SÓLO PARA HOMBRES
Con lenguaje criptográfico, falto, por tanto, de seriedad y decoro comunicativo, acabo de leer las consideraciones archiepiscopales “primadas” acerca del porqué del escandaloso incremento de las muertes de mujeres registrado el año anterior , - ¡nada menos que 157¡- en el ralo y disperso capítulo de la “violencia del género”, del martirologio convivencial en los misterios dolorosos. El tema y su tratamiento eclesiástico justifican las siguientes reflexiones:
. Curas y obispos no son precisamente los más indicados y autorizados para impartir lecciones de convivencia matrimonial- familiar, aunque esta haya sido lacrada con las ceremonias del correspondiente ritual sacramental, acompañado por la gracia de Dios y las exigencias de la indisolubilidad administrada canónicamente, a veces, “ad líbitum”, por los Tribunales Eclesiástico.
. Quienes saben de verdad lo que es y exige el matrimonio, son los respectivos cónyuges. Estos conocen a la perfección si su administración “por la Iglesia” respondió a principios sustantivamente religiosos, en los que además actuaban los contrayentes -y no los curas- como sus ministros, o si fueron otros elementos como los sociológicos, económicos, políticos y “extra” o “intra” familiares los que en realidad justificaron la coyunda hombre- mujer de por vida y “hasta que la muerte los separe”, y más en unos tiempos en los que todo –casi todo- está sometido a leyes de la relatividad difícilmente insalvables.
. “Capisayearse”, es decir, “vestirse de obispos”, de oídas y con el riesgo de que las respectivas ínfulas mitrales, entorpezcan y obstaculicen la audición, es comprensible que se pronuncien homilías y exhortaciones, que a lo que más pueden aspirar es a ocupar titulares de prensa, arrancadas de su contexto, pero sin que se las haya sometido a manipulación profesional alguna.
. “Creer a pies juntillas”, y proclamar como “palabra de Dios”, que la sacramentalidad de muchos matrimonios resulta ser de por sí aval para su indisolubilidad, buen trato y póliza de seguro de vida, de que no se producirá jamás la muerte, con la etiqueta y diagnóstico de “violencia de género”, no parece congruente ni en conformidad con las estadísticas.
. Más aún, y dado que la información-formación “religiosa” , concretamente en España, influyó e influye con fuerza y capacidad de convencimiento, hasta suplantar las dimanantes en otras procedencias, fuentes, autoridades y sistemas pedagógicos, la lógica lleva a la conclusión de que, si los índices de dignidad de la mujer se hallan tan deteriorados rondando el ámbito de la maldad y del vicio por aquello del “pecado original” al que Eva en la Biblia indujo a Adán, resulta su muerte en cierto modo comprensible en el confrontamiento familiar con su pareja o ex pareja.
. La más lejana posibilidad de explicar- justificar tamaño desafuero y atrocidad, habría de impulsar a los responsables de tal monstruosidad a revisar y corregir los libros, exégesis e interpretaciones, por muy sapienciales y sagradas que hubieran sido propuestas y hasta aceptadas.
. Disciplinas como la teología, filosofía, Sagrada Escritura, pedagogía, cánones, ascética y mística, sociología y aún antropología y liturgia que se intitulan “religiosas” respecto a la mujer, claman por su revisión- renovación profunda, hasta humanizarlas y devolverles su sagrada condición de personas y criaturas de Dios, en exacta, estrecha y comprometida igualdad con el hombre. Comportamientos todavía hoy “oficiales” eclesiásticos, son de procedencia y características netamente paganos, en absoluta discrepancia con el evangelio y con la doctrina y ejemplos de Jesús.
