EL PADRE LLANOS EN EL OTRO “SANTORAL”
En la Iglesia hay un Santoral-Año Cristiano, coincidente con días o festividades de santos/as a los que, por diversidad de razones, la comunidad parroquial, diocesana o nacional les rinde el homenaje y el reconocimiento propios de aquellos a los que registró como ejemplos de vida cristiana e intercesores ante Dios, con posibilidades legales de que el culto que se le rindiera tuviera carácter público, superados los correspondientes procesos de beatificación o canonización.
Pero acontece que en la misma Iglesia - comunidad de creyentes- rige otro Santoral- Año Cristiano, en el que se registran y describen los nombres, “vidas y milagros” de santos/as, a quienes, prescindiendo de los referidos procesos curiales, el pueblo- pueblo “elevó al honor de los altares”, personales, familiares y aún corporativos, en igualdad o más fervorosas condiciones, fe y devoción, que a los santos oficiales, aunque en calidad de “santos laicos”, para entendernos mejor y evitar susceptibilidades. En su diversidad de circunscripciones y circunstancias, este otro Santoral resulta, o puede resultar, tanto o más provechoso espiritualmente para la comunidad, como los inscritos en la nómina canónica, en la que sobran multitud de leyendas, politiquerías y “milagros”
El principio sobre el que se basa, y que a su vez, determina, esta situación eclesial popular en relación con los santos, se funda e identifica con la realidad, historia y liturgia, de que en los siglos de la Iglesia, quien o quienes “elevaban al honor de los altares” a determinadas personas, era el pueblo y no sus responsables curiales, hasta que, por fin, estos, transcurrido un puñado de siglos, acapararon para sí – Santa Sede Apostólica-, tal tarea o privilegio, con la excusa de evitar ciertas “desviaciones”, sin pensar que tal vez estas pudieran llegar, y llegaron, a ser de mayor entidad y desprestigio que las protagonizadas por el propio pueblo, tan “palabra de Dios”, o más, que la de la jerarquía.
Consideraciones similares a estas se formulan con conciencia limpia y evangélicamente eclesial y teológica, no pocos cristianos conscientes de que a los nombres de ciertas personas les falta el apócope de “san” –santo”, por no haber sido todavía “prudente” iniciar sus respectivos procesos canónicos “oficiales”, o por haber retenido su desarrollo a perpetuidad, mientras que simultáneamente a los de otros se les dispensaban los tiempos legalmente establecidos y algunos requisitos “milagrosos” establecidos ritualmente.
Recientemente se hizo pública la noticia de un acto celebrado en el barrio madrileño del “Pozo del Tío Raimundo”, en recuerdo del Padre José María Llanos, en el 110 aniversario de su nacimiento. Algunos –los más- medios de comunicación social titularon la noticia como “Canonización laica y religiosa del Padre Llanos, santo del Pueblo”, con alusión a los participantes en el acto, forzando el lenguaje litúrgico con la expresión de “oficiaron su ceremonia Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, Manuela Carmena, su alcaldesa, Fernández Toxo, Sartorius, Francisca Sauquillo, Federico Mayor Zaragoza y otras personas, difícilmente canonizables, tal y como están oficialmente todavía las cosas.
Mientras que para muchos, y al pié de la letra, el escándalo está más que desbordantemente servido, para otros, el referido hecho le aporta a la Iglesia - pueblo de Dios-, dosis de renovadoras y operativas esperanzas, entreabriendo ventanas de luz al deseo y a la necesidad de que la palabra pronunciada por parte de su pueblo, llegue a ser conocida y reconocida por la propia jerarquía, con las debidas explicaciones que exige y demanda la formación- educación en la fe, que no tiene por qué ser motivo de escándalo, ni siquiera para los habituados de por vida a métodos – etimológicamente “que llevan a la meta” -, a tradiciones y ordenamientos legales ya superados, o en camino de serlo, en sintonía con los pasos apresuradamente iniciados por el Papa Francisco.
