¡Fuera Mitras!

Con el fin de evaporar susceptibilidades, y algún que otro sobresalto, o expectativas incoherentes, me limito a transcribir algunas de las acepciones que a la palabra “mitra” le confiere el diccionario de la RAE: “Toca alta y apuntada que en las grandes solemnidades se cubren la cabeza los arzobispos, obispos y otras personas eclesiásticas que tienen este privilegio”; ”cubrecabezas que llevaron diversos cuerpos militares antiguos” ; “dignidad de arzobispo u obispo”; “territorio de su jurisdicción”;”cúmulo de sus rentas”; “Mitraísmo: culto al dios Mitra, muy extendido en la antigüedad y en particular entre las legiones romanas durante el Bajo Imperio”. “Mitra”: divinidad mayor de los persas cuyo nombre apareció 500 años antes de Cristo, posiblemente derivado del Mitra indio, cuya práctica era la del “taurobolio”, en cuyas ceremonias se usaron máscaras y sus grados de iniciación incluían los del ciervo, grifo, soldado, león, persa, heliodromo, y padre.

. Con tal perspectiva resulta increíble, descabellado y chocante que, a estas alturas de la simbología cristiana, permanezcan las mitras, que además, y para más INRI, han de llevar a los “fieles cristianos” a la identificación de sus respectivos obispos. Dejándonos de mandangas, y de algún que otro temor servicial, clérigos y laicos hemos de confesar que las “cabezas mitradas”- es decir, obispos- en el lenguaje litúrgico y pastoral, han de alejar de la teología y de la pastoral a cualquiera que cuente con un mínimo de información histórica y de sensibilidad humanística, lo que exige al menos un estudio y replanteamiento veraz en la aplicación de los símbolos .Que, por ejemplo, a los no taurinos se les tenga que hacer hoy presente su obispo con el recuerdo “religioso” de todo un dios taurófilo, “non decet” o, lo que es lo mismo, es una solemne bobería y una patochada .

. El tema de los mitras –obispos aconseja u obliga a recopilar una vez más la letanía de insatisfacciones que con sublime, humildosa y redoblada frecuencia recitan hoy los “fieles cristianos” en su postura respecto a su jerarquía. La participación del Pueblo de Dios-curas y laicos- en sus nombramientos, es artículo de primera necesidad, con absoluta desaprobación y censura a limitarse a conocer la noticia por los medios de comunicación al uso. El Pueblo de Dios no es pueblo, si de alguna manera no tuvieran nada que ver en la elección de sus obispos los representantes de la Iglesia diocesana.

. Por razones de caridad, decencia cívica y sentido religioso, señores obispos, dejen de vivir en tan nobles y soberanos palacios y dedíquenlos a otros menesteres, como los culturales y sociales. La experiencia de sus “hermanos mitrados”, que dieron ya este paso, es positiva y ejemplar a los ojos de Dios y a los de los hombres...El piso-pìso ayuda a ser y a ejercer de personas normales, auténtica gracia de Dios en los tiempos actuales, con virtuosas posibilidades de integración en el pueblo y en sus problemas familiares, cívicos y sociales.

. A tan salvador –para sí y para los demás- proceso de integración de los obispos, contribuirá despojarse de no pocos privilegios, entre otros, los que parecen exigir sus atuendos litúrgicos o para-litúrgicos, su lejanía del resto del pueblo- con inclusión de sus sacerdotes-, la eminencia de sus títulos excelentísimos y reverendísimos, que ya sonrojan a algunos, pero que tan del agrado y reivindicación son de la mayoría.

. Prueba suprema que proclama a las claras el grado de integración- desintegración del obispo en su relación con el pueblo, es si su recuerdo o presencia suscita amor o temor, y si es o no requerida, deseada y amada por motivos que no tengan nada que ver con la sociología y la representación jerárquica a los ojos de de la estimación –peritación general. Cualquier sensación de temor que suscite un obispo habrá de someterse a reflexión evangélica, urgente y profunda, por parte de él mismo y de quienes la acusan. Jamás un obispo será referencia de desconfianza, miedo, amenaza o terror. Automáticamente dejaría de ser obispo, como dejarían de serlo los curas y sus diocesanos.

. En estos contextos no está de más recalcar que la mitra en absoluto contribuirá a resolver o paliar problemas de incompatibilidades o de incoincidencias pastorales. Con la mitra puesta, apenas si se puede discurrir. Su forma de apagavelas –matacandelas- lo desaconseja. La estética y la urbanidad no lo consienten. Menos lo consienten la espiritualidad, el amor de Dios y la caridad cristiana, Con mitra, puesta o sin poner, no es posible el diálogo. La mitra facilita la “suspensión a divinis” y la excomunión, pero no el palique y la parrafada, imprescindibles para el conocimiento mutuo. No me imagino a apóstol alguno con mitra. Los santos que iconográficamente la tienen sobre sus cabezas, o a sus pies, no son de esta época. Por si algo faltara, adorno específicamente mitral son las filacterias definidas por el diccionario como “amuleto o talismán que usaban los antiguos”.
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