EL “OTRO” SAN VICENTE DE PAÚL.
Vivir la comunidad, o en comunidad, no es solamente ideal cristiano. Es su propia esencia y definición. Sin comunidad, no es posible la Iglesia. Esta se convierte, y es, automáticamente en otra cosa distinta. El término “fábrica” se emplea con frecuencia en la praxis y hasta en el mismo Código de Derecho Canónico. El comportamiento y el testimonio institucionales que caracterizan y distinguen a tantos miembros de la Iglesia -e Iglesias- desde sus más humildes, a los más sublimes y eminentes estratos jerárquicos, predican a veces con fórmulas de dogmas de fe, la realidad de que la comunidad –“común- unión-, apenas si pasa de ser aspiración frustrada, a la vez que frustrante. Cuando además, y sacramentalmente, tal comunidad- comunión es obligado redactarla y escribirla con letras mayúsculas –COMUNIÓN-, el fraude y la superchería se tornan en estilo y signo de vida, puramente ritual y con apariencias piadosas.
Teniendo precisamente en cuenta estos elementos de juicio tan sólido y de enseñanza primaria, es de lamentar que la falta- carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas en general, pueda contribuir a desterrar de la vivencia eclesiástica, modelos de vida, al menos teóricamente comunitarios. Es esta –la comunidad- lo que por encima de todo y de todos, justifica la fundación y existencia de Órdenes y Congregaciones Religiosas, Cabildos Catedralicios, Hermandades y Cofradías y, obispos entre sí y en relación con sus diocesanos, sean sacerdotes o laicos. “Asamblea” traduce al lenguaje litúrgico y pastoral las esencias testificantes de la fe verdadera.
- Ah, ¿pero se murió tu hermano, sin haber sido recibido de nuevo por la Congregación que fundara san Vicente de Paúl, de Sacerdotes de la Misión - vulgo “paúles”-, y de los Caballeros- y Damas de la Caridad, en París, allá por el año 1635, y del que el eminente Obispo Bossuet exclamó en una ocasión “¡qué bueno es Dios cuando ha hecho tan bueno a Vicente de Paúl ¡”
Mi entrevistado en esta ocasión amistosa es José Manuel Conde, y el hermano por quien le pregunto era Arturo, recientemente fallecido, y de quien se dio referencia en RD. José Manuel fue también “paúl” y, sin ordenarse de sacerdote, se “exclaustró”. Con estudios y títulos universitarios, de filosofía, teología y Ciencias Políticas, es profesor, y entre sus preocupaciones cristianas resalto la de reivindicar la memoria de su propio hermano…
- Sí, mi hermano Arturo murió, pero sin que se cumplieran sus deseos de reintegrarse a la Congregación de san Vicente, a la que perteneció más de cincuenta años. Habiendo logrado, con los correspondientes permisos, su dispensa temporal, para cuidar a nuestros padres, con los informes médicos relativos también a su propia salud, se dedicó un puñado de años a regir diversas parroquias en la diócesis de Orense, con mención para la del santuario de la Virgen de los Milagros, de renombre y devoción supra- regional.
- ¿Pero alguna razón aportarían sus superiores para denegarles la reincorporación a la Congregación?
- Ninguna, pese a los requerimientos, tanto personales, como oficiales, tramitados a través de la Curia Provincial y de los dicasterios romanos.
- “En virtud de santa – y ciega- obediencia”, y ya está.
A estas alturas de la conversación, después de averiguaciones “intra” y “extra” clericales, con lecturas de cartas y documentos que predican a la perfección , y con el evangelio en la mano, la calificación venerable del padre Arturo, como “buena persona, “un pobre más”, amable, idealista, trabajador infatigable, indulgente, cumplidor estricto de sus obligaciones pastorales”, tal y como el propio obispo de la diócesis lo testificó en la homilía que pronunció en la misa- funeral, no logro evitar las sinrazones de “celos y celillos” clericales, que de vez en cuando anidan también en las tertulias monacales…
El hecho es que el padre –ex padre- Arturo, murió sin haberse incorporado a su Congregación de PP. Paules.
“Ser esta la voluntad de Dios”, y “en virtud de santa obediencia”, no parecen constituirse en argumentos canónicos y teológicos, al margen o en contra, de la justicia, del misterio, de la piedad y de la razón. Por mi cuenta y riesgo, automáticamente y sin temor a levantar falsos testimonios como la vida aporta y refleja en similares situaciones relativas a monjes, monjas, religiosos y curas y frailes, y a movimientos así titulados como el Opus y otros, la tentación de que el caso del padre Arturo, se trata de uno más, tan frecuentes en la Iglesia, con lo que la inicial reflexión acerca de las comunidades y de la comunidad sin común -unión, sin comunicación y sin caridad cristiana, no es descartable…
De todas formas, “por los siglos de los siglos” perdurarán el testimonio y vivencia de san Vicente de Paúl, “amigo de los pobres” –“no soy más que un pobre paisano”-, apóstol, organizador de la caridad, santo, con un corazón generoso, noble, liberal, de fácil y viva sensibilidad y humildad profunda”, tal y como lo definieron sus hagiógrafos, sin además escatimar elogios “al puesto importante que ocupó en el campo de la literatura eclesiástica”, así como a su “clarividencia que equivalía a una especie de infalibilidad”. Respecto a sus fundaciones, san Vicente escribía que “sus religiosos y religiosas “tendrán por monasterios las casas de los enfermos; por celda, un cuarto de alquiler; por capilla, la iglesia parroquial; por reja, el amor de Dios y por velo, la santa modestia”.
