Ciencia y religión ¿Antagónicas?
En el siglo XX se publicaron dos libros con unas décadas de diferencia. “The Creed of Science”, escrito por Charles Darwin en 1881. Comentando su obra William Graham intentó reconciliar las ideas científicas que presentaba con la fe por lo que dijo “has expresado mis convicciones mejor que podía haberlo yo y llegado a la conclusión de que el universo no se hizo por casualidad”
El otro libro tuvo mucha mayor publicidad “History of de Conflict between Religion and Science” escrito por John Williams Draper, un post Darwinista que tuvo mucho éxito, tanto en Estados Unidos como en Europa. En su obra afirmaba la incompatibilidad total entre la ciencia y la religión. Eran dos mundos enfrentados
La novedad de nuestros días es un nuevo libro, Magisteria, escrito por Nicholas Spencer, un famoso pensador de asuntos religiosos, que trabaja en una empresa de pensamiento cristiano que se llama Theos. En su obra afirma que ciencia y religión han estado continua y fascinantemente enganchadas y pone como ejemplos la antigua ciencia en la que lo divino estaba en todas partes, pasa por el califato de los abasidas en Bagdad en el siglo IX, por Maimonides, un pensador judío del siglo XII que se divertía lanzando censuras a los clérigos de todas las confesiones religiosas y llega hasta hoy, con la inteligencia artificial que también anuncia complicaciones para todas las creencias
En el siglo XI nos recuerda que Berengar de Tours afirmaba que sólo por la razón el ser humano se parece a Dios y que gracias a las disputas que se crearon después de la reforma, la teología sirvió para fundamentar la ciencia moderna en la duda, frente a las instituciones inamovibles y creando grietas en las ortodoxias. Por otro lado, la tribu de los naturalistas, con martillo y cincel en mano, apuntalaron la existencia de un creador y consideraron que la exploración de la naturaleza era en sí misma una forma de culto
Spencer en su libro revive las disputas de Galileo, Darwin y John Scopes (procesado en 1925 en los Estados Unidos por enseñar doctrinas evolutivas) para llegar a la conclusión de que muchos científicos pioneros encontraron en la filosofía natural, como se conocía la ciencia entonces, un ministerio de reconciliación, donde los hombres podían estar de acuerdo o no, pero respetándose mutuamente y fomentando un lugar para un debate sereno alejado del control clerical.
Los científicos con creencias componen una larga lista en la que aparecen nombres desde Michael Faraday y James Clerk Maxwell hasta Gregor Mendel y George Lemaire, un sacerdote belga que tras hacer unos cálculos matemáticos propuso que el universo se estaba expandiendo y por lo tanto tuvo un comienzo. Spencer, autor de este nuevo libro, asegura que ni San Pablo ni Moisés tenían ideas sobre la relatividad, su fe básica se centraba en la salvación mientras que en otras cuestiones eran tan sabios o ignorantes como las personas de su generación. Lemaire advirtió al Papa de que no debía de tomar conclusiones teológicas sobre su trabajo sobre el cosmos
En las últimas décadas, afirma Spencer, desgraciadamente ha aumentado la hostilidad entre ambos campos pues la sociología quiere interpretar la vida humana y sus comportamientos desde la evolución mientras que algunos religiosos se cierran en banda a Darwin formando dos frentes encontrados: los pros y los contras. Tampoco la neurociencia tiene posibilidades de encontrar la moralidad del alma en un escáner ni tampoco los teólogos pueden encontrar evidencia de la ética bíblica en la actividad del lóbulo frontal
Tradicionalmente se ha dicho que la ciencia y la teología no están en contra ya que el campo de la primera es el área empírica mientras que la teología se ocupa de la zona de los valores. Esta separación no le convence al autor de este libro en cuanto que considera que las dos ciencias están parcialmente superpuestas en nosotros ya que los humanos somos complejos y debemos tolerar la complejidad sin declararnos la guerra