¡POBRES OBISPOS POBRES¡

Duela a no reconocerlo, y tener que decirlo, la imagen que de la Iglesia encarnan y ofrecen los obispos en general, no es lo ejemplar y cristiana que, como edificadora del pueblo de Dios, le asigna y le encomienda la sagrada teología. Previa la lamentable, y casi excluyente, identificación con la Iglesia del colectivo episcopal –¡“lo ha dicho la Iglesia”¡-, su testimonio en relación con la pobreza, con la autoridad, el respeto al laicado, compromiso con el evangelio, trato con la mujer como parte integrante de la institución, el resto de las religiones e Iglesias, demanda comportamientos de humildad, humanidad, igualdad, armonía y misericordia, incomparablemente más brillantes, decididos y audaces, que los establecidos y regulados, hoy por hoy, en el Código del Derecho Canónico y en fiel sintonía con lo evangelizado por el Papa Francisco.

Dada la importancia, a la vez que extrañeza, que para muchos contiene el concepto de “pobreza” en la definición y ejercicio de “Iglesia pobre y de los pobres”, con adscripción al Colegio Episcopal, no resultarán ociosas las sigu8etes reflexiones referidas directamente, aquí y ahora, a sus miembros.

Parte principal de lo tratado, meditado y proclamado en el Concilio Vaticano II, tuvo a los obispos como destinatarios de mayor relieve, significación, preocupación y atención pastoral y teológica. La incorrecta, improcedente y timorata administración, difusión y noticia de esta verdad por parte de la Curia Romana y “adláteres”, con aquiescencia de los respectivos Sumos Pontífices posteriores a la reflexión conciliar, constituye uno de los capítulos más misteriosamente desgraciados y nefastos de la historia de la Iglesia en los últimos tiempos. El Concilio Vaticano II le fue escamoteado en gran proporción y medida, y gracias a la labor y al testimonio del papa Francisco se les entreabren las puertas a su revelación y aplicación posibles.

Sin oficial adscripción a ningún decreto con categoría conciliar, el espíritu de renovación – resurrección episcopal quedó limpia y claramente reflejado en el documento redactado por los obispos greco-melquitas católicos, vinculado al grupo de la “Iglesia de los pobres”, reunido en Sínodo en torno al Patriarca Máximo IV. Consta de ocho puntos y se hizo público un mes antes de terminar el concilio, y cuya síntesis es esta:”

“1.Evitaremos el oro en todos nuestros objetos personales. 2. El gesto de privarnos de nuestros anillos tendrá como finalidad aproximarnos a nuestros hermanos ortodoxos y restituir el auténtico significado a las manos del obispo: ellas han sido consagradas y solo ellas merecen el beso de los fieles; al mismo tiempo, para convencer a nuestros hermanos latinos indecisos. 3. Debemos suprimir de nuestra indumentaria todo aquello que no tenga un significado litúrgico. 4. Nos esforzaremos para reducir nuestro nivel de vida (coches menos lujosos, etc.) 5. Cuando se declaren huelgas justas, tendremos que decir algo, aunque con ello se pueda molestar algún rico que dejará de ser nuestro benefactor. Hemos de exigir salarios justos, empezando nosotros mismos a la horade pagar a aquellos que sirven a la diócesis o a la Iglesia. 6. Demos nosotros ejemplos poniendo en común los grandes latifundios.7. Posiblemente podríamos empezar renunciando a los títulos pomposos que Occidente establece para sus pastores, como Excelencia, Monseñor…8. Dejémonos guiar por la inspiración del Espíritu Santo, que nos impulsa a ceder nuestro palacio episcopal, a repartir las tierras, y a vender los vasos sagrados”

El colectivo anónimo constituido por un centenar de obispos perteneciente al grupo de “Iglesia de los pobres”, conocido también dentro del Concilio como “Esquema XIV”, o “Iglesia de las catacumbas”, por reunirse a orar en las mismas, amplió hasta trece el número de los “compromisos” de sus hermanos greco- melquitas.

“¡Pobres obispos pobres¡” fue y es para gran parte del colectivo episcopal de la Iglesia universal, expresión de graves frustraciones de ideas y afanes del programa salvador al que respondió, y responde, el evangelio, en el cénit de su máxima representación jerárquica con toda clase de cánones y bendiciones litúrgicas, rondando las fronteras del dogma.

“¡Pobres obispos pobres”¡ fue, y es, también “santo y seña” de resignación falaz , y pagana sumisión a los destinos que, por el hecho de tener que “funcionar” como institución la Iglesia, se le habría de adjuntara Cristo Jesús, y sobre la que él mismo, mediante el papa Francisco, señalaría inequívocamente su disconformidad , por su lejanía y en contradicción y oposición con el evangelio.
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