Matrimonios Nulos
Cuando redacto estas sugerencias, todavía está fresco el eco de estas palabras del Papa Francisco pronunciadas en la apertura de un Congreso Diocesano celebrado en Roma, capital de la diócesis de la que él es su obispo, y en el que participaban el clero y parte de los miembros de su jerarquía: “Una gran mayoría de los matrimonios sacramentales –canónicos-, son nulos”. Con salvadora sensatez, sentido común, teología pastoral y catequesis basada en los santos evangelios, el Papa aporta para su demostración y prueba de lo manifestado por él, que “los jóvenes no deben casarse solo por el hecho de haber dejado embarazada a su chica…”.
. Una vez más, el Papa Francisco patentiza y revela que vive en el mundo, y que sus realidades no les son ajenas, sobre todo las relacionadas con la religión, en el entramado convivencial de la fe, con sus respectivos valores.
. Cualquier casado “por” o “en” la Iglesia, por exigencias de la formación- información recibida, fue, o es, plenamente consciente de que “una gran mayoría de los matrimonios sacramentales fueron, y siguen siendo, verdaderamente nulos.
. De entre las preclaras y definitivas razones que avalan y sustentan tal convencimiento, destacan, por ejemplo, el dinero, el sexo, el “qué dirán” sociológico, el entorno familiar, las tradiciones, “plancharme la camisa”, “perpetuar mi apellido y mis cualidades personales”, la posibilidad de exponer y lucir joyas, trajes y vestidos en tan solemnísima y especial ocasión”, y el íntimo gustazo de que las apariencias y originalidad de las ceremonias tanto religiosas, como laicas o civiles, excedan y rebasen toda clase de ponderación ante propios y extraños… El amor- amor, y su testificación en el marco litúrgico, con la celebración de la misa, participación de la Eucaristía y adoctrinamiento homilético, jamás podrán ser suplantados por los ritos y las ceremonias, por litúrgicas que sean.
. Cuando el bien supremo y la motivación principal de los matrimonios se sitúan en muchos de ellos, previa la invocación del dogma y de la fe en Dios creador, precisamente en la procreación, las dudas acerca de la nulidad del matrimonio se acrecientan de manera inequívoca.
. La facilidad de la que quienes por vocación, jerarquía y delegación administrativa hacen gala, como miembros de los Tribunales Eclesiásticos, por declarar nulos cuantos quieren, previa la tramitación canónica establecida y gastos añadidos, ayudan a creer en la afirmación del Papa Francisco, juzgada exagerada por algunos.
. Insistir en la indisolubilidad del matrimonio canónico, y a la vez permitir, consentir y aún contribuir a comprar-vender el reconocimiento de su nulidad -“anulación” por parte de la Iglesia, con legítima posibilidad de volver a casarse por ella otra vez, ha creado y crea situaciones que escandalizan y comprometen la fe, con la infeliz y sempiterna coincidencia de que sus beneficiarios resultan ser siempre los mismos, es decir, los ricos, mientras que los otros, los pobres, habrán de acogerse a la ley del divorcio civil, o a vivir a la sombra de denominaciones despectivas tales como “vivir en pecado mortal y al margen de la Iglesia”, sin la ayuda de los sacramentos, y condenados al infierno eterno, aún viviendo ejemplarmente como esposo- esposa , padre o madre, en la vida presente.
. Pronunciadas las palabras del Papa Francisco, que nos sirven de referencia en estas reflexiones, y después de considerarlas justas, acertadas y honestas, se le plantea a la teología pastoral, y a los cánones de la Iglesia, entre otros, el grave problema de cómo salvar y sacar ahora de las profundidades del infierno a quienes, habiéndose adelantado una treintena de años en la formulación idéntica a lo sentenciado ahora por el Papa, se limitaron a hacerla entonces patente. ¿Es que la teología no tiene previstas algunas soluciones, además de las que el Papa suele escribir con las letras mayúsculas de la “misericordia”? ¿Acaso los administradores de interpretar los cánones han de seguir lindamente ocupando todavía sus cargos, consolándose dogmáticamente a sí mismos, con lo de que “aquellos eran otros tiempos”, por lo que no ha lugar, y sobran, el arrepentimiento y. en su caso, la reparación?
