¡PADRE ÁNGEL, ORA PRO NOBIS¡
Original, práctica y atractiva noticia se hace con frecuencia el padre Ángel, junto con sus ínclitos “Mensajeros de la Paz”, en los medios nacionales e internacionales. Y además, y sobre todo, “buena noticia. Es decir, cristiana, o lo que es lo mismo, copia de los santos evangelios. Más aún, a las que puedan ser presentadas por algunos como “condecoraciones personales y particulares”, siempre, y por definición, las definirán el servicio a los pobres, desde “la humildad y la rebeldía” inherentes a cualquier acción o actividad, merecedoras de tan sacrosanto ministerio.
A no pocos les resulta algo más que extraño comprobar que la Iglesia “oficial” y su jerarquía, cuya entrega a la misma sería injusto cuestionar, apenas si haya expresado su conformidad, respeto, consideración y ayuda a su obra, escrita la palabra en este caso, con letras minúsculas. Pese a que la mayoría de quienes lo admiramos y respetamos no se nos hubiera ocurrido verlo exornado con títulos “monseñoriales” y -¿por qué no?-, cardenalicios, puesto que “de menos los hizo Dios”- , tal vez nos hubiéramos sentido un tanto más reconfortados al comprobar cómo, y de la manera que sabe, también por parte de la sagrada y “maternal” institución eclesiástica, algunos de sus títulos y “dignidades” les hubieran sido ya ofrecidas o adscritas.
Confieso que, haber tenido que contar antes con la anuencia del fundador – presidente de la ONG “Mensajeros de la Paz”, tal vez no hubiera sido fácil y acomodaticio. Pero los gestos, por protocolarios, son siempre expresivos y, en ocasiones, “detalles” dignos de agradecimiento. Y además, y sobre todo, entrañan posibilidades extensas de constituirse y de potenciar la capacidad de ejemplaridad y de testimonio de que son portadoras, por la gracia de Dios, no pocas personas, como indiscutiblemente acontece con las “buenas noticias” vividas por el padre Ángel y sus colaboradores.
Pero, por fin, y gracias sean dadas a Dios, de vez en vez se echa a volar en los últimos tiempos, el rumor de que en la misma Conferencia Episcopal Española, se acaricia ya la posibilidad de comprometer al padre Ángel para que, en el debido tiempo litúrgico de la próxima Cuaresma, sea el encargado de la dirección de los “Ejercicios Espirituales de san Ignacio”, que los miembros del Episcopado suelen practicar, al igual que tantos devotos /as y miembros de la jerarquía, sin excluir, por supuesto, al mismo papas.
Considero fuera de dudas la posibilidad de que el padre Ángel aceptaría una invitación como esta. Está sobradamente capacitado para tal tarea, no solo con argumentos teológicos, escriturísticos y pastorales, sino con los conocimientos adquiridos y vividos por él a lo largo y ancho de su ministerio al servicio al prójimo, en la santa pluralidad de situaciones.
El padre Ángel es testimonio de vida. Es pobre. Vive con los pobres. No se sirve de ellos. Les sirve. Es impensable que llegara un día a residenciarse en algún palacio. Pese a contar en su álbum con testimonios gráficos de haber sido recibido por los dignatarios “más altos”, tanto civiles como eclesiásticos, su presencia no pasa de ser la de un indigente, a quien en su día le regalaron una corbata de color rojo, de la que se sirve a perpetuidad, en ocasiones, sin saber cuando sugiere o manda el protocolo tener que cambiarla o sustituirla por otra, o por algún otro signo acorde con lo establecido.
El padre Ángel es respetuoso con todos. Lo de “católico”, “protestante” o “ateo”, no es de su incumbencia juzgarlo y determinarlo. Tiene la santa convicción de que tal juicio, siempre y por definición, misericordioso, es y será en exclusiva ministerio de Dios. El padre Ángel es libre. En la Iglesia, y fuera de ella, la libertad sigue siendo una gracia de Dio, y a la que, pese a todo, no siempre se les abren los caminos para su ejercicio, y menos en beneficio del prójimo.
El padre Ángel es audaz. Su sempiterna sonrisa lo delata y testimonia con hidalguía, tozudez, humildad y humanidad. Con originalidad y Espíritu Santo. Con sentimientos y sin que ningún atisbo de burocracia impida, o dificulte, su ejecución y puesta a punto.
Pero como el padre Ángel no es adicto a los `panegíricos, a los turiferarios y a los “laudes” –aunque sí, a los “maitines” en los que persevera largas y tensas horas de su existencia-, lo que sí quiero dejar clara constancia es la satisfacción que produciría en muchos es la reconversión en noticia del rumor de que, cumplidos ya los ochenta años, fuera propuesto como director de los próximos Ejercicios Espirituales Ignacianos
a los miembros de la Conferencia Episcopal Española. ¡Mi enhorabuena a los señores obispos¡
Pero, quienes piensen confesarse con él, tengan presente que la “penitencia” que suele “imponer”, no coincide normalmente con la del rezo de un “padrenuestro” o de un “avemaría” y ya está. Sus “penitencias” son, por ejemplo, prestarse a hacerse donante de sangre, sonreir, aceptar que le cuenten, o contar, un chiste, prescindir de la mitra y del báculo, aún cuando el protocolo lo imponga o sugiera, reparar, propósito de enmienda, que sus abrazos litúrgicos sean abrazos de verdad, besar y dejarse besar, tomar un café con los sacerdotes o con los seglares, “et sic de coeteris” y siempre “en el nombre de Dios” y al servicio del prójimo.
