Los Reyes Magos
Me parece que el atractivo de los Reyes Magos es que vienen de lejos, montados en caballerías exóticas y vestidos con ricos trajes orientales. Son mucho más vistosos que el viejo Papá Noel que llega del frío en un trineo tirado por unos animales raros que se llaman renos. Pero en cuanto a los regalos, el San Nicolás escandinavo (versión de Papá Noel) trae a los niños naranjas de España que es una buena vitamina C para los fríos invernales de esos países nórdicos porque ¿qué haría la Sagrada Familia con el oro, incienso y mirra que les llevaron los Reyes en la cueva de Belén?
Esa llegada majestuosa y esos regalos inútiles (prescindo del simbolismo) ¿No serían para quitarle hierro a una encarnación vergonzosa? A nadie con dos dedos en la frente se le habría ocurrido que el Mesías anunciado, el salvador del mundo, iba a nacer en un portal rodeado de animales. Y es que nos cuesta a todos pensar en un Dios impotente que se ha hecho tierno y vulnerable. “Estoy a la puerta y llamo” es la postura del mendigo que pide y no la del monarca que ordena.
El himno de Filipenses 2,6-7 dice de Jesucristo “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres”. La humillación de Dios en la impotencia es lo que hace posible, tanto la libertad humana como la reciprocidad en la relación que establece con sus criaturas. Ese descenso fue el que posibilitó la amistad y cercanía con los seres humanos. El inmenso poder de Dios se ancla en su capacidad infinita de compasión ya que se hace siervo del desvelo y del cuidado por el mundo.
Siento más atractivo por los pastores que no contaron con estrellas que les guiaran y que dispusieron de corderos, leche y quesos para el nuevo nacido, mejor dicho para sus padres. ¿No se sentarían todos juntos a celebrar el nacimiento en torno a los víveres que habían aportado? En torno al fuego, las mujeres hablarían del parto, del largo viaje recorrido y de los planes de futuro mientras que los varones preguntarían a José por su trabajo y el costo de los alimentos en Nazaret. Todos comerían juntos pues es una premisa que aparece en todas las relaciones de amistad, una costumbre que practicó Jesús a lo largo de su vida pues un tercio de los evangelios tratan de sus comidas. Es una lástima que el desarrollo de la eucaristía acabara en una hostia insípida y un vino reservado para el celebrante, porque pierde mucho de su sentido.
Todo esto he tratado de explicárselo a mis nietos pero piensan que estoy loca ¡No se pueden comparar los Reyes Magos a los pastores! Tan es así que en las fiestas del colegio hay riñas por encarnar a Melchor, Gaspar y Baltasar mientras que nadie quiere ser un modesto pastor. ¡Y la cabalgata del día 5! Una nieta presume de haber cogido al vuelo unos caramelos que tiraban los pajes, algo casi tan valioso como un autógrafo de Ronaldo.
Pero yo prefiero imaginar que estaba en Belén sentada junto al portal, felicitando a los padres, brindando ¿con agua? y comiendo un trozo de queso con todos los pastores (no olvidemos que había pastoras que posiblemente fueran las que dispusieran los alimentos) bajo la mirada atenta y sonriente de un recién nacido. Menos mal que los Reyes vivían más lejos y nos dieron tiempo para gozar de esa comida que presagiaba otras futuras.
Esa llegada majestuosa y esos regalos inútiles (prescindo del simbolismo) ¿No serían para quitarle hierro a una encarnación vergonzosa? A nadie con dos dedos en la frente se le habría ocurrido que el Mesías anunciado, el salvador del mundo, iba a nacer en un portal rodeado de animales. Y es que nos cuesta a todos pensar en un Dios impotente que se ha hecho tierno y vulnerable. “Estoy a la puerta y llamo” es la postura del mendigo que pide y no la del monarca que ordena.
El himno de Filipenses 2,6-7 dice de Jesucristo “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres”. La humillación de Dios en la impotencia es lo que hace posible, tanto la libertad humana como la reciprocidad en la relación que establece con sus criaturas. Ese descenso fue el que posibilitó la amistad y cercanía con los seres humanos. El inmenso poder de Dios se ancla en su capacidad infinita de compasión ya que se hace siervo del desvelo y del cuidado por el mundo.
Siento más atractivo por los pastores que no contaron con estrellas que les guiaran y que dispusieron de corderos, leche y quesos para el nuevo nacido, mejor dicho para sus padres. ¿No se sentarían todos juntos a celebrar el nacimiento en torno a los víveres que habían aportado? En torno al fuego, las mujeres hablarían del parto, del largo viaje recorrido y de los planes de futuro mientras que los varones preguntarían a José por su trabajo y el costo de los alimentos en Nazaret. Todos comerían juntos pues es una premisa que aparece en todas las relaciones de amistad, una costumbre que practicó Jesús a lo largo de su vida pues un tercio de los evangelios tratan de sus comidas. Es una lástima que el desarrollo de la eucaristía acabara en una hostia insípida y un vino reservado para el celebrante, porque pierde mucho de su sentido.
Todo esto he tratado de explicárselo a mis nietos pero piensan que estoy loca ¡No se pueden comparar los Reyes Magos a los pastores! Tan es así que en las fiestas del colegio hay riñas por encarnar a Melchor, Gaspar y Baltasar mientras que nadie quiere ser un modesto pastor. ¡Y la cabalgata del día 5! Una nieta presume de haber cogido al vuelo unos caramelos que tiraban los pajes, algo casi tan valioso como un autógrafo de Ronaldo.
Pero yo prefiero imaginar que estaba en Belén sentada junto al portal, felicitando a los padres, brindando ¿con agua? y comiendo un trozo de queso con todos los pastores (no olvidemos que había pastoras que posiblemente fueran las que dispusieran los alimentos) bajo la mirada atenta y sonriente de un recién nacido. Menos mal que los Reyes vivían más lejos y nos dieron tiempo para gozar de esa comida que presagiaba otras futuras.