. Una vez más, el Papa Francisco patentiza y revela que vive en el mundo, y que sus realidades no les son ajenas, sobre todo las relacionadas con la religión, en el entramado convivencial de la fe, con sus respectivos valores.
. Cualquier casado “por” o “en” la Iglesia, por exigencias de la formación- información recibida, fue, o es, plenamente consciente de que “una gran mayoría de los matrimonios sacramentales fueron, y siguen siendo, verdaderamente nulos.
. De entre las preclaras y definitivas razones que avalan y sustentan tal convencimiento, destacan, por ejemplo, el dinero, el sexo, el “qué dirán” sociológico, el entorno familiar, las tradiciones, “plancharme la camisa”, “perpetuar mi apellido y mis cualidades personales”, la posibilidad de exponer y lucir joyas, trajes y vestidos en tan solemnísima y especial ocasión”, y el íntimo gustazo de que las apariencias y originalidad de las ceremonias tanto religiosas, como laicas o civiles, excedan y rebasen toda clase de ponderación ante propios y extraños… El amor- amor, y su testificación en el marco litúrgico, con la celebración de la misa, participación de la Eucaristía y adoctrinamiento homilético, jamás podrán ser suplantados por los ritos y las ceremonias, por litúrgicas que sean.
. Cuando el bien supremo y la motivación principal de los matrimonios se sitúan en muchos de ellos, previa la invocación del dogma y de la fe en Dios creador, precisamente en la procreación, las dudas acerca de la nulidad del matrimonio se acrecientan de manera inequívoca.
. La facilidad de la que quienes por vocación, jerarquía y delegación administrativa hacen gala, como miembros de los Tribunales Eclesiásticos, por declarar nulos cuantos quieren, previa la tramitación canónica establecida y gastos añadidos, ayudan a creer en la afirmación del Papa Francisco, juzgada exagerada por algunos.
. Insistir en la indisolubilidad del matrimonio canónico, y a la vez permitir, consentir y aún contribuir a comprar-vender el reconocimiento de su nulidad -“anulación” por parte de la Iglesia, con legítima posibilidad de volver a casarse por ella otra vez, ha creado y crea situaciones que escandalizan y comprometen la fe, con la infeliz y sempiterna coincidencia de que sus beneficiarios resultan ser siempre los mismos, es decir, los ricos, mientras que los otros, los pobres, habrán de acogerse a la ley del divorcio civil, o a vivir a la sombra de denominaciones despectivas tales como “vivir en pecado mortal y al margen de la Iglesia”, sin la ayuda de los sacramentos, y condenados al infierno eterno, aún viviendo ejemplarmente como esposo- esposa , padre o madre, en la vida presente.
. Pronunciadas las palabras del Papa Francisco, que nos sirven de referencia en estas reflexiones, y después de considerarlas justas, acertadas y honestas, se le plantea a la teología pastoral, y a los cánones de la Iglesia, entre otros, el grave problema de cómo salvar y sacar ahora de las profundidades del infierno a quienes, habiéndose adelantado una treintena de años en la formulación idéntica a lo sentenciado ahora por el Papa, se limitaron a hacerla entonces patente. ¿Es que la teología no tiene previstas algunas soluciones, además de las que el Papa suele escribir con las letras mayúsculas de la “misericordia”? ¿Acaso los administradores de interpretar los cánones han de seguir lindamente ocupando todavía sus cargos, consolándose dogmáticamente a sí mismos, con lo de que “aquellos eran otros tiempos”, por lo que no ha lugar, y sobran, el arrepentimiento y. en su caso, la reparación?