Visita del Papa a Asís
El grupito de los primeros seguidores de San Francisco viajó a Roma con la ilusión de entrevistarse con el papa y pedirle que bendijera su proyecto de una nueva orden. La idea hubiera sido impensable si no contaran con influencias en el entorno papal que le había conseguido el obispo de Asís, Don Guido, que era romano de nacimiento.
Tenemos que ser capaces de ponernos en el siglo XIII, un momento de la Iglesia en el que Inocencio III era un gran príncipe temporal, a la vez que capitaneaba la nave eclesiástica. Estaba rodeado del personal necesario para llevar la administración de un poder que, de norte a sur, ejercía su influencia desde los países escandinavos hasta Sicilia y vivía en el palacio de Letrán rodeado de gran lujo y de las mejores obras de arte.
La audiencia con Francisco y los suyos se celebró en una gran sala, el papa sentado en un sillón sobre un estrado, en un escalón inferior los purpurados que le aconsejaban, al fondo una fila de guardias vigilantes y algunos sirvientes, atentos a las necesidades que se pudieran presentar. Mitras, túnicas, sedas, uniformes de distintas formas y texturas, componían un espectáculo grandiosoque contrastaba con la humildad de los hábitos de los visitantes.
El contraste se mostraba aún más manifiesto cuando Francisco declaró que la orden que pretendía fundar no tendría bienes pues sus frailes vivirían de su trabajo y de las limosnas que encontraran por sus caminos de predicadores. No fue fácil convencer al papa, ni a muchos cardenales que ponían pegas pero ante la obstinación, la ilusión y el carisma de este pequeño grupo de hombres dispuestos a renunciar a todo para seguir a Cristo, no tuvieron más remedio que rendirse.
Mañana la visita es en sentido contrario, es el papa el que visita a Francisco en su villa natal donde, junto a los grandes templos, se han guardado las modestísimas construcciones de los primeros franciscanos. Un papa que está preocupado por conducir a la Iglesia por sendas menos lujosas, por acercarla a los que sufren, por compartir sus bienes con los que carecen de ellos y por desmontar una organización que ha podido entorpecer este camino. Algo parecido a lo que ideó Francisco por eso el papa viene a pedirle discernimiento en un momento de cambio crucial para la nave eclesiástica y lo hace, a pesar de sus años, con la misma ilusión y carisma que él mostrara en su día.
Al maravilloso aire de humildad que se respira en la ciudad de Asís, se sumará el aire del Espíritu que va a inspirar a este grupo de cardenales liderado por el papa. Denlo por seguro.
Tenemos que ser capaces de ponernos en el siglo XIII, un momento de la Iglesia en el que Inocencio III era un gran príncipe temporal, a la vez que capitaneaba la nave eclesiástica. Estaba rodeado del personal necesario para llevar la administración de un poder que, de norte a sur, ejercía su influencia desde los países escandinavos hasta Sicilia y vivía en el palacio de Letrán rodeado de gran lujo y de las mejores obras de arte.
La audiencia con Francisco y los suyos se celebró en una gran sala, el papa sentado en un sillón sobre un estrado, en un escalón inferior los purpurados que le aconsejaban, al fondo una fila de guardias vigilantes y algunos sirvientes, atentos a las necesidades que se pudieran presentar. Mitras, túnicas, sedas, uniformes de distintas formas y texturas, componían un espectáculo grandiosoque contrastaba con la humildad de los hábitos de los visitantes.
El contraste se mostraba aún más manifiesto cuando Francisco declaró que la orden que pretendía fundar no tendría bienes pues sus frailes vivirían de su trabajo y de las limosnas que encontraran por sus caminos de predicadores. No fue fácil convencer al papa, ni a muchos cardenales que ponían pegas pero ante la obstinación, la ilusión y el carisma de este pequeño grupo de hombres dispuestos a renunciar a todo para seguir a Cristo, no tuvieron más remedio que rendirse.
Mañana la visita es en sentido contrario, es el papa el que visita a Francisco en su villa natal donde, junto a los grandes templos, se han guardado las modestísimas construcciones de los primeros franciscanos. Un papa que está preocupado por conducir a la Iglesia por sendas menos lujosas, por acercarla a los que sufren, por compartir sus bienes con los que carecen de ellos y por desmontar una organización que ha podido entorpecer este camino. Algo parecido a lo que ideó Francisco por eso el papa viene a pedirle discernimiento en un momento de cambio crucial para la nave eclesiástica y lo hace, a pesar de sus años, con la misma ilusión y carisma que él mostrara en su día.
Al maravilloso aire de humildad que se respira en la ciudad de Asís, se sumará el aire del Espíritu que va a inspirar a este grupo de cardenales liderado por el papa. Denlo por seguro.