Más allá del deber
En uno de sus maravillosos poemas defendía Holderlin que, en medio de la oscuridad más tenebrosa, siempre se podía encontrar una luz por pequeña que fuera. A la existencia de estas diminutas luces, que brillaron en la Europa dominada por el nazismo, ha dedicado el Ministerio de Asuntos Exteriores en su sede madrileña una exposición para que no se pierdan en el olvido.
Se trata de la respuesta humanitaria que dieron algunos diplomáticos españoles destinados fuera de nuestro país y que consistió en esconder, reconocer la nacionalidad, facilitar salvoconductos y pasaportes, acoger en casas con bandera española… de muchos judíos perseguidos. Algunos eran sefarditas y tenían ciertos derechos a estos papeles pero, no otros, lo que no fue óbice para que encontraran en nuestros consulados y embajadas manos amigas que los salvaron de perder la vida.
No hablamos de grandes cifras, unos 8000, (se calcula que 600.000 judíos perdieron la vida en el nazismo) porque las autoridades españolas exigían grandes requisitos para aceptar la entrada de judíos en nuestro país. Al principio de la guerra el régimen de Franco fue más tolerante y se calcula que admitió a unos 25.000, que huían de las tropas alemanas, pero en la medida que pasaba el tiempo, a los políticos españoles no les interesaba enfadar a Hitler con lo que la frontera se hizo más impermeable.
Por estas razones, la labor de estos funcionarios tiene más valor pues se jugaban la vida y de hecho un diplomático sueco Wallenberg, metido en Hungría en estas mismas faenas, fue apresado por “espía” y nunca se supo que pasó con su vida pues los militares alemanes y en especial la SS no aceptaban que nadie se interpusiera en su camino. Al miedo alemán se unía el desprestigio en España pues del Palacio de Santa Cruz, sede del ministerio de Asuntos Exteriores, salían órdenes prohibiendo estas acciones e imponiendo sanciones.
He estado esta mañana en la inauguración de esta exposición y he vuelto a creer en el ser humano (a veces pierdo esa fe) ¡Cuantas veces miramos hacia otro lado ante las miserias del mundo! Y no hablo de jugarnos la vida, como hicieron estos héroes, sino de obras más sencillas que nos exigen tomar una senda más larga o más costosa en nuestra vida. Este tipo de eventos sirve de "vitamina psicológica", buena frase de George Orwell, que veía a nuestra civilización muy necesitada de este tipo de píldora.
Se trata de la respuesta humanitaria que dieron algunos diplomáticos españoles destinados fuera de nuestro país y que consistió en esconder, reconocer la nacionalidad, facilitar salvoconductos y pasaportes, acoger en casas con bandera española… de muchos judíos perseguidos. Algunos eran sefarditas y tenían ciertos derechos a estos papeles pero, no otros, lo que no fue óbice para que encontraran en nuestros consulados y embajadas manos amigas que los salvaron de perder la vida.
No hablamos de grandes cifras, unos 8000, (se calcula que 600.000 judíos perdieron la vida en el nazismo) porque las autoridades españolas exigían grandes requisitos para aceptar la entrada de judíos en nuestro país. Al principio de la guerra el régimen de Franco fue más tolerante y se calcula que admitió a unos 25.000, que huían de las tropas alemanas, pero en la medida que pasaba el tiempo, a los políticos españoles no les interesaba enfadar a Hitler con lo que la frontera se hizo más impermeable.
Por estas razones, la labor de estos funcionarios tiene más valor pues se jugaban la vida y de hecho un diplomático sueco Wallenberg, metido en Hungría en estas mismas faenas, fue apresado por “espía” y nunca se supo que pasó con su vida pues los militares alemanes y en especial la SS no aceptaban que nadie se interpusiera en su camino. Al miedo alemán se unía el desprestigio en España pues del Palacio de Santa Cruz, sede del ministerio de Asuntos Exteriores, salían órdenes prohibiendo estas acciones e imponiendo sanciones.
He estado esta mañana en la inauguración de esta exposición y he vuelto a creer en el ser humano (a veces pierdo esa fe) ¡Cuantas veces miramos hacia otro lado ante las miserias del mundo! Y no hablo de jugarnos la vida, como hicieron estos héroes, sino de obras más sencillas que nos exigen tomar una senda más larga o más costosa en nuestra vida. Este tipo de eventos sirve de "vitamina psicológica", buena frase de George Orwell, que veía a nuestra civilización muy necesitada de este tipo de píldora.