Teniendo precisamente en cuenta estos elementos de juicio tan sólido y de enseñanza primaria, es de lamentar que la falta- carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas en general, pueda contribuir a desterrar de la vivencia eclesiástica, modelos de vida, al menos teóricamente comunitarios. Es esta –la comunidad- lo que por encima de todo y de todos, justifica la fundación y existencia de Órdenes y Congregaciones Religiosas, Cabildos Catedralicios, Hermandades y Cofradías y, obispos entre sí y en relación con sus diocesanos, sean sacerdotes o laicos. “Asamblea” traduce al lenguaje litúrgico y pastoral las esencias testificantes de la fe verdadera.
- Ah, ¿pero se murió tu hermano, sin haber sido recibido de nuevo por la Congregación que fundara san Vicente de Paúl, de Sacerdotes de la Misión - vulgo “paúles”-, y de los Caballeros- y Damas de la Caridad, en París, allá por el año 1635, y del que el eminente Obispo Bossuet exclamó en una ocasión “¡qué bueno es Dios cuando ha hecho tan bueno a Vicente de Paúl ¡”
Mi entrevistado en esta ocasión amistosa es José Manuel Conde, y el hermano por quien le pregunto era Arturo, recientemente fallecido, y de quien se dio referencia en RD. José Manuel fue también “paúl” y, sin ordenarse de sacerdote, se “exclaustró”. Con estudios y títulos universitarios, de filosofía, teología y Ciencias Políticas, es profesor, y entre sus preocupaciones cristianas resalto la de reivindicar la memoria de su propio hermano…
- Sí, mi hermano Arturo murió, pero sin que se cumplieran sus deseos de reintegrarse a la Congregación de san Vicente, a la que perteneció más de cincuenta años. Habiendo logrado, con los correspondientes permisos, su dispensa temporal, para cuidar a nuestros padres, con los informes médicos relativos también a su propia salud, se dedicó un puñado de años a regir diversas parroquias en la diócesis de Orense, con mención para la del santuario de la Virgen de los Milagros, de renombre y devoción supra- regional.
- ¿Pero alguna razón aportarían sus superiores para denegarles la reincorporación a la Congregación?
- Ninguna, pese a los requerimientos, tanto personales, como oficiales, tramitados a través de la Curia Provincial y de los dicasterios romanos.
- “En virtud de santa – y ciega- obediencia”, y ya está.
A estas alturas de la conversación, después de averiguaciones “intra” y “extra” clericales, con lecturas de cartas y documentos que predican a la perfección , y con el evangelio en la mano, la calificación venerable del padre Arturo, como “buena persona, “un pobre más”, amable, idealista, trabajador infatigable, indulgente, cumplidor estricto de sus obligaciones pastorales”, tal y como el propio obispo de la diócesis lo testificó en la homilía que pronunció en la misa- funeral, no logro evitar las sinrazones de “celos y celillos” clericales, que de vez en cuando anidan también en las tertulias monacales…
El hecho es que el padre –ex padre- Arturo, murió sin haberse incorporado a su Congregación de PP. Paules.
“Ser esta la voluntad de Dios”, y “en virtud de santa obediencia”, no parecen constituirse en argumentos canónicos y teológicos, al margen o en contra, de la justicia, del misterio, de la piedad y de la razón. Por mi cuenta y riesgo, automáticamente y sin temor a levantar falsos testimonios como la vida aporta y refleja en similares situaciones relativas a monjes, monjas, religiosos y curas y frailes, y a movimientos así titulados como el Opus y otros, la tentación de que el caso del padre Arturo, se trata de uno más, tan frecuentes en la Iglesia, con lo que la inicial reflexión acerca de las comunidades y de la comunidad sin común -unión, sin comunicación y sin caridad cristiana, no es descartable…
De todas formas, “por los siglos de los siglos” perdurarán el testimonio y vivencia de san Vicente de Paúl, “amigo de los pobres” –“no soy más que un pobre paisano”-, apóstol, organizador de la caridad, santo, con un corazón generoso, noble, liberal, de fácil y viva sensibilidad y humildad profunda”, tal y como lo definieron sus hagiógrafos, sin además escatimar elogios “al puesto importante que ocupó en el campo de la literatura eclesiástica”, así como a su “clarividencia que equivalía a una especie de infalibilidad”. Respecto a sus fundaciones, san Vicente escribía que “sus religiosos y religiosas “tendrán por monasterios las casas de los enfermos; por celda, un cuarto de alquiler; por capilla, la iglesia parroquial; por reja, el amor de Dios y por velo, la santa modestia”.