Violadas Santas

Diariamente los medios de comunicación social en general acrecientan las páginas del “Año Cristiano” con santos y santas de singulares procedencias. Las secciones de sucesos suelen ser sus hornacinas. Por cierto que, enmarcadas en esta clase de retablos, y dado que la de sucesos es de las secciones más leídas, el número de quienes tienen acceso a estas noticias es altamente considerable. Como además, y por su propia configuración, circunstancias y detalles, los comentarios brotan con asiduidad, dolor y franqueza, el eco de esta clase de informaciones resulta amplio y casi generalizado.

. Las violaciones están a la orden del día. Son noticias de cada hora en determinados tiempos y lugares. Es posible que en épocas pasadas ocurriera lo mismo, o casi lo mismo, si bien ciertos temores, consideraciones sociales, normas de decencia periodística y hasta la convicción de que noticias como estas habían de ocultarse, con el fin de que no cundiera el ejemplo, el público en general se sentía seguro de que tales hechos estaban borrados del mapa de la convivencia nacional, aunque de vez en vez se vislumbrara su existencia en latitudes foráneas. Pero desgraciadamente las violaciones tienen nombres y apellidos similares a los nuestros, sus protagonistas activos y pasivos conviven con nosotros, parten y comparten el mismo pan y refrigeran su sed con aguas que manan en hontanares idénticos. Por si algo faltara para hacer más dramática la noticia, violadores y violadas convivieron con nosotros en colegios, lugares de diversión, y de ocio, y en los templos.

. Es imprescindible destacar el hecho frecuente de que sobre los chicos y chicas violadas se extendían mantos de sospechas, pero siempre, o casi siempre, culpando sus “deslices” y fragilidades a leves confianzas o descuidos. Muy raramente se buscaban las causas de sucesos tan graves, indignos e indignantes.

. Por supuesto que en el santoral oficial de la Iglesia no faltan sacras referencias a las violaciones, hasta haber “elevado al honor de los altares” a no pocas mujeres y niñas. Pero por supuesto también que en el referido santoral aún no se les hizo un hueco a hombres varones y niños a los que la maldad de otros encenagó con proposiciones y con gestos sucios e impuros. Cuando sus agentes estaban revestidos con cargos, oficios o ministerios de relieve y significación social y aún religiosa, el grado de maldad, perversidad y execración asciende a cotas inconfesables.

. Con la necesidad tan perentoria de las ayudas sobrenaturales y ético-morales que demandan violadores y violados/as ¿cómo es posible que no se tomen medidas
mucho más efectivas para terminar de una vez con lacras tan devastadoras para el cuerpo y para el alma? ¿Cómo las leyes, la sensibilidad ciudadana, la educación integral, el dominio de las pasiones y el temor de Dios y de la sociedad no activaron el caudal de sus recursos en defensa de los débiles? ¿Tiene alguna explicación que en el listado de estos delincuentes, con documentación y sentencias firmes, se encuentren algunos malvados, revestidos de hábitos eclesiásticos y que se intitulan “ministros de Dios y servidores de su Pueblo”? ¿Es que pueden invocarse razones de benevolencia, comprensión y perdón para estos, sin antes no haber dado muestras expeditas de dolor, arrepentimiento y veraz y reparador propósito de enmienda?

. ¿Para cuando el redescubrimiento y ampliación del “Año Cristiano” con nuevos nombres de santos y de santas que fueron sometidos al martirio de la violación, lo que podría suponer algún día ayuda celestial para la superación de las consecuencias tan nefastas que tales agresiones comportan? ¿Para cuando hacer más patente y reconfortante el testimonio de vida que su comportamiento ante tan terribles agresiones ofrecen sus víctimas a la colectividad en cuyo entorno tuvieron lugar?

. Violados –ellos y ellas santos y santas- son de actualidad eclesial soberana y ostensible. Su invocación y ejemplo de vida los distingue y los hace apreciables
como otros tantos testigos –“mártires”-, con cuya compañía afrontar la tarea permanente encomendada a la religión, a la educación y a las leyes.
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