Si a la Mujer

La mujer por mujer es hoy objeto de intensa reflexión también dentro de la Iglesia. Su actualidad es permanente. Y comprometida. La Iglesia es y tiene su nombre. Y habrá de ser y tenerlo más todavía. Cuando Ella no sea, o no ejerza, de mujer con todas y cada una de sus consecuencias, no tiene futuro o este no será humano y divino a la vez. Es posible que las siguientes sugerencias contribuyan a despejar el camino.

. “Medir lo humano por el baremo de lo masculino” es uno de los principios y comportamientos sociológico- religiosos más nefastos y nefandos que se registraron y registran en la historia de la humanidad. Por supuesto, que sinónimos populares y cultos, vigentes y al uso, de “medir”, son, entre otros, apreciar, evaluar, mensurar y tasar. Con valoraciones eclesiales, la perseverancia de tal “medición” resulta ucrónica, propia del tiempos de las cavernas y además, y sobre todo, contraria a la teología y al evangelio. El hombre -varón en exclusiva jamás podrá ser medida para el ser humano. Tampoco la mujer poseería tal monopolio, aunque no pocos de sus valores permanecieran inéditos y sin ser reconocidos por el hombre y las instituciones, y aunque en número ellas constituyan la mitad de la humanidad más uno.

. El trato y la consideración que en la actualidad se le dispensa a la mujer en la Iglesia -liturgia, teología, cánones y disciplina eclesiástica en general- difícilmente es estimado siempre como cristiano… Al menos, y con reiterada frecuencia, no lo es por quienes lo sufren. Invocar que las modas en relación con la integración e igualdad hombre-mujer irrumpieron, e irrumpen, ilegítimamente también en la Iglesia, equivaldría a pervertir valores muy sustantivos y a intentar luchar absurdamente contra los sagrados signos de los tiempos.

. La aversión y repudio de la mujer en la Iglesia, en desigualdad de condiciones que el hombre, torna la institución eclesiástica como tal, arcaica, senescente y decrépita. El rechazo que a la misma le profesan hoy tantos jóvenes –ellos y ellas- responde en gran proporción a la incomodad sustancial que les significa el trato discriminatorio del que la mujer, por mujer, es sujeto por parte de la jerarquía –hombres de la Iglesia-, para cuya teología la “mujer” es el objeto de pecado por antonomasia y paradigmáticamente. Para sustentar tan proposición –tesis para algunos-, ni les asusta ni intranquiliza haber tenido que forzar la “palabra de Dios” con interpretaciones inveraces a los ojos de Dios y de la antropología.

. La pretensión de mantener a estas alturas de la vida, con motivaciones ascéticas y morales, la pertenencia en la teoría y en la práctica de la mujer a un estado de inferioridad y sumisión al hombre, equivale a cerrarles las puertas al sentido común y a leyes muy elementales de la naturaleza. Todo posicionamiento dentro y fuera de la Iglesia que no excluya de por sí, con franqueza y luminosidad, cualquier recusación que la mujer como tal haya padecido o padezca en la sociedad, merece ser desterrado sin conmiseración alguna.

. Si “el hombre solo se hace hombre viviendo para los demás”, la mujer, por mujer, cuenta con posibilidades más limpias y anchas para alcanzar grados de humanización más soberanos y sublimes.

. Con el respeto debido a los tiempos, que programan y rigen sagradamente la vida de la mujer, es posible que ya haya llegado la hora de que, comprobando que el ritmo de los hombres de Iglesia no es el adecuado, ellas tomen otras medidas con el fin de acelerar el proceso de integración total, y con todas su consecuencias, en la institución eclesiástica. Aunque algunos pudieran tacharlas de indebidas, es posible que determinados procedimientos y signos de protestas obliguen a pensar y a actuar a miembros de la jerarquía, quienes solo temen y a quienes únicamente les convencen tales razones, como acontece en otras áreas de la convivencia. Rebelarse a tiempo, cargadas de razones, y cuando se ha comprobado que estas no cuentan, la “v” de “revelar- revelación” se hace divina y salvadoramente presente.
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