OBISPOS “CRUZADOS”

A los miembros del episcopado, y a quienes de alguna manera se relacionan con ellos para su nombramiento y seguimiento de su misión pastoral en sus respectivas diócesis, les sería de provecho escudriñar en el léxico del pueblo de Dios cuando se refiere a su jerarquía, Los “dichos”, proverbios y adagios registrados y recopilados académicamente en los “diccionarios de autoridades”, son doctas e infalibles eferencias. De entre ellos y ellas, con certera y mayestática facilidad y acierto, destaca el siguiente broche o botón del adoctrinamiento iniciático resumido en “quién fue a Sevilla, perdió su silla”, con innecesarias explicaciones y alusiones a nobles apellidos arzobispales tales como los Fonsecas.

. “Oficiando” y sin “oficiar”, a los obispos les sobran hábitos y atuendos. La identificación con los mismos, aún con los hipotéticos recortes o descartes establecidos, pero incumplimentados, sigue siendo obstáculo grave en el proceso de evangelización y comportamiento de la vid pastoral.

. Recargados de tantos, tan ricos, impenetrables, indoctos, mágicos, y, en definitiva, paganos – por mucho que se pretendan “bautizar”-, símbolos, iconografías y blasones, ceremonias, ritos y tiempos carecerán de sentido religioso, aunque no se escatimen olorosas y purificadoras dosis de incienso, de oro y de mirra, junto con el agua bendita.

. A los obispos les sobran cruces, siempre y cuando estas se aprecien y se estimen como otros tantos objetos de lujo, propios de los miembros de la “jerarquía sagrada”. Hacer uso de la cruz como distinción, premio, recompensa o galardón, destacando el rito e imposición de la misma y su uso, sin escatimar ceremonias y piedras preciosas, por comprometida e injusta que sea, o haya sido, su concesión en el nombre de la Iglesia, tendrá que interpretarse como una profanación y hasta, en ocasiones, como un sacrilegio.

. La cruz es palabra de redención y de vida, de dolor-muerte, por y para la resurrección. Pensar en adscribirle cualquier otro simbolismo, y menos el de la invención, o reconocimiento y exaltación de méritos, está de más entre los ornamentos sagrados y como distinción jerárquica.

. Sin descartar la hipótesis de que llegarán a desaparecer, o aminorarse, los signos externos de las cruces, hábitos, colorines, títulos y privilegios, se resentiría el índice de vocaciones a formar parte de los episcopologios, sería señal inequívoca de que ellas están ya de más, por lo que clamar por su inexistencia favorecería la renovación de la Iglesia y su reintegración en el evangelio.

. Los agradecimientos protocolarios que en el día de su consagración los obispos profieren al Papa y a quienes intervinieron en su nombramiento, seguirán haciéndolos con mayor religiosidad, aferrados a las cruces que el ejercicio de su ministerio lleva consigo, que no a las propias y específicas de sus abalorios y “ornamentos ¿sagrados?”

. ¿Cuándo llegará el día en el que a la jubilación o traslado del obispo de la diócesis se les recorten tantas ceremonias y ritos civiles y paganos, haciéndose visiblemente presentes quienes –ellos y ellas- decidieran su elección? ¿No sería más válido, certero y eclesial este sistema, que el actualmente encarnado en la Nunciatura, nombrando en tantas ocasiones a otros tantos obispos, en conformidad, por imposición y a imagen y semejanza de intereses, no siempre evangélicos y pastorales?

¿Cuándo la humildad, la humanidad y la capacidad de servicio serán referencias obligadas .y supremas, “consagradotas” de obispos, y no su teórica sapiencia, especialidad en cánones y en dogmas, la conciencia de “superioridad” y tantas pataratas, en todo –casi todo- lo humano y lo divino?
Volver arriba