El hecho de la llamada “canonización laico- religiosa del Padre José María de Llanos del Pozo del Tío Raimundo”, será interpretado por muchos como un milagro más de los que en vida se le atribuyen al jesuita ejemplar, evangelizador y servidor de los pobres, en este barrio madrileño, en tiempos tan recios. La humanidad reclama la presencia de “santos” como estos, canonizados o no, por la Iglesia.
Pero acontece que en la misma Iglesia - comunidad de creyentes- rige otro Santoral- Año Cristiano, en el que se registran y describen los nombres, “vidas y milagros” de santos/as, a quienes, prescindiendo de los referidos procesos curiales, el pueblo- pueblo “elevó al honor de los altares”, personales, familiares y aún corporativos, en igualdad o más fervorosas condiciones, fe y devoción, que a los santos oficiales, aunque en calidad de “santos laicos”, para entendernos mejor y evitar susceptibilidades. En su diversidad de circunscripciones y circunstancias, este otro Santoral resulta, o puede resultar, tanto o más provechoso espiritualmente para la comunidad, como los inscritos en la nómina canónica, en la que sobran multitud de leyendas, politiquerías y “milagros”
El principio sobre el que se basa, y que a su vez, determina, esta situación eclesial popular en relación con los santos, se funda e identifica con la realidad, historia y liturgia, de que en los siglos de la Iglesia, quien o quienes “elevaban al honor de los altares” a determinadas personas, era el pueblo y no sus responsables curiales, hasta que, por fin, estos, transcurrido un puñado de siglos, acapararon para sí – Santa Sede Apostólica-, tal tarea o privilegio, con la excusa de evitar ciertas “desviaciones”, sin pensar que tal vez estas pudieran llegar, y llegaron, a ser de mayor entidad y desprestigio que las protagonizadas por el propio pueblo, tan “palabra de Dios”, o más, que la de la jerarquía.
Consideraciones similares a estas se formulan con conciencia limpia y evangélicamente eclesial y teológica, no pocos cristianos conscientes de que a los nombres de ciertas personas les falta el apócope de “san” –santo”, por no haber sido todavía “prudente” iniciar sus respectivos procesos canónicos “oficiales”, o por haber retenido su desarrollo a perpetuidad, mientras que simultáneamente a los de otros se les dispensaban los tiempos legalmente establecidos y algunos requisitos “milagrosos” establecidos ritualmente.
Recientemente se hizo pública la noticia de un acto celebrado en el barrio madrileño del “Pozo del Tío Raimundo”, en recuerdo del Padre José María Llanos, en el 110 aniversario de su nacimiento. Algunos –los más- medios de comunicación social titularon la noticia como “Canonización laica y religiosa del Padre Llanos, santo del Pueblo”, con alusión a los participantes en el acto, forzando el lenguaje litúrgico con la expresión de “oficiaron su ceremonia Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, Manuela Carmena, su alcaldesa, Fernández Toxo, Sartorius, Francisca Sauquillo, Federico Mayor Zaragoza y otras personas, difícilmente canonizables, tal y como están oficialmente todavía las cosas.
Mientras que para muchos, y al pié de la letra, el escándalo está más que desbordantemente servido, para otros, el referido hecho le aporta a la Iglesia - pueblo de Dios-, dosis de renovadoras y operativas esperanzas, entreabriendo ventanas de luz al deseo y a la necesidad de que la palabra pronunciada por parte de su pueblo, llegue a ser conocida y reconocida por la propia jerarquía, con las debidas explicaciones que exige y demanda la formación- educación en la fe, que no tiene por qué ser motivo de escándalo, ni siquiera para los habituados de por vida a métodos – etimológicamente “que llevan a la meta” -, a tradiciones y ordenamientos legales ya superados, o en camino de serlo, en sintonía con los pasos apresuradamente iniciados por el Papa Francisco.
El hecho de la llamada “canonización laico- religiosa del Padre José María de Llanos del Pozo del Tío Raimundo”, será interpretado por muchos como un milagro más de los que en vida se le atribuyen al jesuita ejemplar, evangelizador y servidor de los pobres, en este barrio madrileño, en tiempos tan recios. La humanidad reclama la presencia de “santos” como estos, canonizados o no, por la Iglesia.