PAPAS FALIBLES

En el lenguaje coloquial de nuestra convivencia, dícese “falible” – falibilidad, “una persona, y, por extensión, una entidad o cosa abstracta, a quien puede engañarse o engañar, faltar o fallar”. “Infalible” se emplea como adjetivo, en el sentido del que “no puede errar” y, por tanto, es el que está seguro, en lo cierto o indefectible, esto es, “que no puede faltar o dejar de ser”. Los catecismos y diccionarios teológicos registran como dogmas de fe la infalibilidad del episcopado total de la Iglesia, del concilio ecuménico y del Papa, pero “solo cuando propone una verdad, como maestro supremo de la Iglesia, hablando ex cáthedra, e invocando su autoridad docente, con una sentencia doctrinal universal y absolutamente obligatoria”.

Por diversas circunstancias, tema tan eclesial y teológico como este, se ha hecho noticia de interés periodístico, de lo que se deduce, entre otras cosas, que a lo religioso, y más a lo católico, apostólico y romano, la cultura occidental no deja de abrírsele paso en los noticiarios hasta convertirse en eje de conversaciones, coloquios y polémicas en no pocos de sus círculos, por indiferentes que sean.

. Es de provecho dejar clara constancia, ya desde el principio de estas sugerencias, que el Papa, en su conducta y opiniones, no es “infalible”, aunque ellas tengan relación íntima con comportamientos y doctrinas de por sí religiosas. Todo cuanto haga, escriba, manifieste y adoctrine en publicaciones, homilías, declaraciones, comunicados y aún encíclicas, es, o puede ser, discutible, por el pueblo de Dios, con exclusión relevante para aquellos teólogos os que no disfrutan de “privilegios curiales”, por lo que el índice de asentimientos y compromisos “oficiales” tenga que prevalecer siempre, premiados además con las aureolas reservadas a los bienaventurados, sin faltar antes y después ningún anatema para quienes lo duden, o pongan en cuestión.

. El dogma de la infalibilidad pontificia y su correspondiente declaración como tal en determinadas circunstancias históricas, eclesiásticas y políticas, fue ya desde su planteamiento objeto de discusiones dentro de la Iglesia, hasta haber rozado, graves riesgos de cisma. En la propia Iglesia, y en relación con sus posibilidades ecuménicas, cercenadas la mayoría de ellas a consecuencia de la declaración de tal dogma, este fue y sigue siendo objeto y sujeto de peligrosas incoincidencias y nuevas fracturas como Cuerpo Místico de Cristo y ejemplo de vida cristiana.

. El estudio sereno, imparcial y desasistido de fervorines y endiosamientos “pontificios” acerca de la declaración dogmática de la referida infalibilidad, puede ayudar todavía a clarificar el sentido y el contenido de ella, con el convencimiento por parte de eximios expertos en la materia, de que no fueron estrictamente religiosas y menos, evangélicas, las motivaciones que plantearon y aceleraron su inserción en el elenco de los dogmas.

. El solo hecho de que desde su solemne formulación por el Papa Pío IX a mediados del siglo XIX hasta el presente, se haya recurrido a la misma únicamente en dos ocasiones, es prueba de su gratuidad. Si a tal hecho se reañaden los documentados comentarios de algunos de los Papas posteriores “infalibles”, quienes en privado manifestaron no haberse sentido jamás tan encarecidamente privilegiados con tan exagerado monopolio y prerrogativa, es obligado pensar que tal medida debió haber sido sometida a mayores y más profundas reflexiones de orden teológico.

. En el contexto de renovación- refundación que hoy vive la Iglesia, la reflexión y el replanteamiento del dogma de la infalibilidad pontificia, se torna artículo de primera necesidad entre el resto de los de la fe. Lo que resulta extraño y apócrifo es que en relación con el tema apenas si sea posible reflexión alguna, bajo pena de descalificación y destierro del paraíso católico. Los medios de comunicación destacan la frase pronunciada con autoridad, experiencia y dolor eclesial y religioso, por el oficialmente exteólogo Hans Küng: “No nos engañemos: sin una revisión constructiva del dogma de la infalibilidad, apenas si será posible una renovación”.

. Seguros de que el Papa Francisco se habrá sentido aludido por esta confesión, apostamos por hacerla nuestra, proclamando la total aquiescencia a la misma, abriendo de par en par las puertas a “una discusión libre y seria” sobre la infalibilidad. Como cristianos, en el ejercicio y compromiso con nuestra fe, y también como personas, somos muchos los que preferimos equivocarnos y que nos equivoquen, siempre y cuando la buena voluntad y las enseñanzas estrictamente evangélicas hayan sido sus inspiradores. Nada menos que “el bien de la Iglesia y de la ecumene están en juego en tan excepcional situación. Las equivocaciones de los Papas en la procelosa y plural historia de sus pontificados, en la formulación de la fe, están reseñadas con veracidad en los capítulos de los libros, por lo que huelgan su reseña y sus comentarios.
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