A no pocos les resulta algo más que extraño comprobar que la Iglesia “oficial” y su jerarquía, cuya entrega a la misma sería injusto cuestionar, apenas si haya expresado su conformidad, respeto, consideración y ayuda a su obra, escrita la palabra en este caso, con letras minúsculas. Pese a que la mayoría de quienes lo admiramos y respetamos no se nos hubiera ocurrido verlo exornado con títulos “monseñoriales” y -¿por qué no?-, cardenalicios, puesto que “de menos los hizo Dios”- , tal vez nos hubiéramos sentido un tanto más reconfortados al comprobar cómo, y de la manera que sabe, también por parte de la sagrada y “maternal” institución eclesiástica, algunos de sus títulos y “dignidades” les hubieran sido ya ofrecidas o adscritas.
Confieso que, haber tenido que contar antes con la anuencia del fundador – presidente de la ONG “Mensajeros de la Paz”, tal vez no hubiera sido fácil y acomodaticio. Pero los gestos, por protocolarios, son siempre expresivos y, en ocasiones, “detalles” dignos de agradecimiento. Y además, y sobre todo, entrañan posibilidades extensas de constituirse y de potenciar la capacidad de ejemplaridad y de testimonio de que son portadoras, por la gracia de Dios, no pocas personas, como indiscutiblemente acontece con las “buenas noticias” vividas por el padre Ángel y sus colaboradores.
Pero, por fin, y gracias sean dadas a Dios, de vez en vez se echa a volar en los últimos tiempos, el rumor de que en la misma Conferencia Episcopal Española, se acaricia ya la posibilidad de comprometer al padre Ángel para que, en el debido tiempo litúrgico de la próxima Cuaresma, sea el encargado de la dirección de los “Ejercicios Espirituales de san Ignacio”, que los miembros del Episcopado suelen practicar, al igual que tantos devotos /as y miembros de la jerarquía, sin excluir, por supuesto, al mismo papas.
Considero fuera de dudas la posibilidad de que el padre Ángel aceptaría una invitación como esta. Está sobradamente capacitado para tal tarea, no solo con argumentos teológicos, escriturísticos y pastorales, sino con los conocimientos adquiridos y vividos por él a lo largo y ancho de su ministerio al servicio al prójimo, en la santa pluralidad de situaciones.
El padre Ángel es testimonio de vida. Es pobre. Vive con los pobres. No se sirve de ellos. Les sirve. Es impensable que llegara un día a residenciarse en algún palacio. Pese a contar en su álbum con testimonios gráficos de haber sido recibido por los dignatarios “más altos”, tanto civiles como eclesiásticos, su presencia no pasa de ser la de un indigente, a quien en su día le regalaron una corbata de color rojo, de la que se sirve a perpetuidad, en ocasiones, sin saber cuando sugiere o manda el protocolo tener que cambiarla o sustituirla por otra, o por algún otro signo acorde con lo establecido.
El padre Ángel es respetuoso con todos. Lo de “católico”, “protestante” o “ateo”, no es de su incumbencia juzgarlo y determinarlo. Tiene la santa convicción de que tal juicio, siempre y por definición, misericordioso, es y será en exclusiva ministerio de Dios. El padre Ángel es libre. En la Iglesia, y fuera de ella, la libertad sigue siendo una gracia de Dio, y a la que, pese a todo, no siempre se les abren los caminos para su ejercicio, y menos en beneficio del prójimo.
El padre Ángel es audaz. Su sempiterna sonrisa lo delata y testimonia con hidalguía, tozudez, humildad y humanidad. Con originalidad y Espíritu Santo. Con sentimientos y sin que ningún atisbo de burocracia impida, o dificulte, su ejecución y puesta a punto.
Pero como el padre Ángel no es adicto a los `panegíricos, a los turiferarios y a los “laudes” –aunque sí, a los “maitines” en los que persevera largas y tensas horas de su existencia-, lo que sí quiero dejar clara constancia es la satisfacción que produciría en muchos es la reconversión en noticia del rumor de que, cumplidos ya los ochenta años, fuera propuesto como director de los próximos Ejercicios Espirituales Ignacianos
a los miembros de la Conferencia Episcopal Española. ¡Mi enhorabuena a los señores obispos¡
Pero, quienes piensen confesarse con él, tengan presente que la “penitencia” que suele “imponer”, no coincide normalmente con la del rezo de un “padrenuestro” o de un “avemaría” y ya está. Sus “penitencias” son, por ejemplo, prestarse a hacerse donante de sangre, sonreir, aceptar que le cuenten, o contar, un chiste, prescindir de la mitra y del báculo, aún cuando el protocolo lo imponga o sugiera, reparar, propósito de enmienda, que sus abrazos litúrgicos sean abrazos de verdad, besar y dejarse besar, tomar un café con los sacerdotes o con los seglares, “et sic de coeteris” y siempre “en el nombre de Dios” y al servicio del prójimo.