ZAQUEO NO SE PUSO LA MITRA
La “TV-13”-televisión de la Iglesia- se engalana, un domingo sí y otro también, con los más fastuosos ornamentos, ceremonias, faustos y pompas, que se dicen litúrgicas, en cuyo marco solemne se presenta la celebración de la Eucaristía, normalmente con ocasión de la consagración, o traslado, de algún obispo o arzobispo, de una sede a otra de mayor categoría y consideración. El delirante desfile de báculos y mitras, y de otros símbolos episcopales, está asegurado con la espectacularidad programada y prevista, aunque posiblemente en deterioro de la devoción, la piedad y la religiosidad popular verdaderas. Huelga reseñar que la imagen televisiva que en una cadena como la financiada la por la Conferencia Episcopal, en relación con la Iglesia y con la “misa-función solemnísima”, es ya recusada, o al menos, cuestionada, por muchos cristianos.
Con concreta mención a las mitras, insisto una vez más, que una cultura-información mediana histórico- religiosa, desvela ya que se trata de un símbolo puramente pagano, con ínclita e indudable referencia y relación con el dios Mitreo, de las religiones persas, que revestía las testas sagradas de sus Sumos Sacerdotes y Generalísimos de sus ejércitos con tales esperpénticas tocas altas y apuntadas, con el inefable añadido de las suntuosas y envanecedoras fimbrias, pasamanerías e ínfulas colocadas a ambos lados del imperial artilugio.
El signo guerrero de las mitras es históricamente tan evidente, que supera con creces al que se le pudiera haber superpuesto después, “religiosizándolo” con caracteres nada menos que “episcopales”. Esto equivale a decir que, por poner un ejemplo, un mitrado está poco menos que teóricamente incapacitado para adoctrinar acerca de la paz, y para ser su mediador y practicar obra de misericordia como esta, tan elemental en cualquier catecismo. “Guerra” –“bellum” en latín litúrgico y vulgar-, coincide con “bestia feroz” –“bellua”, en el idioma del Lacio, por lo que no parece aparente que este símbolo siga siendo episcopal, todavía deseado además por los aspirantes a este ministerio u oficio que se diga “sagrado”, aunque así lo demandaran y justificaran tiempos irreligiosamente feudales.
Con mitras, no es posible el diálogo. Por tanto, tampoco lo es la homilía. Hasta la misma “misa” resulta difícil, por lo que esta entrañable “misión” debe tener de “comunidad”. Mitra- homilía y misa configuran un conjunto necesitado y urgente de la profunda reforma litúrgica que salvadoramente tarda en afrontar el Papa Francisco.
En relación con las misas y sus HOMILÍAS, comento la anécdota protagonizada por un “oyente” de una de las misas dominicales, que yo celebré, con su correspondiente homilía, y a quien voy a llamar “Don Manuel”. Acompañado de su señora, y a la salida del templo, me espetó literalmente lo siguiente: “perdone, pero después de haberme “tragado” (sic), veinte minutos de su homilía, con respeto, confianza y consideración fraterna, como hermano en Cristo, le expreso mi disconformidad con su comentario referente a Zaqueo”.
- Que conste, Don Manuel, le dije, que no han sido 20 los minutos dedicados a la homilía, sino exactamente 13. Y que conste también que yo no soy culpable de que con Zaqueo el publicano, _el “malo” oficial entre los judíos-, Jesús hubiera tenido delicadezas salvadoras tan excepcionales, como para haberse autoinvitado a compartir su casa y su mesa, con el correspondiente y fanático escándalo por parte de los oficialmente “buenos”, que entonces eran, y hoy siguen siendo y teniendo nombres y sobrenombres de “fariseos”,con todos los honores y sin ahorrarse su inscripción en organizaciones y movimientos que se intitulan “religiosos”, con sus debidas y legitimadoras legalizaciones canónicas, acaparadoras además del sacrosanto nombre de Dios.
Con concreta mención a las mitras, insisto una vez más, que una cultura-información mediana histórico- religiosa, desvela ya que se trata de un símbolo puramente pagano, con ínclita e indudable referencia y relación con el dios Mitreo, de las religiones persas, que revestía las testas sagradas de sus Sumos Sacerdotes y Generalísimos de sus ejércitos con tales esperpénticas tocas altas y apuntadas, con el inefable añadido de las suntuosas y envanecedoras fimbrias, pasamanerías e ínfulas colocadas a ambos lados del imperial artilugio.
El signo guerrero de las mitras es históricamente tan evidente, que supera con creces al que se le pudiera haber superpuesto después, “religiosizándolo” con caracteres nada menos que “episcopales”. Esto equivale a decir que, por poner un ejemplo, un mitrado está poco menos que teóricamente incapacitado para adoctrinar acerca de la paz, y para ser su mediador y practicar obra de misericordia como esta, tan elemental en cualquier catecismo. “Guerra” –“bellum” en latín litúrgico y vulgar-, coincide con “bestia feroz” –“bellua”, en el idioma del Lacio, por lo que no parece aparente que este símbolo siga siendo episcopal, todavía deseado además por los aspirantes a este ministerio u oficio que se diga “sagrado”, aunque así lo demandaran y justificaran tiempos irreligiosamente feudales.
Con mitras, no es posible el diálogo. Por tanto, tampoco lo es la homilía. Hasta la misma “misa” resulta difícil, por lo que esta entrañable “misión” debe tener de “comunidad”. Mitra- homilía y misa configuran un conjunto necesitado y urgente de la profunda reforma litúrgica que salvadoramente tarda en afrontar el Papa Francisco.
En relación con las misas y sus HOMILÍAS, comento la anécdota protagonizada por un “oyente” de una de las misas dominicales, que yo celebré, con su correspondiente homilía, y a quien voy a llamar “Don Manuel”. Acompañado de su señora, y a la salida del templo, me espetó literalmente lo siguiente: “perdone, pero después de haberme “tragado” (sic), veinte minutos de su homilía, con respeto, confianza y consideración fraterna, como hermano en Cristo, le expreso mi disconformidad con su comentario referente a Zaqueo”.
- Que conste, Don Manuel, le dije, que no han sido 20 los minutos dedicados a la homilía, sino exactamente 13. Y que conste también que yo no soy culpable de que con Zaqueo el publicano, _el “malo” oficial entre los judíos-, Jesús hubiera tenido delicadezas salvadoras tan excepcionales, como para haberse autoinvitado a compartir su casa y su mesa, con el correspondiente y fanático escándalo por parte de los oficialmente “buenos”, que entonces eran, y hoy siguen siendo y teniendo nombres y sobrenombres de “fariseos”,con todos los honores y sin ahorrarse su inscripción en organizaciones y movimientos que se intitulan “religiosos”, con sus debidas y legitimadoras legalizaciones canónicas, acaparadoras además del sacrosanto nombre de Dios.