OBISPOS INDAPTADOS E INADAPTABLES
Con claridad, plena lucidez y una pizca- pellizco de santo descaro, el Papa Francisco puso últimamente el acento en la necesidad y urgencia de que “los nuevos obispos sean adaptados a las exigencias del mundo de hoy”. Homilías, reuniones, episcopales o no, tanto, y declaraciones oficiales y oficiosas, aprovecha “franciscanamente” el Papa para hacer resaltar esta parte del programa de renovación- reforma de la Iglesia en que está, y se siente, lealmente comprometido.
. Y no es para menos. Sin consciente y activa toma de conciencia de lo que son y significan teológica y pastoralmente los obispos en el organigrama de la Iglesia, esta es impensable. Carece de misión y sentido. Es, y se convierte a la vez, en una institución más, revestidos sus responsables máximos, de atuendos y misterios, y con gestos y lenguajes crípticos y supersticiosos, sin que el servicio al pueblo en la verdad y en la libertad, propia de los hijos de Dios, reluzca como su ministerio y oficio.
. El diagnóstico del Papa Francisco denunciando la inadaptación de los obispos a las necesidades y demandas del mundo de hoy, la suscriben el pueblo de Dios y quienes hayan aspirado alguna vez a pertenecer al mismo, los sacerdotes y aún una parte, cada día mas creciente, de los propios obispos. Basta y sobra con tomarles el pulso a estos colectivos para percatarse y vivir la realidad y profundidad del problema.
. Es obvio, aunque hasta ahora inútil e ingenuo, reseñar que el sistema de los nombramientos episcopales es caduco y decrépito, pensado, enaltecido y llevado a la práctica en beneficio, presentado además como devoto y piadoso, de determinadas personas y grupos, en los que el bien religioso y la condición pastoral carecen de consistencia teológica, primando los cánones, las formas, el artificio y las apariencias.
. Sin participación del pueblo y del resto de los sacerdotes, y con la única, o principal, pero determinante, intervención de quienes asesoran, por enchufes o agradecimientos, al Nuncio, o a los obispos “mandamases” –presidentes o no- de las Conferencias Episcopales, es lógico, y hasta comprensible, que los candidatos, o aspirantes, a ocupar las “sedes vacantes” se caractericen por disposiciones, formas de ser y de vivir la religión, aptitudes y capacidades concretas, entre las que, por ejemplo, la docilidad, la sumisión y la obediencia –si es ”ciega”, mucho mejor-, prevalezca por encima de otras, aunque al menos resultaran ser muchas, tanto o más pastorales.
. El elenco de las “cualidades” requeridas oficialmente para mantener la candidatura al episcopologio, cuando llegue la hora de la renuncia o de la suplencia de otros, se presta a interpretarse como un aproximado tratado de ineptitudes e incompetencias, suplidas tan solo por la buena voluntad, el acierto, pese a todo, en algunos casos, y, sobre todo, por la gracia de Dios. Tachar de exagerada, inclemente y arbitraria esta estimación, posiblemente pretenderá negarle la veracidad a las palabras del Papa de que “nuestros obispos no están adaptados a las exigencias del mundo de hoy”.
. Coincidiendo su análisis con las politiquerías clericales que hoy se registran en no pocas curias diocesanas, y otros estamentos en España, a propósito de inminentes jubilaciones de unos, y de aspiraciones de otros, avalados por sus “movimientos espirituales” respectivos y grupos “religiosos” y sociales de presión, el panorama es desolador. Política y religión, y política “religiosa” intra eclesiástica, producen aversiones, que no sería exagerado tipificar de nauseabundas. Comprendo que el lenguaje es malsonante, pero suplico a la vez que se reflexione acerca de la realidad, “autonómica” o no, de los hechos.
. Al Papa Francisco le asiste toda la razón al denunciar la lejanía, y a veces, el positivo rechazo, que mantienen y definen a los obispos en relación con las exigencias del mundo – todavía de por sí “pecado”, con el añadido del “demonio y de la carne”-, por lo que toda reacción a favor de las medidas que pueda tomar, habrán de ser aceptadas como otras tantas bendiciones de Dios, que en Cristo Jesús, por encima de todo y de todos, pastorea su rebaño, hasta haber dado, y seguir dando, su vida en su protección y defensa.
. ¿Es que, por mucha capacidad de imaginación que se tenga, puede sorprender la pasividad de algunos –muchos- que, revestidos por dentro y por fuera de obispos, y por lógica “carrerística” y profesional, lleguen a estar convencidos de que “política”, además de “arte de gobernar a los pueblos”, significa “habilidad y astucia para lograr uno su intento”, también en la misma Iglesia?.
. En tantos otros círculos profesionales, cívicos o sociales, y sin que el jefe superior se viera obligado a reconocer y lamentar la inadecuación de sus miembros principales –en este caso, los obispos, al mundo de hoy, gran parte de ellos hubieran ya cursado su dimisión, sin tener que esperar a que el Papa Francisco encuentre sus posibles sustitutos. Les resultan tan extraños estos obispos, y sus formas y maneras de “pastorear” a los pueblos, que sacerdotes y laicos se aprestan decididamente ya a aceptar el modelo pontificio, en el que dan por supuesto que su responsabilidad al frente de las diócesis no rebase los seis u ocho años de estancia, y en disposición ascética y comprometida de asumir el proceso de conversión- reconversión inherente a la condición de cristianos.
