SIMONÍA Y SIMONÍACOS

No es de extrañar que, con procedencia semántica tan consoladora y optimista –“Dios nos ha escuchado”-, el nombre de Simón aparezca en la Biblia con frecuencia, confiriéndole a sus portadores misiones de salvadora importancia. Hijo de Matatías, hermano de Jonatán y de Judas Macabeo, es el primero en la lista, seguido por el apóstol de Jesús – Simón Pedro- , y otro de los “Doce”, conocido con el sobrenombre de Zelota, que llegara a ser segundo obispo de Jerusalén. En Betania aparece otro Simón conocido como “El Leproso” por unos evangelistas, y “El Fariseo” por otros. La misión de Simón de Cirene, o el Cireneo-, fue y es la de ayudar a Jesús a llevar la cruz. El padre de Judas Iscariote hubo se sentirse específicamente “ayudado por Dios” para soportar el destino que la historia le había reservado a su hijo, el “Traidor” por antonomasia y “por los siglos de los siglos”.

Simón se llamó el curtidor de Jafa que aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles ,” santo y seña” del glorioso magisterio bíblico del “comerás tu pan con el sudor de tu frente”, como punto y aparte para la letanía de “Simeones” o “Simones”, con la cita en el mismo libro sagrado de los Hechos (8, 9-19) , a un tal avecindado en Samaria, a un mago de profesión “ que tenía embaucada a la gente y a quien seguían chicos y grandes, llamándole “el Gran Poder”, que recibió en bautismo, y que “no se separaba de Felipe, viendo, maravillado, los grandes milagros que realizaba “ y que en cierta ocasión hasta llegó a ofrecerles dinero a los apóstoles para recabar tal poder, recibiendo de parte de Pedro la condenatoria contestación de “al infierno tú con tu dinero, por pensar que el don de Dios se puede comprar : no tienes parte ni herencia en este don, pues tus intenciones son torcidas a los ojos del Señor. Arrepiéntete de tal maldad y ruega al Señor que te perdone por haber llegado a pensar tal cosa, pues veo que estás lleno de de amargura, y la maldad te tiene encadenado”.

. Tal escena se convertiría con el tiempo en el canon del Código de Derecho Canónico y en el término que registran los diccionarios, con referencia explícita a “intención deliberada de vender o comprar por un precio temporal algo intrínsecamente espiritual, como la gracia, los sacramentos , la jurisdicción eclesiástica, la presentación, la consagración, la bendición, la comunión o la excomunión, la colación o confirmación de un beneficio, entendiéndose siempre por “precio temporal” no solo una suma de dinero, o un presente natural entregado en mano, sino “todo favor de este orden, tales como una protección o una recomendación”.

. En unas épocas, con mayor y más notoria rentabilidad que en otras, la historia de la Iglesia la escribieron y escriben fervorosos devotos de Simón, el “Mago de Samaria”, y sus actitudes y comportamientos precisamente “simoníacos”, hinchiéndolos de asco y de perversión a los ojos de Dios y de los hombres. Creer que aquellos tiempos pasaron y fueron superados, equivale a haberse inscrito a perpetuidad en la nómina de los pastorcitos de Belén y seguir tocando el tambor con los tonos y ritmos que hoy se demandan.

. Los bautizos de cobran. Se cobran las misas y las comuniones, sobre todo son, y festivamente se conocen y presentan como “Primeras”. Se cobran bodas y entierros, en función de “categorías” y acompañamientos, cantos e incienso. Se cobra por ejercer de sacerdote. Y por hacer apostolado. Por predicar, impartir sacramentos y sacramentales y por presidir actos de religión y de culto. Honorarios, estipendios, remuneraciones, gratificaciones, ascensos y descensos en las escalas administrativas curiales, “limosnas”… engrosan los temas de conversaciones clericales en multitud de ocasiones, sobre todo en vísperas de la jubilación.

. Es obvio, ascético y litúrgico que la Iglesia –culto y clero- habrá de mantenerse, y mantener sus obras, mediante la colaboración económica de sus fieles, con fórmulas efectivas y sustantivas serias, insertas en el contexto de la participación- comunión que la propia idea de Iglesia requiere. Pero el sistema vigente de imbricación de lo sacramental en las cuentas corrientes, entidades bancarias, activos y pasivos y balances, aportan rentabilidades no siempre “religiosas”, aunque las indulgencias las falseen con buenas, o no tan buenas, intenciones y propósitos.

. De canónicamente “simoníacos” es obligatorio calificar comportamientos jerárquicos de tipo político – administrativo, con concordatos o sin ellos, y normalmente con las más constructivas intenciones al servicio de Dios y del prójimo. En los diccionarios clericales “et ultra”, sobran términos tales como comercio, almonedas, importe, comisión, vendeja, canonjías, prebendas, reventa, desamortización, beneficios eclesiásticos, baratillos, agua y roscas del santos o de la santa, clientela, aparroquiadores, serviciarios, matriculaciones e inmatriculaciones y siglas de carácter estatal, provincial autonómico o municipal, en las que cuanto se relacionaba con la Iglesia se ausentaba hasta que electoralmente cambiaron de signo político los tiempos, con la promulgación de otras normas.

. Someter a examen de conciencia actualizada, los comportamientos e ideas tradicionalmente religiosas –cristianas- , es y será beneficioso para la “causa de Dios” y el bien de la colectividad, de cuya tarea y ministerio los “simoníacos” de profesión u oficio serán merecedores e las terribles descalificaciones del apóstol Pedro, a Simón, “el Mago” de Samaria, en la escena narrada en el Libro de los Hechos. En la Iglesia, todos y por igual, somos hijos de Dios, por lo que la valoración en razón a los bienes de fortuna, o a la situación social, familiar o personal, no tiene cabida.
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