Salman Rushdie
La consecuencia de la fatwa sobre Salman Rusdie del ayatolá Jomeini, supremo líder de Irán, en 1989 aunque pasaran muchos años no cayó en el olvido ya que un islamista convencido trató de acabar con su vida hace unas semanas. A raíz de la condena persa hubo demostraciones en la India y Pakistán y se oyeron voces de sanciones contra sus autores y editores. Parecía que la ira se había desvanecido, pero en los pensamientos fundamentalistas el rencor perdura para siempre, ayudado actualmente por las hemerotecas de internet
A pesar de todo la lucha por la libertad de expresión persevera en muchos países democráticos y las personas tenemos que escoger entre nuestros principios y el miedo a ser atacados. Los versos satánicos siguen vendiéndose, algunos compradores simplemente lo hacen para ayudar al autor, otros por mera curiosidad y los menos para defender esa libertad atacada
Y mi pregunta es sobre los límites de esta presunta libertad de expresión. Y me contesto a mí misma, que en la medida que no hagan daño físico a nadie, hay que permitirlas. Incluyo las blasfemias, que no lo son para quién las pronuncia y los chistes de mal gusto, aunque no nos hagan gracia a algunos oyentes. Mi frontera también está en el daño a presuntas obras de arte ya que disminuyen la riqueza artística de una comunidad, de un pueblo o de un país
Todo esto me ha venido a la mente porque nos rasgamos las vestiduras con las ofensas a nuestra religión que hacen no creyentes, burlándose de nuestras liturgias, de nuestros santos o de nuestros simbolismos. Y nosotros ¿no juzgamos el pensamiento islamista como retrógrado? ¿No consideramos su postura contra las mujeres injusta? Nos valemos para ello de nuestro sistema de valores, pero tenemos que aceptar que está dejando de ser mayoritario en nuestra sociedad y que hay gente que se burla de nuestras creencias. En una democracia bien constituida la burla es válida, aunque sea de mal gusto