. Y no es para menos. Sin consciente y activa toma de conciencia de lo que son y significan teológica y pastoralmente los obispos en el organigrama de la Iglesia, esta es impensable. Carece de misión y sentido. Es, y se convierte a la vez, en una institución más, revestidos sus responsables máximos, de atuendos y misterios, y con gestos y lenguajes crípticos y supersticiosos, sin que el servicio al pueblo en la verdad y en la libertad, propia de los hijos de Dios, reluzca como su ministerio y oficio.
. El diagnóstico del Papa Francisco denunciando la inadaptación de los obispos a las necesidades y demandas del mundo de hoy, la suscriben el pueblo de Dios y quienes hayan aspirado alguna vez a pertenecer al mismo, los sacerdotes y aún una parte, cada día mas creciente, de los propios obispos. Basta y sobra con tomarles el pulso a estos colectivos para percatarse y vivir la realidad y profundidad del problema.
. Es obvio, aunque hasta ahora inútil e ingenuo, reseñar que el sistema de los nombramientos episcopales es caduco y decrépito, pensado, enaltecido y llevado a la práctica en beneficio, presentado además como devoto y piadoso, de determinadas personas y grupos, en los que el bien religioso y la condición pastoral carecen de consistencia teológica, primando los cánones, las formas, el artificio y las apariencias.
. Sin participación del pueblo y del resto de los sacerdotes, y con la única, o principal, pero determinante, intervención de quienes asesoran, por enchufes o agradecimientos, al Nuncio, o a los obispos “mandamases” –presidentes o no- de las Conferencias Episcopales, es lógico, y hasta comprensible, que los candidatos, o aspirantes, a ocupar las “sedes vacantes” se caractericen por disposiciones, formas de ser y de vivir la religión, aptitudes y capacidades concretas, entre las que, por ejemplo, la docilidad, la sumisión y la obediencia –si es ”ciega”, mucho mejor-, prevalezca por encima de otras, aunque al menos resultaran ser muchas, tanto o más pastorales.
. El elenco de las “cualidades” requeridas oficialmente para mantener la candidatura al episcopologio, cuando llegue la hora de la renuncia o de la suplencia de otros, se presta a interpretarse como un aproximado tratado de ineptitudes e incompetencias, suplidas tan solo por la buena voluntad, el acierto, pese a todo, en algunos casos, y, sobre todo, por la gracia de Dios. Tachar de exagerada, inclemente y arbitraria esta estimación, posiblemente pretenderá negarle la veracidad a las palabras del Papa de que “nuestros obispos no están adaptados a las exigencias del mundo de hoy”.
. Coincidiendo su análisis con las politiquerías clericales que hoy se registran en no pocas curias diocesanas, y otros estamentos en España, a propósito de inminentes jubilaciones de unos, y de aspiraciones de otros, avalados por sus “movimientos espirituales” respectivos y grupos “religiosos” y sociales de presión, el panorama es desolador. Política y religión, y política “religiosa” intra eclesiástica, producen aversiones, que no sería exagerado tipificar de nauseabundas. Comprendo que el lenguaje es malsonante, pero suplico a la vez que se reflexione acerca de la realidad, “autonómica” o no, de los hechos.
. Al Papa Francisco le asiste toda la razón al denunciar la lejanía, y a veces, el positivo rechazo, que mantienen y definen a los obispos en relación con las exigencias del mundo – todavía de por sí “pecado”, con el añadido del “demonio y de la carne”-, por lo que toda reacción a favor de las medidas que pueda tomar, habrán de ser aceptadas como otras tantas bendiciones de Dios, que en Cristo Jesús, por encima de todo y de todos, pastorea su rebaño, hasta haber dado, y seguir dando, su vida en su protección y defensa.
. ¿Es que, por mucha capacidad de imaginación que se tenga, puede sorprender la pasividad de algunos –muchos- que, revestidos por dentro y por fuera de obispos, y por lógica “carrerística” y profesional, lleguen a estar convencidos de que “política”, además de “arte de gobernar a los pueblos”, significa “habilidad y astucia para lograr uno su intento”, también en la misma Iglesia?.
. En tantos otros círculos profesionales, cívicos o sociales, y sin que el jefe superior se viera obligado a reconocer y lamentar la inadecuación de sus miembros principales –en este caso, los obispos, al mundo de hoy, gran parte de ellos hubieran ya cursado su dimisión, sin tener que esperar a que el Papa Francisco encuentre sus posibles sustitutos. Les resultan tan extraños estos obispos, y sus formas y maneras de “pastorear” a los pueblos, que sacerdotes y laicos se aprestan decididamente ya a aceptar el modelo pontificio, en el que dan por supuesto que su responsabilidad al frente de las diócesis no rebase los seis u ocho años de estancia, y en disposición ascética y comprometida de asumir el proceso de conversión- reconversión inherente a la condición de cristianos.