Tiempo de Resurrección
Los españoles estamos más acostumbrados a celebrar las tragedias que los gozos, llevábamos luto por los seres queridos durante muchos años y las familias se unían ante la pérdida de alguno de sus miembros. Nuestras Semanas Santas, en todas las provincias, gozan de gran importancia y en cambio, la Pascua, es fiesta de un único día con lo que siempre me asombró el hecho de que, en los países anglosajones, las personas sacaran su mejor ropa y se pusieran unos sombreros de flores. Era su manera de celebrar junto al domingo de Resurrección la llegada de la primavera en el hemisferio norte.
Los cristianos debemos ser conscientes de que la Pascua nos abre a un período de 50 días que culmina en Pentecostés, unos días que nos hablan de la resurrección del cuerpo. Todos los episodios del evangelio tras la resurrección tienen un componente físico ya sea Tomás tocando las heridas de Jesús, las redes que salen de los barcos llenas de peces o los discípulos de Emaús partiendo el pan con Jesús aunque no le reconocieron. No supieron ver en el resucitado a Cristo pues les resultaba difícil en su nueva gloria.
Su ceguera nos permite ver el mundo con otros ojos pues practicar la resurrección supone ser conscientes de una nueva forma de ver nuestro entorno, nuestro mundo físico. Las prisas en las que vivimos nos hacen ir de situación en situación de forma que nunca dejamos espacio para pensar y vemos sólo lo que esperábamos encontrar, lo que teníamos almacenado en nuestra mente. Esta manera de estar nos impide apreciar las oportunidades que se presentan más allá de nuestra voluntad y no nos damos cuenta de los millares de revelaciones que aparecen en nuestro trabajo y en nuestras vidas.
La transfiguración de Jesús en medio de sus discípulos les permitió ver su faz radiante como el sol Mt 17,2. El maestro abrió sus ojos pues estaban ciegos, su percepción se hizo más profunda con lo que pudieron darse cuenta de lo que Cristo era realmente. Nuestra transfiguración es la Pascua que nos convoca a esa visión más profunda, a la que necesita tiempo, por lo que tenemos que frenar el ritmo de vida y esperar que se aparezca lo imprevisto en cada momento. Esta actitud es el corazón de la contemplación- ver lo que aparece en realidad antes que lo que habíamos esperado.
Aconseja Christine Valters que utilicemos las fotografías como entrada a una nueva forma de mirar, a mirar detrás del objetivo y dejar que se produzca un encuentro con la trascendencia que descubrimos en el trasfondo. Fijarnos en la claridad de la luz y en la brillantez de los colores. Unos pocos minutos podrá transformar tu mirada y hacerla más profunda y atenta. No hace falta captar todo lo que nos ofrece la imagen simplemente debemos respirar hondo y dejarnos llevar por la belleza del momento.
Deja que tu voluntad esté dispuesta a mirar el mundo de una forma diferente, a descubrir lo que muchas personas se pierden en las prisas de sus vidas. Practicar la resurrección supone andar por el camino poniendo más atención, dejando espacio para recibir el regalo del pan, la presencia de los amigos, el alimento de la conversación y la visión de lo sagrado.
Los cristianos debemos ser conscientes de que la Pascua nos abre a un período de 50 días que culmina en Pentecostés, unos días que nos hablan de la resurrección del cuerpo. Todos los episodios del evangelio tras la resurrección tienen un componente físico ya sea Tomás tocando las heridas de Jesús, las redes que salen de los barcos llenas de peces o los discípulos de Emaús partiendo el pan con Jesús aunque no le reconocieron. No supieron ver en el resucitado a Cristo pues les resultaba difícil en su nueva gloria.
Su ceguera nos permite ver el mundo con otros ojos pues practicar la resurrección supone ser conscientes de una nueva forma de ver nuestro entorno, nuestro mundo físico. Las prisas en las que vivimos nos hacen ir de situación en situación de forma que nunca dejamos espacio para pensar y vemos sólo lo que esperábamos encontrar, lo que teníamos almacenado en nuestra mente. Esta manera de estar nos impide apreciar las oportunidades que se presentan más allá de nuestra voluntad y no nos damos cuenta de los millares de revelaciones que aparecen en nuestro trabajo y en nuestras vidas.
La transfiguración de Jesús en medio de sus discípulos les permitió ver su faz radiante como el sol Mt 17,2. El maestro abrió sus ojos pues estaban ciegos, su percepción se hizo más profunda con lo que pudieron darse cuenta de lo que Cristo era realmente. Nuestra transfiguración es la Pascua que nos convoca a esa visión más profunda, a la que necesita tiempo, por lo que tenemos que frenar el ritmo de vida y esperar que se aparezca lo imprevisto en cada momento. Esta actitud es el corazón de la contemplación- ver lo que aparece en realidad antes que lo que habíamos esperado.
Aconseja Christine Valters que utilicemos las fotografías como entrada a una nueva forma de mirar, a mirar detrás del objetivo y dejar que se produzca un encuentro con la trascendencia que descubrimos en el trasfondo. Fijarnos en la claridad de la luz y en la brillantez de los colores. Unos pocos minutos podrá transformar tu mirada y hacerla más profunda y atenta. No hace falta captar todo lo que nos ofrece la imagen simplemente debemos respirar hondo y dejarnos llevar por la belleza del momento.
Deja que tu voluntad esté dispuesta a mirar el mundo de una forma diferente, a descubrir lo que muchas personas se pierden en las prisas de sus vidas. Practicar la resurrección supone andar por el camino poniendo más atención, dejando espacio para recibir el regalo del pan, la presencia de los amigos, el alimento de la conversación y la visión de lo sagrado.