YO NO ME PONDRÍA UNA MITRA. ¿Y USTED?
A la vista de lo leído y comentado acerca de mis últimas reflexiones episcopales con mención especial para las mitras, me siento obligado a hacer del tema nuevo objeto de sugerencias, desde perspectivas siempre “religiosas”.
Las mitras son signos- símbolos episcopales que concentran mayor contenido de “paganería”, entre tantos otros que se “cristianizaron” en la historia de la Iglesia católica. De origen persa, -dios Mitreo- que coronaban las testas laureadas de sus Sumos Sacerdotes y de los Generalísimos de los ejércitos de sus emperadores de nombre y de beligerancia “Darío”, pasaron a constituirse, y ser, el más envenenado regalo que en los posteriores tiempos romanos de Constantino “El Grande”, le aportó a la Iglesia y a sus máximos representantes.
La mitra, por tanto, y de por sí, por activa y por pasiva, con desvanecida y exasperada intención y falta de cultura y santo evangelio, por mucho que la “rebauticen, jamás perderá mi una sola de las características substantivamente guerreras, aunque en su defensa, intensas nubes de incienso pretendan enmascararlas.
Una persona con mitra, canónicamente colocada y administrada, difícilmente estará capacitada no solo para discurrir, sino sobre todo para evangelizar y para decidir en cuestiones no relacionadas con legiones, conquistas, reconquistas, cruzados y cruzadas, números de muertos y heridos y monarcas y monarquías, mientras más “absolutas”, mejor, y más y mejor aún si lo hacen “en el nombre de Dios”.
Mitras y evangelio son términos inexcusablemente antagónicos. Los ejemplos que pudieran aportarse, de ser requeridos para menester tan ingrato, son muchos y serán más cuanto a los “Pegasus” se les faciliten oportunidades ético-morales de desplegar sus alas por ámbitos canónicos, aun sin necesidad de tener que tocar con sus patas asuntos “pecaminosamente” terrenales…
Además de suscitar en los fieles cristianos buenas porciones de piadosa compasión y terneza, lástima o pena, mitras y tiaras dejan de ser insondables misterios de la religión que se dice cristiana, no pasando de ser otras tantas referencias honoríficas incomprensibles e inaceptables para las personas cultas que, por la gracia de Dios, saben leer ya los evangelios.
Y, pese a todo, hay que reconocer que las mitras episcopales de ahora perdieron mucho de lo que fueran antes, aun cuando les queden reliquias tales como las ínfulas –“presunción o adorno”, según refiere la RAE-, y otras riquezas, como unas minúsculas campanitas de oro que tintineaban y les marcaban el paso y ritmo litúrgico a los obispos y a quienes les acompañaban como séquito en sus marchas-desfiles procesionales.
Está de más reseñar que las mitras-mitras son las que en desbordante proporción hacen ser obispos a los epíscopos. La misma RAE reconoce y acepta, entre las acepciones de “mitra”, la del “cargo de obispo o de arzobispo y territorio de su competencia y actividad”.
No renuncio a dejar inédito sugerirles a los señores obispos que, actuando con lógica canónica y litúrgica, en relación con los “ornamentos sagrados” y su uso respecto a las mitras, no desdeñen, sino que aconsejen y urjan, su uso y aplicación en otras tareas que hasta el presente habían sido consideradas extrañas al ministerio episcopal. En este, y tal y como se están poniendo hoy las cosas, apenas si causa admiración y sorpresa contemplar a obispos, arzobispos y aún cardenales dirigirse a los juzgados -casas de la justicia- en calidad de testigos, imputados o más. Aceptando estas instancias, y posibles estancias, como otros “lugares sagrados” que hasta el presente acaparaban esta calificación, llegará a ser procedente que “Sus Señorías” permitan y exijan el uso de estos ornamentos en el correspondiente proceso judicial. A los “informadores religiosos”, o no tanto, y a los fotógrafos, no les parecerá descabellada- “contraria a la razón”- esta idea.
Es posible que también les concedan el “placet” algunos eclesiólogos, identificados con conceptos tan cristianos como “verdad”, “justicia” y “evangelio”. También es posible, y estéticamente recomendable, que la estatura de los seleccionados para ser los “portadores oficiales de mitras pontificales” sean sacerdotes de estatura corporal ni baja, ni alta en demasía. Tal circunstancia no es baladí. De ella depende en manera notable que la impresión que se dé, siendo bajo, llegue a rozar límites de ridiculez o poca estimación; y, siendo altos, de poderío o grandeza. Una y otra imagen es -sería- anti pastoral, antievangélica y nada evangelizadora.