. El Antiguo Testamento y la doctrina y praxis de otras religiones y “culturas” respecto a la relación hombre- mujer no tienen cabida en los esquemas de la convivencia mínimamente humana o divina. Es significativo y digno de perentoria y apremiante reflexión, el hecho de que la misma mujer, tanto personal como colectivamente, dentro de la Iglesia, no haya recurrido a soluciones que la ley, los legisladores y las propias mujeres rechazarían, por no tener que seguir sufriendo a perpetuidad ignominiosas discriminaciones y muertes humillantes y afrentosas, sólo por ser mujeres, en definitiva, madres, esposas, hijas y hermanas…
. Curas y obispos no son precisamente los más indicados y autorizados para impartir lecciones de convivencia matrimonial- familiar, aunque esta haya sido lacrada con las ceremonias del correspondiente ritual sacramental, acompañado por la gracia de Dios y las exigencias de la indisolubilidad administrada canónicamente, a veces, “ad líbitum”, por los Tribunales Eclesiástico.
. Quienes saben de verdad lo que es y exige el matrimonio, son los respectivos cónyuges. Estos conocen a la perfección si su administración “por la Iglesia” respondió a principios sustantivamente religiosos, en los que además actuaban los contrayentes -y no los curas- como sus ministros, o si fueron otros elementos como los sociológicos, económicos, políticos y “extra” o “intra” familiares los que en realidad justificaron la coyunda hombre- mujer de por vida y “hasta que la muerte los separe”, y más en unos tiempos en los que todo –casi todo- está sometido a leyes de la relatividad difícilmente insalvables.
. “Capisayearse”, es decir, “vestirse de obispos”, de oídas y con el riesgo de que las respectivas ínfulas mitrales, entorpezcan y obstaculicen la audición, es comprensible que se pronuncien homilías y exhortaciones, que a lo que más pueden aspirar es a ocupar titulares de prensa, arrancadas de su contexto, pero sin que se las haya sometido a manipulación profesional alguna.
. “Creer a pies juntillas”, y proclamar como “palabra de Dios”, que la sacramentalidad de muchos matrimonios resulta ser de por sí aval para su indisolubilidad, buen trato y póliza de seguro de vida, de que no se producirá jamás la muerte, con la etiqueta y diagnóstico de “violencia de género”, no parece congruente ni en conformidad con las estadísticas.
. Más aún, y dado que la información-formación “religiosa” , concretamente en España, influyó e influye con fuerza y capacidad de convencimiento, hasta suplantar las dimanantes en otras procedencias, fuentes, autoridades y sistemas pedagógicos, la lógica lleva a la conclusión de que, si los índices de dignidad de la mujer se hallan tan deteriorados rondando el ámbito de la maldad y del vicio por aquello del “pecado original” al que Eva en la Biblia indujo a Adán, resulta su muerte en cierto modo comprensible en el confrontamiento familiar con su pareja o ex pareja.
. La más lejana posibilidad de explicar- justificar tamaño desafuero y atrocidad, habría de impulsar a los responsables de tal monstruosidad a revisar y corregir los libros, exégesis e interpretaciones, por muy sapienciales y sagradas que hubieran sido propuestas y hasta aceptadas.
. Disciplinas como la teología, filosofía, Sagrada Escritura, pedagogía, cánones, ascética y mística, sociología y aún antropología y liturgia que se intitulan “religiosas” respecto a la mujer, claman por su revisión- renovación profunda, hasta humanizarlas y devolverles su sagrada condición de personas y criaturas de Dios, en exacta, estrecha y comprometida igualdad con el hombre. Comportamientos todavía hoy “oficiales” eclesiásticos, son de procedencia y características netamente paganos, en absoluta discrepancia con el evangelio y con la doctrina y ejemplos de Jesús.
. El Antiguo Testamento y la doctrina y praxis de otras religiones y “culturas” respecto a la relación hombre- mujer no tienen cabida en los esquemas de la convivencia mínimamente humana o divina. Es significativo y digno de perentoria y apremiante reflexión, el hecho de que la misma mujer, tanto personal como colectivamente, dentro de la Iglesia, no haya recurrido a soluciones que la ley, los legisladores y las propias mujeres rechazarían, por no tener que seguir sufriendo a perpetuidad ignominiosas discriminaciones y muertes humillantes y afrentosas, sólo por ser mujeres, en definitiva, madres, esposas, hijas y hermanas…