¿Ornamentos Sagrados?

La misma definición académica de “ornamentos sagrados” en las variadas acepciones de la R.A.E. entraña elementos que reclaman revisión decidida y urgente. Actualizada, humilde y valiente. Evangélica por más señas. El Diccionario le aplica tales términos a las “vestiduras sagradas que usan los sacerdotes cuando celebran”, a “adornos, compostura y atavío que hacen vistosa una cosa” y también a “adornos del altar que son de lino y de seda”.
Desde tal perspectiva no es de extrañar en la actualidad que para algunos no creyentes y aún creyentes, pero alentados por corrientes de espiritualidad y religiosidades menos funcionales, aunque tanto o más piadosas y aún litúrgicas, resulte imperiosa la necesidad de reflexionar acerca de los ornamentos sagrados, uso o abuso, arte y riquezas, espectacularidad o pobreza, capacidad de catequesis y educación de la que son hipotéticos portadores y de tantos otros valores o desvalores como pueden contener y, a la vez, significar y enunciar al Pueblo de Dios y a quienes les interese lo religioso.

Opinión crecientemente generalizada es la de que a la religión, con inmediata y directa alusión a la Iglesia, le sobra espectacularidad en sus actos de culto. Le sobra asimismo distancia no sólo geográfica estimada en metros y en espacios, sino en total cercanía. En los actos de culto el cristiano difícilmente se siente partícipe, extrañándole mucho que en sus planteamientos doctrinales hoy se les insista en la necesidad absoluta de su intervención como parte activa, de tal forma que sin ella no hay culto o este ni le lleva ni llega a Dios. El cristiano apenas si se siente co-partícipe ni siquiera en la santa misa, aunque el rezo o el canto comunitarios, la misma comunión y algún que otro gesto como darse la paz le sugieran que las celebraciones eucarísticas de ahora no son parecidas a las de antes en las que se hablaba y se entendía en latín lo mismo o parecidamente a como hoy el castellano, que o deja de hacer uso de términos totalmente distintos a los que se emplean en las relaciones familiares, laborales o sociales. La desaparición del latín, y su sustitución por las lenguas vernáculas no ha supuesto un paso esencial en la acción o en la interpretación litúrgicas.

Aún más, esta es exactamente la parte del contexto en la que hay que ubicar el análisis e interpretación del contenido y actualidad que tienen los ornamentos sagrados que se exhiben en la mayoría de los actos de culto. Conste que la palabra “exhibir” es la adecuada en la mente de muchos en idéntica o superior proporción a como sería la expresión de “suprema o más alta religiosidad” dependiendo de las riquezas que los distinguiera o avalara.

Con respeto y consideración para con los sentimientos de no pocos cristianos, determinados ornamentos sagrados son otros tantos obstáculos que dificultan su relación piadosa y litúrgica. Además los distraen y, por muy generosa que sea la benevolencia al juzgar su historia y continuada presencia, llegan a la conclusión de que el lugar adecuado para tales obras de arte no es otro que las sacristías o los museos. Huelga referir que la buena intención, aunque posiblemente necesitada de ascética revisión, es la que hace perdurar tales ornamentos como otros tantos obsequios y objetos de culto a la Divinidad.

Las misas-espectáculos y la ostentación pareja a la social, ni edificarán ni serán exponentes de la verdadera Iglesia de Cristo, resultando un problema de muy difícil solución litúrgica a la luz de la teología y de la catequesis asignarle al propio Cristo Jesús sitio lugar apropiados en las celebraciones solemnes de carácter sagrado. Un óbice tan sustantivo como este explicaría las dudas de muchos acerca de su identidad religiosa y aún de la verdadera condición eclesial de tantas ceremonias y ritos. El lenguaje gestual y el alegóricamente feudal de los ornamentos es hoy ininteligible para la mayoría de los asistentes a los actos litúrgicos. De esta manera, o no se entiende el mensaje de Cristo, o se entiende al revés, por muchos que se predique y se exteriorice.
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