PARTIDOS POLÍTICOS Y EVANGELIO

¿Hay, o puede haber, alguna relación entre los partidos políticos y el evangelio? ¿Podrá ser esta de amistad y colaboración , y más teniendo sagrada y cívicamente en cuenta que sus beneficiarios habrán de ser los ciudadanos y las instituciones y organismos que rigen y enmarcan la convivencia entre unos y otros?. ¿Es la religión, en nuestro caso cristiana, de por sí enemiga de la política, tal y como esta se plantea y proyecta en la realidad, y en la estimación –desestimación- popular? ¿Resulta ser más “civilización” y estar más al servicio del bien común, la bautizada como cristiana, distinguida además con la connotación y privilegio de “occidental, culta y desarrollada”, modelo y aspiración para las instaladas en otras latitudes del orbe?

El tema es amplio de por sí, se presta a multitud de reflexiones, y en el caso concreto de las circunstancias poltítico- religiosas de lugar y de tiempo que se viven en España, es posible que algunas sean de provecho..

. Con ociosa advertencia al dato de que una cosa son las intenciones, promesas, programas e idearios que los partidos políticos exponen para captar a posibles adeptos, y otras las realidades que aún en anteriores legislaturas afrontaron y resolvieron, huelga reseñar que el diagnóstico es exactamente el mismo en relación con las doctrinas contenidas en los libros fundacionales de las más santas religiones , como son los evangelios y su aplicación y vivencia por parte de devotos y devotas, sin exiliar de su órbita a sus supremos jerarcas. Lo de “haced lo que ellos digan, pero no lo que hagan”, es principio y fundamento, triste por demás, pero efectivo, verdadero y real, constatable en multitud – la mayoría- de ocasiones, por importantes que sean.

.”Servir al pueblo”, y no “servirse del pueblo”, es referencia y proclama que mantiene el interés en los enfervorizados actos de promoción y ulterior recogida de votos, aunque de su veracidad se pueda y se deba dudar, con toda clase de pruebas y argumentos humanos y divinos. El pueblo, desgraciadamente, es el “capital”, social, tanto religioso como pagano, para políticos y jerarcas, y los ofrecimientos, estipulaciones, garantías y hasta juramentos se los lleva el viento, con ayuda y al abrigo de “imponderables imprevistos”, por mucha prudencia y reflexión que se invirtiera en la tarea y misión, tan fundamentales y primarias.

. Digno de reseña es comprobar que en los idearios de la mayoría de los partidos políticos avecindados en España, y con su correspondiente representación parlamentaria, sus aspiraciones, urgencias, pretensiones y deseos programáticos son coincidentes con preceptos evangélicos, superando, a veces, con creces, a los propios del Código de Derecho Canónico y a otros “dictados pastorales” y tradiciones religiosas, por “católicas, apostólicas y romanas” que se sigan presentando como vigentes, y frecuentemente sin próximas esperanzas de reforma, aunque el papa Francisco no ceje en empeño tan sagrado , a costa de tener que asumir incomprensiones, descalificaciones y algún que otro amago e intimidación, con atuendos y ornamentos cismáticos.

. Del listado de coincidencias evangélicas con reivindicaciones políticas emerge cuanto tiene relación con la mujer, marginada hasta constitucionalmente en la Iglesia, en tanto en cuanto que de su marginación apenas si quedan ya rastros al menos en los idearios de los partidos, en su diversidad de versiones políticas. De idéntica calificación son merecedores los capítulos relacionados con la elección democrática para actividades o cargos, al culto a la personalidad y a sus representantes “en el nombre de Dios”, el respeto a la unidad en la pluralidad, a la igualdad, al destierro a perpetuidad de la corrupción, a la actualización y vigencia de la teología, de la liturgia, de los cánones y de la pastoral en general.

. A excepción de alguna que otra “boutades”, o adolescente frivolidad que se perciben y lamentan por esos mundos de Dios, en movimientos o partidos “emergentes”, el respeto a los evangelios y a la figura de Cristo suele ser ciertamente notorio, aunque no siempre lo sea respecto a a todos sus representantes “oficiales”, en algunos casos, sin razón, sobrándoles caudalosamente en otros, con el supremo aval profético y explícito del reconocimiento del bendito papa Francisco.
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