SANTA SONRISA

Por fin, y gracias sean dadas a Dios y a todos –ellos y ellas-, los santos inscritos en las páginas, oficiales y oficiosas, de los devotos “Años Cristianos –Santorales o Años Litúrgicos-, da la impresión de que estos se han de enriquecer en el futuro con los daros personales de Albino Luciani –Juan Pablo I en el nomenclátor pontificio, conocido y sentido popularmente como “el Papa de la Sonrisa”. Se dice que el inicio del correspondiente proceso de beatificación pende de la comprobación de un “milagro” atribuido a su intercesión, lo que justificaría tan largos y procelosos trámites de la burocracia curial. No se le oculta a nadie que en este caso, tales “diligencias” no habrían de acelerarse como lo fueron en otros casos, con mención específica para el “santo súbito” de su sucesor como obispo de Roma. Es que, -hay que comprenderlo-, a no todos los aspirantes a santos se les facilitan, por igual y de modo idéntico, las posibilidades de llegar a serlo…

. El capítulo de las beatificaciones-canonizaciones está pendiente de reformas profundas hoy en la Iglesia. Posiblemente es este uno de los más urgentes, y lo es, tanto por la importancia evangelizadora que ejerce este culto en la piedad popular con su mediación-intercesión y ejemplos de vida, como por tantos abusos como hoy se conocen con detalles y documentos fiables. Sería preferible dejar en paz a quienes “se durmieron en el Señor” y ya está, sin otra exigencia que la de “descansar” en sus brazos, al margen de politiquerías y vanidades de Órdenes y Congregaciones Religiosas, fundaciones o movimientos llamados de “espiritualidad”.

. Hoy se está ya “al cabo de la calle” de pensar que las promociones para santos y santas responden única o fundamentalmente a razones sobrenaturales y no a otras muchas “terrenales”, sin descartar hasta las económicas. Las inversiones en dinero contante y sonante que hay que efectuar para que alguno de los miembros de la comunidad religiosa, representante o ejerciente de su espiritualidad y forma de vida “alcance el honor de los altares” son conocidas y valoradas con IVA o sin IVA.. Por poner un ejemplo, el mismo pueblo de Roma y sus peregrinos conocen la “categoría” terrenal –social o económica- del “canonizable, la noche de la víspera, en proporción a los “fuegos artificiales” que anuncian tan feliz acontecimiento, corroborado en la ceremonia por el número y riqueza de mitras episcopales de los asistentes.

. El pueblo- pueblo –“fiel y creyente”- fue quien elevó “al honor de los altares” a sus santos, hasta bien entrado el siglo X, que fue cuando los obispos acapararon para sí tal menester “en evitación de posibles “abusos”, sin pensar que llegarían épocas en las que tales abusos, precisamente episcopales y pontificios, superarían con creces, poder y dinero a los populares… La historia es historia y así se escribió, y se sigue escribiendo, pese al ordenamiento establecido en 1588 por el papa Sixto V.

. El poder – señores, reyes y emperadores-, el dinero, “estrategias eclesiásticas”, influencias, amiguismos, agradecimientos, “milagros” con sus sucedáneos, preponderancias de unas Órdenes o Congregaciones Religiosas sobre otras… engrosaron con infeliz y desdichada frecuencia páginas y páginas de los santorales, que a grito abierto demandan nitidez, limpieza, abstersión y reparación, ante propios y extraños.

. Por lo visto, y por lo que respecta a Albino Luciani, ex patriarca de Venecia, elegido papa con el nombre de Juan Pablo I el día 26 de agosto, y certificada su muerte “de un ataque al corazón” el 26 de septiembre del mismo año, le faltan unos datos relativos al milagro que precisa para que el correspondiente dicasterio romano eche a andar el proceso de su beatificación, a cuyo término llevó ya una buena parte del pueblo de Dios, sorprendido ante tantos misterios como rodearon su muerte, y que jamás acallaron los silencios y las explicaciones sobre la misma.

. Para iniciar y concluir su beatificación, al papa Juan Pablo –el “Brevísimo”- le sobran milagros. El denso, tupido y majestuoso velo de silencio que rodeó su pontificado y su muerte, es de por sí un milagro y un testimonio de vida.

. Otro milagro, tan espectacular como el anterior, fue y es el de su sonrisa. En los tiempos actuales, y siempre, su sonrisa fue, es y será un sempiterno y ejemplarizante milagro. Cualquier otro milagro en relación con enfermedades, de los que se registran y analizan, y a los que los dicasterios –Congregación de las Causas de los Santos- admite como válidos, no tendrá tanta consistencia y evangelio como la sonrisa.

. Dejo a los lectores la difícil opción litúrgica de colocar al santa papa Luciani, en el florilegio de los “confesores”, los “mártires”, o en el de los pontífices romanos sin más, destacando, eso sí, en él, su condición de hombre bueno, ignorado, que no ignorante, humilde, e inmalipulable. Y es que en la curia romana ha cabido todo o casi todo. Hasta el mismo misterio-milagro de la triste y resignada sonrisa.
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