OBISPOS MISACANTANOS
En la “fabla” del pueblo y en los gloriosos tiempos pasados del florecimiento exuberante de vocaciones para curas, monjes y frailes, era frecuente que se destacara la presunción --vanagloria, también de los laicos, clericalizándola con la frase de “presume más que un misacantano”. Y es precisamente en esta locución en la que se fundamentan estas reflexiones, aunque aplicadas concretamente y con el reverencial respeto exigido, a los miembros del Colegio- Conferencia Episcopal Española o CEE.
Con sensatez y decencia, culpo del hecho a los manuales de la Sagrada Liturgia y al uso riguroso que los expertos hacen de los mismos. Por sus exigencias los obispos han de actuar dentro y fuera de sus ámbitos “religiosos”, con ornamentos sagrados que, más que catequizar en la fe al pueblo de Dios, lo confunden y escandalizan.
Revestidos de “aquesta manera”, con explicaciones o sin ellas respecto a lo que significan, o pueden significar, no es posible que cualquiera de sus actos o episodios, por dentro y por fuera, sean expresiones de fe y Evangelio Lo serán solo o fundamentalmente , de afirmación y reafirmación de poder, en singular o en plural, -poderes- tanto humano como divino , dentro y aun fuera de lo que lo permitan los tiempos en los que es, está y vive el pueblo, para el que intente ser salvadora respuesta de “Camino, de Verdad y de Vida”.
Hoy, lo mande o no la Liturgia, resulta contraproducente, absurdo, , pagano, antievangélico y, en ocasiones, hasta hilarante y pueril , ornamentarse con la mitra, el báculo, el anillo, la cruz pectoral y la mayoría de ceremonias y ritos que se dicen “sagrados”, cuyo olor a incienso se transvase, se quiera o no, a los comportamientos pastorales , cívicos, amistosos y aún a los familiares.
¿Y por qué exactamente en las misas retransmitidas por televisión es cómo y donde más se cuidan y exponen estos “arreos” episcopales con el firme y decidido convencimiento de que su lucimiento llegue a alcanzar las más altas cotas de aceptación en la feligresía presente o ausente?.
A este interrogante incontestado en la catequesis , será imprescindible añadir estos otros: ¿Por qué habrán de ser mayoritariamente los mismos obispos, de las mismas diócesis, sus celebrantes televisivos , equipados y dispuestos a impartir las mismas ideas e idénticos gestos ¿ ¿Es que solo , o mayoritariamente son los obispos -estos obispos- quienes “saben” celebrar, o con-celebrar, las misas, con interpretación más fiel del catecismo de la doctrina cristiana elaborada en el Vaticano II e interpretada felizmente por el papa Francisco? ¿Acaso estos obispos son seleccionados por “vaticanistas”, o precisamente lo son por anti-vaticanistas, y de paso, por no estar comprometidos con el propio Francisco, o ser contrario, añorando tiempos inmediatamente pasados , aún en latín y, por supuesto, siempre de espaldas al pueblo?.
Al pueblo-pueblo, pueblo de Dios, le ayudan más y mejor para el mantenimiento de su fe, “oír”, las misas por televisión, si estas son presididas por los párrocos, cantadas y participadas por sus feligreses y feligresas, en los templos y ermitas de cada día y de cada ocasión familiar o social , sin que les moleste la presencia de las autoridades civiles y militares, y el resto de las “fuerzas vivas de la localidad”.
A las misas de la televisión les sobran obispos. A estos les sobran igualmente capirotes y capisayos. Y gestos y palabras “sublimes”, proferidas y articuladas “en el nombre de Dios”, y en un tono de frivolidad tan solemne como poco consciente y veraz. Desde perspectivas realmente sobrenaturales, las misas episcopales televisivas, hoy por hoy, son manifiestamente mejorables.
Más que convertir, pervierten o, al menos, perturban la verdad del santo Evangelio, dando la impresión de que no son “cosa de este mundo”.
Del propio papa Francisco es el diagnóstico de que “se acabaron ya los tiempos del carnaval”, negándose él mismo a vestir la muceta de terciopelo y a ponerse los zapatos de color carmín. Por algo se empieza.