TÉCNICAS DE COMUNICACIÓN - COMUNIÓN

“Comunicación” y “comunión” son dos términos constructores de Iglesia. Ellos la hacen posible. Son sus fundadores, edificadores, arquitectos y maestros mayores, -por supuesto, aparejadores-, y nada más y nada menos que albañiles y obreros. “Comunión” es ya, y de por sí, Iglesia, y, sin que la “comunicación” no se hubiera hecho presente y ejercido por quienes pretendieran ser, ejercer y testificarla la Iglesia, jamás traspasaría esta los umbrales de la palabrería, por muchos argumentos teológicos y litúrgicos que la eclesiología invirtiera en tan mágico y sugerente empeño, todavía apasionante para muchos.

La comunicación es comunión y viceversa, por lo que extraña y sorprende que los catecismos al uso no hayan difundido enseñanza tan elemental, coincidente con ideas y comportamientos mínimamente eclesiales, suscitando en algunos fantasmas de herejías o peligrosos riesgos de “compromisos temporales”, político- sociales, y en contra de lo religioso y aún de lo evangélico.

Sorprende y extraña aún más que precisamente en tiempos, y con procedimientos y técnicas como los actuales, propicios para el desarrollo de la comunicación- comunión, en la Iglesia no se aprovechen tantas y tan activas posibilidades para su entendimiento y aplicación. Vocacionada la Iglesia para el ministerio de la comunicación- comunión- eucaristía, los encargados por oficio de misión tan salvadora y coherente con la condición de “persona” por ser “cristianos”, se interesen en exclusiva o fundamentalmente por proyectar su responsabilidad “religiosa” en ritualismos, ceremonias y actos de culto, con fórmulas la mayoría de ellas ambiguas y enigmáticas, que más que ayudar a aclarar y acelerar el misterio de la salvación , embrollan, confunden y aturden.

Se rebasan los límites de la comprensión y de la inteligencia, comprobar la positiva y, a veces, sistemática animadversión de responsables máximos de la institución eclesiástica en relación con la comunicación- comunión – Iglesia y todo el proceso que exige. De espaldas a Internet, sin atento y preciso cultivo religioso de los sistemas nuevos y renovados de la comunicación, no es posible ejercer el ministerio de la evangelización con posibilidades de éxito, al albur de milagrerías y sobrenaturalismos, no siempre legítimos.

La técnica y los medios empleados ya en los ámbitos de la comunicación, han de ser patrimonio de la Iglesia, más que lo fueron, y lo siguen siendo, los tradicionales de la oratoria sagrada, como las homilías, cartas apostólicas, encíclicas y prédicas de distinto signo y consideración. La presencia física requerida en Sacramentos como el bautismo, la confesión el matrimonio, la eucaristía, cumplimiento del precepto dominical, “sacramentales”, bendiciones y prácticas piadosas, que en la actualidad es, virtual, con idénticos efectos ya, en tantas otras esferas de la convivencia y del ordenamiento judicial y legal y social, podría un día llegar a ser cuestionada religiosamente.

Exponerse a perder el tren de la historia también por lo que hace referencia a la técnica y a la debida aplicación de los medios que con generosidad y eficacia brinda, es tentar a Dios y, por tanto, incongruente con la Iglesia, pese a que en no pocas ocasiones y circunstancias se de la impresión de condenar todo –casi todo- lo nuevo, sólo por el hecho de serlo. En el actual contexto de tantas posibilidades teóricas de comunicación – comunión en el que jamás los humanos padecieron soledades, inseguridades e insolidaridades tan desesperantes, comprobar que la Iglesia no apadrine y encarne , sino que hasta positivamente rechace el uso de tales medios, suscita serias dudas de legitimar su condición de coadyuvante en la tarea de la salvación de la humanidad.

Una institución como la Iglesia, definida esencialmente por su capacidad de comunicación – comunión, contará en el programa, ideario y ética personal y colectiva de sus miembros, con la preocupación por el aprovechamiento hasta el máximo posible, de las modernas técnicas en uso o en camino.
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