SAN FRAY LUIS DE LEÓN

Humanista, teólogo, catedrático de la Universidad de Salamanca, diplomático, humilde, pensador, devoto de la ecología, soñador y poeta, con el docto y universal reconocimiento por parte del pueblo, constituían sobradas connotaciones y argumentos como para que, dentro y fuera de la Orden de San Agustín, Fray Luís de León se convirtiera en objeto y sujeto de celos y envidias “non sanctas”, hasta llegar a la persecución y escarnecimiento, y además “en el nombre de Dios”. De esta última maniobra así calificada, habría de encargarse, también “en el nombre de Dios”, el Tribunal de la Santa Inquisición, presidido y compuesto precisamente por los frailes de las diversas Órdenes Religiosas que competían con él en la aspiración a sus cargos docentes y a su fama intelectual en el Siglo de Oro del Renacimiento Español.

Fray Luís de León, nacido en Belmonte, hoy provincia de Cuenca, en 1527, es uno de los “santos del pueblo” no canonizados, ni seguramente “canonizables”, por la Iglesia oficial, pero admirado, venerado, “rezado” y querido por el pueblo- pueblo y por quienes dispusieron de elegancia espiritual e intelectual suficiente para, a la luz de la Biblia y de la inspiración e interpretación cristianas, valorar su vida y su obra en el organigrama de la verdadera Iglesia de Cristo

La escueta descripción de los hechos tan anticristianos y antihumanos, pero clericales por definición y por naturaleza, que explica y justifica los dos procesos inquisitoriales que les fueron incoados a Fray Luís, en el marco de la cárcel de Valladolid, la “poetiza” comprensivamente de la siguiente manera ” Aquí la envidia y mentira/ me tuvieron encerrado/; dichoso el humilde estado/ del sabio que se retira / de aqueste mundo malvado/, y con pobre mesa casa / en el campo deleitoso/ con solo Dios acompasa / y a solas su vida pasa / ni envidiado ni envidioso” .

De entre las 17 proposiciones inquisitoriales más graves que le propinaron a Fray Luís quienes no descansaron hasta comprobar su encerramiento en las cárceles vallisoletanas del Santo (¡¡) Oficio, destacan las que rezan que “El Cantar de los Cantares” se puede leer y explicar en lengua vernácula”, que “se puede hacer una mejor traducción de la Biblia que la que ahora tiene la Iglesia” y que “esta versión contiene muchas falsedades, aunque no en lo que importa a la ley ni a las costumbres”.

De modo singular, los denominados “defensores de la Fe hicieron y hacen toda clase de esfuerzos por dificultar el acceso, acercamiento y entendimiento de la “palabra de Dios” por parte del pueblo, Poner la Biblia al alcance de todos, fue aspiración consistente y perseverante del biblista y teólogo agustino, a cuyo afán evangelizador respondieron siempre, y por oficio, los responsables del “Santo Tribunal” con los procedimientos humanos y divinos más deplorables e injustos, valiéndose para su ejecución de la eficaz y “santa” colaboración del “brazo secular”, en la tarea de la aplicación de los castigos físicos corporales y de la misma pena de muerte, de la que misericordiosamente se libró Fray Luís.

El pueblo-pueblo, y por tanto,,los educadores de su fe, jamás podían tener acceso al conocimiento de la verdad de Dios y menos, de la ínclita y fiel interpretación salvadora y libertadora de la misma, y que solo administrarían los oficialmente deputados –comisionados- para ello, en conformidad con sus propios intereses , de los de su Orden Religiosa o de la Iglesia que alegaban representar con sus cánones, liturgias y procedimientos humanos y divinos.

Precisamente, y en virtud de la libertad de la que, pese a todo, jamás consintió Fray Luís que le fuera cercenada, se explican los denuestos con los que obsequió a quienes le aprestaron su estancia en los cinco años que pasó encarcelado. De su puño y letra, hay constancia de estos “agasajos” clericales: “hombres de ruines sospechas y ruines entrañas”, “hombres de juicio turbado y de más turbada conciencia”, “faltos de entendimiento y ciegos con enemistad”, “hombre el más sospechoso y espantadizo
que jamás se vio”…

La historia da fe de que los miembros de la “Suprema” que presidieron los tribunales durante sus dos procesos, fueron Don Rodrigo Castro Osorio, hijo de la condesa de Lemos, obispo de Calahorra, Zamora, Cuenca y Sevilla respectivamente; Don Jerónimo Manrique de Lara, hijo ilegítimo del arzobispo de Sevilla Alonso Manrique, que antes había pasado por el tribunal inquisitorial de Murcia, Valencia, Barcelona , Oviedo e Inquisidor del Mar, , titular de las mitras de Cartagena y Ávila; Don Francisco de Soto Salazar, de larga carrera inquisitorial, obispo de Albarracín y de Segorbe, sin residir en sus diócesis hasta su traslado a la sede de Salamanca, y Don Eduardo de la Vega de Fonseca, inquisidor de Zaragoza, presidente de la Chancillería de Valladolid,, del Consejo de Haciendo y luego de Indias y obispo de Córdoba.

Don Álvaro de Quiroga, presidente del Consejo de Castilla, inquisidor del Consejo General, obispo no residencial de Canarias y de Cuenca, arzobispo de Toledo “y gran mecenas de las artes y de las letras”, fue el verdadero ángel de la guarda, a quien le debió, por fin, la libertad, San Fray Luis de León, santo, agustino por más señas, sin canonizar oficialmente, pero canonizado ya por el pueblo.
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