable. Si se vive, hay necesariamente que morir. Cerrar los ojos y la sensibilidad a tal convencimiento equivaldría a a deshumanizarse y a pasar por la vida durante un periodo de tiempo, más o menos largo, dejando recuerdos, unas veces, amables y otras, no tanto.
. Las ciencias antropológicas se empeñan hoy en alargar la vida –detener la muerte-, en proporciones no siempre en conformidad con las leyes impuestas por la naturaleza que, por “vida” y por “humana”, algunos traducen religiosamente como “voluntad sagrada de Dios”. En el concepto de vida, no siempre la condición suprema de “calidad” se hace presente, o es interpretado con criterios discutibles a la luz de la sociología y de la fe, aún con el presentimiento de que, al ritmo que se impone, tales criterios cambian y cambiarán de manera sorprendente.
, En el contexto legal, familiar, social y también, y de modo eminente, religioso, otra verdad incontrovertible en relación con la muerte, es la de que los criterios “oficiales” que rigen y condicionan su “reglamento” no es conforme a la realidad de los hechos. Los principios que lo rigen precisan, por tanto, su replanteamiento, en evitación de que la hipocresía y graves –a veces, gravísimas,- transgresiones, prevalezcan en su desarrollo y en su aceptación, o rechazo, ulterior.
. “Vivir hasta que Dios quiera”, y relacionar tal “voluntad divina” con los “progresos la ciencia médica, accesibles para unos, y no para todos, con relevante calidad de vida, no es de recibo ni menos lo será de aquí en adelante. Argucias como los procedimientos eutanásicos o distanásicos y otros, apenas si servirán de tranquilizantes “legales” o “para-legales”.
. En cristiano, la seguridad de que el misterio de la muerte se integra en el de la vida, tal y como esta se hace presente en el evangelio y en el testimonio de Jesús resucitado, es –deberá ser- parte esencial de la formación religiosa. Las referencias litúrgicas así lo proclaman, al identificar la muerte con el “seno de Abrahám”, la “ Jerusalém celestial”, el “descanso eterno”, la “luz perpetua”, el “paraíso” y cuanto se echa de menos en la fragilidad de la estancia entre los mortales. A nuestros mismos familiares y amigos este paso –“tránsito”- de la vida a la Vida, mediante la muerte, esta les resultará religiosa y sociológicamente llevadera, amable, feliz y hasta humana.
, ¡Por favor¡ , que no se nos eduque ya desde el principio, tal y como ha acontecido y acontece, respecto a la muerte…Que nos dejen morir “en paz y en gracia de Dios” y sin causar excesivas, largas y dolorosas experiencias a aquellos con quienes convivimos, y que nos licencien, o ahorren, tantas y tan asiduas preocupaciones por las pastillas, medicamentos, visitas a los profesionales de la salud y otras conversaciones que no sean las específicas de las enfermedades propias y ajenas, que convierten los días y las noches de nuestros últimos años en manuales de patologías, ilustrados y ampliados hoy además con las informaciones servidas con todo lujo de detalles por los instrumentos y medios electrónicos al uso.
. Vivir y ser educados para hacerlo mayoritariamente en calidad de “centenarios”, no es ni creencia ni deseo generalizado en la sociedad actual, que difícilmente aceptaría posibilidad ya tan próxima. Escandalizarse ante aseveraciones como estas, no rebasará los linderos de la hipocresía y de la indecencia familiar, social, política, y aún religiosa.
. Educar para la muerte no se registra en el esquema ni cívico- social, ni religioso en el que se enmarca la vida humana. Aún más, el terma de la muerte no es tratado, o lo es con carencia total de honradez intelectual y con miedos trapaceros y absurdos y al servicio de causas innobles entre los que destacan la intimidación y sumisión a los responsables del orden establecido por el mismo Dios, aunque quienes se beneficien de tal orden resulten siempre los mismos y los más privilegiados.
. La muerte es inexcusable. Si se vive, hay necesariamente que morir. Cerrar los ojos y la sensibilidad a tal convencimiento equivaldría a a deshumanizarse y a pasar por la vida durante un periodo de tiempo, más o menos largo, dejando recuerdos, unas veces, amables y otras, no tanto.
. Las ciencias antropológicas se empeñan hoy en alargar la vida –detener la muerte-, en proporciones no siempre en conformidad con las leyes impuestas por la naturaleza que, por “vida” y por “humana”, algunos traducen religiosamente como “voluntad sagrada de Dios”. En el concepto de vida, no siempre la condición suprema de “calidad” se hace presente, o es interpretado con criterios discutibles a la luz de la sociología y de la fe, aún con el presentimiento de que, al ritmo que se impone, tales criterios cambian y cambiarán de manera sorprendente.
, En el contexto legal, familiar, social y también, y de modo eminente, religioso, otra verdad incontrovertible en relación con la muerte, es la de que los criterios “oficiales” que rigen y condicionan su “reglamento” no es conforme a la realidad de los hechos. Los principios que lo rigen precisan, por tanto, su replanteamiento, en evitación de que la hipocresía y graves –a veces, gravísimas,- transgresiones, prevalezcan en su desarrollo y en su aceptación, o rechazo, ulterior.
. “Vivir hasta que Dios quiera”, y relacionar tal “voluntad divina” con los “progresos la ciencia médica, accesibles para unos, y no para todos, con relevante calidad de vida, no es de recibo ni menos lo será de aquí en adelante. Argucias como los procedimientos eutanásicos o distanásicos y otros, apenas si servirán de tranquilizantes “legales” o “para-legales”.
. En cristiano, la seguridad de que el misterio de la muerte se integra en el de la vida, tal y como esta se hace presente en el evangelio y en el testimonio de Jesús resucitado, es –deberá ser- parte esencial de la formación religiosa. Las referencias litúrgicas así lo proclaman, al identificar la muerte con el “seno de Abrahám”, la “ Jerusalém celestial”, el “descanso eterno”, la “luz perpetua”, el “paraíso” y cuanto se echa de menos en la fragilidad de la estancia entre los mortales. A nuestros mismos familiares y amigos este paso –“tránsito”- de la vida a la Vida, mediante la muerte, esta les resultará religiosa y sociológicamente llevadera, amable, feliz y hasta humana.
, ¡Por favor¡ , que no se nos eduque ya desde el principio, tal y como ha acontecido y acontece, respecto a la muerte…Que nos dejen morir “en paz y en gracia de Dios” y sin causar excesivas, largas y dolorosas experiencias a aquellos con quienes convivimos, y que nos licencien, o ahorren, tantas y tan asiduas preocupaciones por las pastillas, medicamentos, visitas a los profesionales de la salud y otras conversaciones que no sean las específicas de las enfermedades propias y ajenas, que convierten los días y las noches de nuestros últimos años en manuales de patologías, ilustrados y ampliados hoy además con las informaciones servidas con todo lujo de detalles por los instrumentos y medios electrónicos al uso.
. Vivir y ser educados para hacerlo mayoritariamente en calidad de “centenarios”, no es ni creencia ni deseo generalizado en la sociedad actual, que difícilmente aceptaría posibilidad ya tan próxima. Escandalizarse ante aseveraciones como estas, no rebasará los linderos de la hipocresía y de la indecencia familiar, social, política, y aún religiosa.