TARIFAS EN LA IGLESIA

Se calman, o agravian, según, las incomodidades y berrinches -santos o no tanto-, que puedan suscitar las siguientes reflexiones, solo con que el director “espiritual” del diccionario de la RAE nos traiga a colación el sentido y contenido que posee la palabra “tarifa”, definida como “tabla de precios , derechos o cuotas tributarias, fijados por las autoridades para los servicios públicos realizados a su cargo”, y que es aplicable, y se aplica, también en la Iglesia.

Sí, en la Iglesia, aunque a muchos, ya y por fin, les resulte irritante y martirizante, por motivos estrictamente piadosos, siguen vigentes las tarifas, año a año renovadas en conformidad con los índices “oficiales” y la carestía de vida. En la Iglesia se compra y se vende. Y hay funcionarios que ejercen su trabajo, ministerio u oficio. No pocos son los que viven precisamente de eso. Es parte del “carrerismo”, por el que optaron en su día, con la correspondiente profesión o vocación o como quieran llamarla.

Lo de que en el entorno al altar sigue sonando el dinero y este repiquetea en tantas ocasiones al ritmo de las sacrosantas campanas, es una realidad pareja a la altura de las torres y pináculos en los que se ubican, acolitadas por las benéficas y ecológicas familias de cigüeñas con sus cigoñinos. Son muchos los que echan a veces de menos a Jesucristo, armado de disciplinas, flagelos, azotes y otros artilugios, renovados aquellos de los que hiciera uso en el templo –“cueva de ladrones”-, para intentar resacralizarlo.

Y es que también en la Iglesia, y en sus aledaños se cobra por todo, o por casi todo. Las fórmulas son muchas, y ya a punto de modernizarse, con sistemas y procedimientos sutiles y tecnificados, pasando a planos inferiores, por poco o nada rentables, lo de las rifas, pujas, participaciones en las loterías, rastros y rastrillos,, “baratillos”, “la voluntad” y las propinas.

Por supuesto que mi referencia a “comprar y vender” en la Iglesia no tiene relación alguna con cuanto es, significa y exige la caridad- beneficencia en cualquiera de los organismos e instituciones y obras, como Cáritas, inspiradas y ejecutadas por la Iglesia –jerarquía y laicos- que con generosidad, acierto y espíritu cristiano se afronta, superando en ocasiones, aún subsidiariamente, a funciones y atenciones propias del Estado, de las Comunidades Autónomas y de los Ayuntamientos. Mi reflexión aquí y ahora se centra en el tiempo y espacio de cuanto se relaciona con el llamado “culto y clero”, expresión entendida certeramente por el pueblo de Dios

Mientras que pastoralmente se nos predica y argumenta en la Iglesia que “la salvación es gratuita” por naturaleza, con desdichada facilidad los propios fieles llegan al convencimiento diario de que la Iglesia y sus sucursales dan la impresión de ser y actuar como “casas de negocio”. La administración de los sacramentos cuesta dinero. En conformidad con un listado, -en el lenguaje curial de tasas diocesanas-, del que me sirvo al redactar este tema, celebrar un matrimonio cuesta de 180 a 270 euros. El bautismo puede oscilar entre los 35 y los 60. Por unas exequias con misa, la cantidad orientativa es de 80 euros, así como 30 es la establecida oficialmente por una misa aniversario. En el caso que se solicite un expediente matrimonial completo, son 40 los euros, y 20 si se trata de “medio expediente”. Las formas “ofrenda” y “la voluntad” encarece y rebasa aún más la del estipendio a secas, dado que, lo mismo en los bautizos que en la Primeras Comuniones, que en las defunciones, no se suelen contemplar los euros con ponderación y equilibrio, sino con excesos de alegrías o de pena.

De otro “Decreto sobre tasas y estipendios de las misas y ofrendas de los fieles con ocasión de la celebración de sacramentos y sacramentales y sobre las tasas de la curia diocesana y de los archivos parroquiales”, los datos y las reflexiones que se entresacan son acongojantes, avalados además con multitud de cánones del Código de Derecho Canónico actualizado y con citas bíblicas. De entre estas se alude a la de san Pablo quien aseguraba que “ quienes predican el evangelio, habrían de vivir del mismo”, con olvido blasfemo de su propio ejemplo de “vivir de su trabajo de curtidor y así no serle gravoso a la comunidad”. Y es que, con el recurso de los cánones y de ciertas citas bíblicas, ni es, ni será jamás posible evangelizar.

Cobrar, y además hacerlo sobre tarifa, por predicar sermones, quinarios, triduos, septenarios y novenarios, y cobrar por celebrar misas, privadas o solemnes, con mitras o sin ellas,, y presidir bendiciones de establecimientos, grandes almacenes, fábricas, obras públicas o privadas, personas o animales, equivale a insertarse automáticamente en la feligresía de los discípulos de Simón Mago, padre y tutor del término “simonía” o “compraventa de cosas espirituales”, que es uno de los más horrendos pecados que se pueden cometer, y se cometen, y además “en el nombre de Dios.

Las fórmulas para el “mantenimiento del culto y clero” serán otras más teológicas y nada comerciales El principio de la Comunión –común unión-, será su inspirador y su catequesis. Y además, con IVA, lo será la claridad. Sin transparencia no hay ofrendas, Ni comunión. Ni Iglesia. Ni culto. Ni clero. Claridad y verdad se versifican entre sí en la vida y en el evangelio. Ambos conceptos riman y se complementan.
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